Alex aún no sabe que me han
quitado la venda y que estoy mejor de las costillas, así que voy a darle una
sorpresa. Hemos quedado a un par de manzanas de mi casa para pasar la tarde
juntos. Hace mucho que estamos completamente solos sin que nadie nos interrumpa
o venga a decirnos malas noticias sobre Lily; concretamente desde que subió a
mi casa la última vez, y por una parte lo agradezco, pues no sé qué podría
haber pasado —o bien discutir; derrumbarme; que hiciera preguntas a las que no
puedo responder…o bien terminar lo que dejamos a medias.
Cojo el camino más largo por
haber salido antes de casa. Llevo sin verle desde el viernes cuando salimos del
instituto —Frank me recogió para llevarme directamente a casa y no forzar el
tobillo— y aunque le vea mañana, me parece demasiado tiempo.
Las calles están casi vacías, a
pesar de que el buen tiempo se acerca junto a su cumpleaños y de que es un
primaveral domingo.
Mientras paseo, siento una
extraña presión en la zona de los riñones, pero no puedo darme la vuelta.
—
No me mires —exige una voz ronca.
—
¿Quién eres? —dejo de andar.
—
No pares. Sigue hasta un callejón unos metros más
adelante.
—
¿Qué quieres? —me aprieta con lo que sea que lleva y me
agarra del brazo de tal forma que me clava los dedos con fuerza hasta hacerme
daño.
—
Ya veremos —me retuerzo—. Como intentes huir te pego un
tiro —oigo cómo carga el arma—. Venga —me empuja.
Ando muy lentamente hasta
encontrar el callejón que me ha dicho. Me lleva encañonada detrás de un
contenedor de basura lo suficientemente grande para taparnos. Me lanza contra
la pared y el tobillo se resiente al frenarme e imito lo mejor que puedo a las
chicas indefensas de las películas.
—
No dispares, por favor. No llevo nada.
—
Déjate de cuentos, francesa.
El hombre me cala a la primera,
así que me incorporo y me tenso. Ahora veo que la pistola con la que me apunta
tiene un silenciador puesto. Opto por un porte orgulloso, temiendo lo que pueda
pasar.
—
¿Sabes lo que les hacemos a las ratas traidoras? —dice
con rabia mientras se acerca. Yo le mido con la mirada, planeando algún plan de
escape. Si es verdad que me han descubierto, estoy muerta.
—
No sé de qué me hablas. Yo no he abierto la boca.
—
Entonces ¿por qué hay maderos rondando la casa? —pega
la pistola a mi estómago— Tú has sido la última en llegar.
—
Piensa un poco —me aprieto contra el cañón—. Si se
hunde el negocio, me hundo con él. Necesito pasta.
—
Conozco a los maderos, has podido hacer un trato —me
empuja a la pared y esta vez pone la pistola en mi cabeza. Si se alejara un
poco podría…
—
Está bien, si quieres matarme, hazlo. Pero que te quede
claro, que si hiciera un trato con la policía, perdería a Alexander. Y eso es
lo último que quiero.
—
Me da igual lo que me digas. Yo sólo cumplo órdenes.
Veo cómo carga el arma y, justo
a tiempo, alzo la pierna al máximo, golpeándole el hombro y haciéndole perder
la pistola. Me agacho a recogerla a toda velocidad, no obstante, él es más
rápido y me agarra el brazo, retorciéndolo tras la espalda. Con el otro le
rodeo el cuello y aprovecho su fuerza para ahogarle e intentar tirarlo, mas es
demasiado pesado. Al fin, parece agobiarse y me suelta, pero me estampa contra
la pared, evitando el golpe por los pelos, pues me habría dado en la cabeza y
quedado inconsciente. Me apoyo en el contenedor a un par de pasos para saltar
y, con una sorprendente maniobra, le rodeo el cuello con las piernas y consigo
hacerle caer. Por desgracia, no todo es tan fácil: yo he caído con él y ahora
está encima de mí. Me da un par de puñetazos en el estómago al intentar
apartarlo y me quedo sin respiración, de rodillas sobre el asfalto del
callejón, y con un hombre apuntándome con una pistola cargada. Consigo girar en
el momento justo en que veo una bala rebotar contra el suelo y me lanzo a por
el tipo. Comenzamos a forcejear por la pistola —llevándome bastantes golpes
más— hasta que oigo un sonido sordo, ligero y rápido.
Me aparto y, de no haberle
visto escupiendo sangre en frente mía y derrumbándose sobre el suelo y dejando
todo encharcado, habría pensado que había sido mi imaginación. Tampoco tengo
las manos limpias, pues sostengo la pistola con el dedo en el gatillo y las
tengo rojas, manchadas de la sangre que salía del estómago del hombre antes de
caer inerte. Sólo una cosa recorre mi mente: «Lo he matado, he sido yo». Salgo
corriendo mientras escondo el arma y la gente me mira; consigo perderlos de
vista y llego a mi casa exhausta y con la cara manchada de mi propia sangre por
los golpes de antes. El nuevo portero se fija en mí y le esquivo subiendo el
primer piso por las escaleras. Me oculto en el rellano y, tras intentar con
todas mis fuerzas borrar la imagen de mi mente, sollozar cosas sin sentido, y frotarme
frenéticamente las manos; llamo a Alex mientras intento recuperar el aliento.
—
Alice, llevo llamándote un buen rato.
—
Alex, tengo que decirte…
—
Espera, ¿estás en la calle? No te enfades, es que me ha
surgido algo y no puedo ir —se disculpa.
—
¿No vienes? ¿No te has pasado por aquí?
—
Eso te estoy diciendo, ¿estás…
—
No, por supuesto que no —sonrío y noto el sabor de la
sangre en la boca—. Tranquilo, ya nos vemos mañana.
—
Gracias. Te quiero.
—
Y yo.
Mi sonrisa es efímera cuando me
doy cuenta de todo realmente. Subo a casa, algo más tranquila y mucho más
cansada y dolorida que antes. Después de limpiarme y revisar los nuevos golpes
hablamos los tres:
—
¿Te aseguraste de que estaba muerto?
—
No se movía…y había mucha sangre —la imagen continúa en
mi cabeza.
—
Eso es un no ¿verdad?
—
¡Estaba asustada! ¡Lo estoy ahora! ¡He matado a alguien,
Frank! ¡¿Es que soy la única que se da cuenta de lo que he hecho?! —exploto
ante la tranquilidad e Anne y Frank.
—
¿No era esa tu intención?
—
Claro que no. Sólo quería…
—
Querías la pistola —insiste Frank—. Le ibas a disparar.
—
¡Para poder escapar!
—
Si hubieses echado a correr…
—
Me habría seguido. Moore va a seguir viniendo a por mí.
Cree que le he traicionado y no va a parar hasta verme muerta. Lo intentó con
el coche y como no pudo, no va a esperar otra oportunidad. En cuanto salga de
casa me matará.
—
¿Tienes pruebas? —Frank es demasiado duro.
—
¿Hacen falta? —digo con escepticismo y protesta.
—
No se puede demostrar nada sin ellas, hija —intenta
ayudar Anne.
—
Vaya mierda… ¿Me habéis oído? Van a matarme.
—
Da gracias a que no lo hayan hecho ya.
—
Frank —mi madre le regaña.
—
Tengo razón, Anne. Pueden acabar con ella en cualquier
momento. Y, conociéndola, aunque le digamos que no salga del piso, va a
hacerlo.
—
¿Os acordáis de cuando dije que esto era aburrido? Juro
que no vuelvo a hacerlo —intento relajar el ambiente—. En dos semanas he
conseguido más golpes que en la mayoría de mi vida.
—
Lo siento, deberíamos protegerte y mira…
—
Tranquila, Anne. Esto es responsabilidad mía. Yo
renuncié a llevar micros cuando estaba con Alex.
—
¿Sabe algo?
—
¿De qué? ¿De lo del seguimiento, el coche y demás?
—asienten— Nada. No quiero ponerlo en contra de su padre de momento.
Necesitamos la información.
—
Buena chica. Muy inteligente por tu parte, hija —Frank
me felicita.
—
O no. Si se salen con la suya… ¿qué le dirían? ¿Que has
vuelto a Francia?
—
Alisarían el terreno antes. Saben cubrir sus huellas,
mamá.
—
Que me lo digan a mí —murmura Frank.
—
Harían lo mismo que con su madre.
—
No hay pruebas —es el ser más tozudo que conozco.
—
Las conseguiré. Igual de que es él quien está detrás de
todo esto —dejo escapar la rabia—. He oído un rumor, de todas formas; no creía
que fuese cierto, sin embargo ahora…
—
¿Cuál?
—
Antes…hace un tiempo, Alex tenía una novia. Al
principio no era nada serio, pero cuando hicieron el año juntos, por entonces
él tendría dieciséis, la chica desapareció. Empezó a retraerse y de un día para
otro no estaba. Oigo los comentarios que yo seré la próxima Sarah… —tomo aire
con los ojos cerrados.
—
Pudo haberse ido. No hay que fiarse de eso.
—
¿Tú crees? ¿Después de esto sigues pensando así, Frank?
Porque yo creo que ella es la razón por la que no le ha durado ninguna novia.
Soy la primera tras aquello y en apenas unos meses ya han decidido acabar
conmigo, suena sospechoso ¿no?
—
Alice, tú te has metido en el negocio. Eres más
peligrosa que esa chiquilla.
—
¿Y quién dice que ella no hiciera lo mismo? Eran más
pequeños, pudieron ir más despacio también. Nosotros en ¿cuánto? ¿cuatro meses,
quizá cinco? Casi hemos… bueno, sabéis lo que quiero decir. Incluso cuando lo
del mendigo ni si quiera estábamos saliendo.
—
Creía que ya habíamos solucionado eso.
—
Lo habrás hecho tú, Frank. Porque es mi vida la que
está en peligro, y yo no olvido tan fácilmente.
—
Pues no olvides que las nuestras también. Y parece que
no sabes que te queremos.
—
Sí lo sé, Anne. Lo que pasa es que papá se empeña en
que no hay peligro. Y por supuesto que lo hay; lo vemos a diario. Han estado a
punto de dispararme, romperme costillas, matarme…y casi me rompen la nariz, un
tobillo o las piernas, las costillas… ¿No crees que es demasiado?
—
Para mí un arañazo ya lo es —me acaricia
fraternalmente.
—
Tengo miedo. No debería, pero no puedo evitarlo. Aún no
tengo dieciocho y me han pasado más cosas que a la mayoría de gente en toda su
vida —sollozo.
—
Todos tenemos miedo —Frank me abraza.
—
Recapitulemos todo: me entero de que mi padre es un
ladrón y salvo a todo el que puedo de la cárcel, con apenas dieciséis; me
entrenan como en el ejército; me atraviesan el hombro con una navaja; cambio
drásticamente de vida; me rompen el corazón en millones de pedacitos; conozco a
alguien que a lo mejor me gusta, pero no puedo permitirme enamorarme de él
porque luego tengo que investigarle; un ‘’mendigo’’ (que ahora estoy más segura
que nunca que era un enviado de Moore) me intenta atracar y me llama poli;
cuando creo que empiezo a recomponer mi corazón, PJ me besa y a la semana Alex
me pide que salgamos, acepto y decido olvidar el pasado con más fuerza que
nunca y no pensar en el futuro; Lily tiene leucemia y está al borde de la
muerte; Alex y yo no paramos de discutir y le cuento lo de Lily, me ayuda y
volvemos a estar tan bien que casi pierdo la virginidad con él, sin embargo mi
cobardía vuelve a hacer acto de presencia y me lo impide y como final estrella,
la Mafia se empeña en matarme por salir con la persona que debo obligar a
traicionar a su propio padre, a pesar que le amo como nunca pensé que podría
—después de desahogarme me dejo caer en el sofá y cierro los ojos, rendida. Me
toco las sienes con cuidado para intentar evitar el dolor de cabeza—. ¿Y bien?
—
Yo…creo que no hay nada que decir —responde Anne.
—
Pues yo sí tengo preguntas: ¿Quién es ese tal PJ?
—
Alguien de mi barrio. Llevaba queriendo estar con él
desde que recuerdo.
—
Con estar te refieres a…
—
A medida que fui creciendo, a todo —admito.
—
¿Y qué hay de eso de que estuviste a puno de…con…?
—
Frank, no te esfuerces, te entiendo. Fui cobarde, eso
es todo; tendría que haberlo hecho.
—
Eso no es cobardía. Es madurez, Alice. Y amor por parte
de él —comprendo a Frank al quedarse callado y escuchándonos a nosotras.
—
No me ha servido de nada.
—
No te lo tomes así. Es un paso muy importante en una
relación; y más si es de tu tipo.
—
¿Virgen? A él le dará igual eso. Hizo lo mismo con
alguien igual a mí en un baño. Quiere conseguirme, ya está. Y ciertamente,
también yo a él.
—
Me habéis echado. Cuando terminéis, estoy haciendo la
cena —me besa la frente—. No me van las conversaciones de este tipo cuando se
refieren a mi niña —sonreímos.
—
Ahora los jóvenes os tomáis el sexo como algo obligatorio
—continúa Anne—, y debe ser especial. Él lo sabe y por eso deja que te reserves
para esa ocasión.
—
No voy a hacerlo —decido en el momento—. ¿Cómo le digo
después que no soy quien piensa, que tiene que traicionar a su padre? No podría
mirarle a la cara.
—
¿Le quieres?
—
Sabes que sí.
—
Pues adelante. Sois especiales el uno para el otro. Lo
único que puedo decirte es eso: adelante, atrévete, haz que sea como tú quieres
y no como él diga, haz que sea una expresión más de cuánto os queréis y no algo
que añadir a vuestras agendas, sino a vuestros corazones.
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