En el despacho, está el
chaval que lo empezó todo. Tiene el pelo revuelto y el ojo se le está poniendo
morado, al igual que el puente de la nariz. Sostiene un pañuelo para cortarle
la sangre que sale de ésta.
—
Muy bien. Cada uno me contará su versión, después haré
mi informe y se lo entregaré al director para que tome medidas. Aunque no creo
que haga falta decirlas —me mira especialmente a mí. Estoy a un aviso de la
expulsión.
Los tres contamos las versiones.
PJ y yo coincidimos, pero el otro lo cambia al completo: dice que me volví loca
y que empecé a pegarle. Entonces, sus amigos intentaron separarme, pero cuando
casi lo habían conseguido, entró mi grupo y también les golpearon. Los
moratones que tengo es por resistirme a que me separen.
—
Bueno, al parecer ya tenemos al culpable —me mira
directamente.
—
¡Pero si está mintiendo! —grita PJ.
—
Joven, usted será mejor que se calle. Dado al historial
de vuestra…panda —apenas oculta el desprecio—, tomaré la decisión más lógica.
—
Fui yo —PJ no puede creerse que me esté entregando—. Lo
admito, Jonathan tiene razón. Puede preguntarle a los que nos vieron salir por
el pasillo o al resto de la clase. Incluso a los profesores que me conocen, si
no tiene suficiente información. Estarán encantados de soltar pestes de mí.
—
Entonces, en ese caso… Pueden retirarse. Señorita
Sanders, usted debe quedarse para hacerlo oficial —PJ sale lleno de rabia hacia
el otro que esboza una sonrisa de triunfo.
Tengo miedo de lo que sea capaz
de hacerle PJ o el resto a Jonathan cuando estén a solas.
Una vez ellos fuera, me tiende un papel que
firmo ignorando la voz de mi cabeza que dice: «No lo hagas». Seguramente sea la
carta de expulsión, pero ni me molesto en leerlo. No he hecho caso a nadie, he
creído que era mejor de ellos cuando es obvio que no soy más que un peón en
esta estúpida partida de ajedrez que llaman vida o burocracia.
Inmediatamente después de que guarde el papel en su cajón, entran dos
hombres trajeados. Sin pronunciar más de lo estrictamente necesario como:
«Venga con nosotros» o «En un momento se lo explicaremos todo», me llevan por
el pasillo hasta una sala pequeña que jamás he pisado y que lleva sin usarse
desde que puedo recordar. Con una mesa ancha en el centro y una silla a cada
lado. Ahora puedo verlos con claridad: ambos altos y bastante intimidantes. No
hay ni siquiera una sombra de la mínima sonrisa; es más, quedaría demasiado
extraña en sus caras tan serias. Lo único que rompe la linealidad de su rostro
son unas gafas cuadradas y negras en uno y una barba alrededor de la boca del
otro. Todo en ellos es escalofriantemente negro. Prácticamente me obligan a
sentarme y comienza a hablar uno de ellos:
—
Hola, Alice —toma el control el de las gafas.
—
¿Quiénes sois?
—
Más tarde hablaremos de eso. Ahora escucha: ¿Quieres
que borremos tu historial?
—
Vale, ahora en serio: ¿Quiénes sois?
—
Gente que puede ayudarte. Borraremos tus antecedentes y
los de tus amigos. Hay alguien que está en graves problemas ¿no es cierto? Pues
bien, nosotros lo haremos. Borraremos todos los antecedentes de tus amigos,
quedará en el olvido: será como si acabasen de nacer.
—
A cambio de…
—
Ti. Vendrás con nosotros y... nos harás un favor. Te
ofrecemos una nueva vida a cambio de un periodo corto de tu vida.
—
¿Cuánto?
—
Unos dos años. Te entrenamos y el resto es cosa tuya.
—
Y ¿qué tipo de favor, si puede saberse?
—
Todavía es pronto. Ayudarías a la policía de manera
extraoficial.
—
Ya… Espera que tengo que hablarlo con el Presidente, no
sé si le va a gustar que no vaya a cenar. Pero es un buen hom…
—
¡Basta! Te estamos hablando en serio —parece perder los
nervios el otro hombre que no había hablado hasta ahora.
—
Tranquilo hombre de negro, yo también. Si tan sólo me
dejáis un móvil, le doy un toque y…
—
Niña, con esto no se juega. No te estamos consultando,
sino reclutando.
—
Resulta —dice, calmado, el de las gafas y se sienta en
frente de mí— que llevamos trabajando en esto muchos años y no nos han dado luz
verde para lo que pretendemos hasta ahora. Contigo.
—
Quieres decir que me necesitáis ¿no? Cuán divertido
—sonrío con sorna—. Unos trajeados dependen de una chica de casi dieciséis
años.
—
Es un programa de reinserción…diferente —el de la barba
se tranquiliza.
—
Pero si yo estoy muy integrada —recalco aún con un deje
burlón en mi voz.
—
¿Hace falta que te recordemos que estás obligada a
venir?
—
Y ¿qué pasa si me resisto? ¿Me vais a arrestar?
—
Por el momento, meteremos a tus amigos. Después, a tu
hermano y, cuando te sientas más sola, a ti. Comprende que podemos inventarnos
cualquier cosa: una mancha aquí, un arma allá… y cadena perpetua —resulta que
el de la barba da más miedo de lo que parece. Tengo que tragar aire para
comprenderlo todo.
—
Estamos dispuestos a pasar tu insolencia por alto,
incluso también lo de tu padre.
—
¿Mi padre? ¿Qué tiene que ver él en esto?
—
No lo sabe —comenta el otro.
—
¿El qué tengo que saber?
—
Tu padre está imputado en un caso importante. Es el
único sospechoso y, debo decir, le podrían caer más de 10 años.
—
Eso no puede ser, él no ha hecho nada malo.
—
A la vista no, pero las investigaciones llegan hasta
él. La cantidad de dinero desparecido es muy grande y las cuentas cuadran con
los robos.
—
Os lo estáis inventando.
—
Temía que esto sucediera… —me tira una carpeta llena de
papeles— Tómate tu tiempo, no hay prisa.
Lo leo poco a poco, intentando
asimilar todo lo que pone. No están mintiendo, es cierto.
—
Papá, ¿qué has hecho? —murmuro.
—
¿Ya te has convencido? ¿Vendrás sin oponer resistencia?
—está claro que no están acostumbrados a tratar con adolescentes.
—
¡Pero ni siquiera sé qué tendré que hacer!
—
Te lo explicarán pronto. Lo primero es salir de este
barrio… —se detiene al ver que me pongo a la defensiva de lo que pueda decir—
Te llevaremos lejos —concluye.
—
¿A dónde?
—
Deja de hacer preguntas —se cansa el barbudo.
—
No adelantes acontecimientos, te lo iremos diciendo
sobre la marcha.
—
Pues…supongo que acepto. ¿Cuándo empiezo? —me
incorporo.
—
Tranquila muchacha, tienes dos días. Pasado mañana a
primera hora te recogeremos en tu casa. Y no te preocupes por tus padres,
nosotros hablaremos con ellos.
—
¿Entonces, me voy, así de simple? ¿Y vosotros borráis
todo, sin protestar ni poner condiciones?
—
Eres la perfecta para el puesto. Habrá que retocarte un
poco, pero sí. Nadie sabe ni sabrá nada de lo que se ha hablado aquí —se
levanta y me dirige a la puerta. —. Lo que has firmado antes era un contrato de
confidencialidad, así que ni se te ocurra comentarlo o retiraremos la oferta.
A la salida, los demás están
esperándome en la puerta, con las navajas sacadas.
— ¿Algún problema, Baby? —Hood pregunta.
—
Me expulsan. Ya veré qué hacer —me encojo de hombros.
—
Hijos de… Ese director se va a enterar —se tensa.
—
No, te vas a estar quieto. Tú y todos —dirijo una
mirada severa a PJ— ¿entendido?
—asienten y nos vamos a la cueva.
PJ se encierra en su habitación
y, como todas las veces que lo hace, no permite a absolutamente nadie entrar. Vemos
la televisión, intentando pasar por alto esta mañana, pero la tensión es
claramente visible. Notan los golpes cuando intentan bromear conmigo y tengo
que parar, doblada sobre mí, porque me han dado accidentalmente.
Se hace tarde y me voy a casa sin
dirigir la palabra a nadie. Supongo que tomarán mi silencio como preocupación
por que me hayan expulsado.
Al llegar a casa, mi madre está con
los ojos llorosos y mi padre más serio que nunca. Ya han hablado con ellos, lo
que yo diga ya no importa.
Entro en mi habitación sin
dirigirles tampoco la palabra a ellos. Ni siquiera tengo hambre para comer ni
cenar y tengo el teléfono apagado. Me apetece estar tranquila el mayor tiempo
posible, ya que me parece que en poco tiempo no tendré la oportunidad de estar
relajada más de diez minutos.
Aunque me acuesto tarde, no
consigo dormirme. Al cabo de poco aparece mi madre:
—
Cariño, ¿por qué lo has aceptado? —suena más dulce que
nunca.
—
No podía rechazarlo—me incorporo sobre los codos.
—
¿Por qué?
—
Limpiarán el historial de quien se lo pida.
—
¿Y por tus amigos vas a poner tu vida en peligro?
—
Ellos lo harían por mí —asunto zanjado. No voy a
decirle nada de mi padre; suficiente tiene con perderme durante dos años—. ¿Qué
vamos a contarle a la gente? De momento son 6 meses, pero después…
—
Mañana te lo contaré. Tenemos que pensarlo papá y yo
—sabe que no quiero hablar de esto, y se va, dejándome de nuevo a solas con mis
temores.
No sé qué espera de mi padre, por su culpa, principalmente,
es por lo que no tenía elección; pero, por supuesto, él no sabe nada que le han
pillado y que iría a la cárcel si no fuese por mí. No puedo hacerle esto a mi
familia. Sé que se merece estar entre rejas, pero mi hermano y mi madre no
tienen la culpa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario