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martes, 6 de agosto de 2013

Cap. 1


      — ¡Por fin! —exclamo y me levanto de la mesa.

    ¿Adónde vas?

    Fuera —saco un cigarrillo del paquete de tabaco y la bolsita que lo acompaña. Después, sin que lo vea, me lo guardo en el bolsillo.

    No he dicho que puedas salir —el intercambio pasa y no me a dar tiempo a nada como siga así.

    El timbre significa que salgamos, y yo, obedezco —sin darla oportunidad de contestarme salgo de clase. El pasillo se va llenando.

    ¡Oye! La autoridad soy yo. Voy a decírselo al tutor y esta vez te expulsarán — lleva con la misma cantinela casi todo el curso.

La profesora, siempre tan entrometida en asuntos que no la conciernen. Algunos dirían que lo hace Qormi bien, igual que mis padres cuando me prohíben estar con mis amigos o el resto de la gente que no para de intentar convencerme de que estoy echando mi vida a perder. Yo sé lo que hago, no necesito niñeras.

Llego al baño, abro el cigarro y le echo el contenido de la bolsita. Cuando toma un ligero tono verdoso lo cierro y lo enciendo. Me da igual que me vean las que entren. El tabaco —y lo que no es tabaco— consigue relajarme. Exhalo el humo a un lado cuando Jess entra.

    Tía, esta vez te has pasado—tomo una extensa calada—. Es verdad lo del tutor, acabo de verla ir a por él. Y sabes que con esto —me quita el cigarro de la mano— ya estás fuera.

    Dámelo. Mejor, así salgo de esta mierda de sitio. No puedes hablar, ni solucionar tus problemas por ti mismo…

    Porque tu forma de hablar es dejando en ridículo y solucionas los problemas a golpes.

    Así se ha hecho toda la vida y así seguirán —entran otras tres chicas y bajo el cigarro después de dejarlo por la mitad.

    Dame un poco, anda.

    No que te expulsan —me burlo de ella y le dejo una pequeña calada—. Venga vete, a ver si te van a decir algo.

Me quedo con la mente en blanco hasta que vuelve a sonar el timbre: espera, eso no es el timbre, es la alarma de incendios. No pienso perder este trozo de cielo. Lo apago contra el lavabo y me lo guardo de nuevo.

En el pasillo, me uno a todos los que salen corriendo, sin apenas poder ocultar la sonrisa. Me encuentro con los de último curso, mis amigos PJ y Hood.

    Al final lo has conseguido —dice PJ entre risas.

    Dije que lo haría —le respondo de la misma manera.

    ¿Te queda algo? — ahora es Hood.

    No mucho. En una hora donde siempre —quedo con ellos—. Tengo que escaparme, saben que he sido yo.

    ¿Cómo lo van a saber, Baby? —nunca me llaman por mi nombre; prefieren poner motes. En verdad es más seguro porque, si a alguno le coge la policía, no puede incriminar formalmente a nadie.

    ¿Porque ya me han pillado varias veces y me han visto, quizá?

    Hecho. Los demás estarán allí, supongo —empiezan a gritar y consiguen abrirse paso entre la multitud después de que PJ me ponga su gorra.

Me bajo la gorra de PJ y consigo salir sin que me vean, confundiéndome entre la multitud.

Al llegar a la cueva me reciben con felicitaciones. Quieren saber cómo lo he hecho pero me abstengo de mentir y les cuento lo que pasó en verdad; no me hace falta fanfarronear con ellos. Ya no.

 La cueva, como nosotros lo llamamos, es una casa de dos plantas abandonada a las afueras del barrio. Tenemos varios sofás, una tele con videoconsola e incluso una pipa de agua. En el grupo somos catorce, digo grupo, no banda. La gente suele confundirlo, nosotros no robamos ni montamos peleas ni tenemos un territorio. Tan sólo nos defendemos unos a otros como una familia. Cada uno tiene una chaqueta de cuero negra con un lobo aullando en la espalda y un número en la parte izquierda y en la manga derecha. El lobo corresponde a como nos llamamos, “The Wolves”. Cada uno tiene un número en particular: Hood, el 4; PJ el 7; yo, el 9; Jess el 21. Los números son personales y cada uno elige el suyo.  

     Llevo con ellos desde poco después de mi 14 cumpleaños, así que soy la más pequeña de todos con casi diecisiete. Conseguí entrar porque, un día, al salir del instituto, vi a unas chicas más mayores que yo meterse con otra de un curso anterior al mío. No lo dudé y la defendí, incluso a golpes —mi barrio es así—, con la suerte que era la hermana de uno de nosotros (de Hutch, el que daba la cara ante los problemas en ese momento. Ahora es PJ). Es una especie de jefe, pero sin imponer ningún tipo de ley aparte de no meterse en líos. Entré directamente a pesar de las quejas porque no era como ellos. Son algo así como marginados sociales: gente de color, latinos, algunos con problemas familiares serios… Por el contrario, yo vengo de lo que podría denominarse una familia normal.

PJ me ayudó, pero finalmente me afiancé cuando, en una pelea, saqué mi navaja —con la que llevaba practicando un tiempo— y salvé a la novia de Hood. Es por eso por lo que nos llevamos tan bien.

    Vale, ¿y dónde está PJ? Tengo que devolverle la gorra.

    La gorra, claro…Mira arriba, seguro que está —responde Ray, otro más del grupo. Somos más de lo que parece.

Subo las escaleras. La parte de arriba tiene una cama grande en una habitación, las otras dos están reservadas para los graffiti. Una es sólo de PJ, no sólo firma como el resto, él es un verdadero artista. Con un spray es capaz de crear dibujos dignos de cualquier museo. Cuando pinta toda la habitación, la fotografiamos antes de dejarla como nueva para que cree otra obra de arte.

    Te está quedando muy bien —le sorprendo. Está haciendo un enorme lobo blanco con unos ojos azules iguales que los míos— Me gustan sus ojos —bromeo.

    Ah, hola —me sonríe un poco—. Gracias. No sabía qué dibujar y pensé en ti. Me vino a la cabeza como un rayo y empecé —dice tras bajarse el pañuelo que llevaba en la boca.

Si pasas tanto tiempo como él con un spray en la mano, puede ser realmente perjudicial para la salud, sin contar el tabaco o el alcohol que estamos todos acostumbrados a beber casi a diario.

Se seca el sudor de la frente con la camiseta de tirantes sucia. Tiene el pelo rubio y corto manchado casi al completo de blanco, lo que le resalta los ojos oscuros como el ébano.

    ¿Cuánto tiempo llevas? No hace tanto que no entro aquí.

    Un par de días; no he dormido en casa. Preferiría que lo vieras terminado, pero ya nada —vuelve a intentar sonreír, pero le conozco lo suficiente para saber cuándo es una sonrisa fingida. Incluso los motivos.

    ¿Ha vuelto a hacerlo?

    Sí, y esta vez me metí —toma aire—. Después de romperle la nariz de un puñetazo me ha echado de casa.

    Tendrías que haberlo denunciado. Ahora tiene por dónde agarrarte.

    Sabes que iba a darle de todas formas.

    Pensaba que tenías más cabeza.

    ¡Pega a mi madre! ¿Cómo quieres que reaccionase? —no puede controlar la rabia y tira el spray contra la otra pared aún limpia.

    Lo siento ¿vale? No hace falta que grites. No soy idiota —Hood y yo somos los únicos a los que permite que le planten cara; con la diferencia que Hood de vez en cuando se llevo un golpe.

    Es que no sabes lo que es ver eso a diario y no poder hacer nada. Pero el problema es que ella se lo permite.

    ¿Has dormido aquí? —Cambio de tema y asiente como respuesta mientras se deja caer contra la pared de enfrente al dibujo— Ven a mi casa, puedes quedarte un tiempo.

    No quiero meterte en líos.

    ¿Qué líos?

    Venga ya. ¿Un ladrón de coches y graffitero que enseña a usar la navaja y mete en peleas su hermosa niñita durmiendo en su casa, al lado de ella? Sí, claro. Estarán ansiosos —dejo que se me escape una sonrisa.

    Ex ladrón—recalco—. Ellos no saben nada de eso. Les diré que tus padres están de viaje. Y no eres un simple graffitero, eres un artista, te lo he dicho mil veces —me siento junto a él en el suelo.

    No lo seré hasta que alguien importante lo diga. Yo no sé pintar en cuadros, y es lo que le gusta a la gente.

    Yo lo prefiero así, tiene más…sentimiento. ¿Y qué es eso de que nadie importante lo dice? ¡Yo lo digo! ¿Qué pasa, yo no soy importante? —le sonrío abiertamente y responde de la misma manera.

    Pues claro, rubia —es el único que no me llama Baby. Me pasa su brazo por los hombros—. Sobre todo para Hood, si no hubieras entrado ese día, seguro que hoy no estaría con nosotros.

    ¿Y para ti?

    Yo…no sé. Me das en qué pensar, cuando no fumas hierba, quemas el colegio.  —sonríe entre dientes, pero vuelve a ponerse serio al instante—. No quiero que te metas en eso. Tienes que dejarlo ya. Igual que las peleas.

    ¿Por qué, si todos lo hacéis? Y te repito que lo de esta mañana fue sin querer.

    Por estar fumando hierva. Ha sido un aviso. No quiero enterarme que lo vuelves a hacer, eres muy pequeña. Que nosotros lo hagamos no significa nada, no te querremos menos por ello, incluso más, porque estás creciendo y aprendiendo a cuidarte —me regaña.

    Entonces tú sigues en los 11. Porque no te veo con intención de dejarlo — ¿quién es él para decirme nada?

    Yo tengo motivos. Pero tú tienes una familia que te quiere y se preocupa por ti. No, tienes dos: nosotros también contamos. ¿Si nos tirásemos de un puente, irías detrás?

    Posiblemente. Y no lo haría por el grupo —me pongo en pie enfadada—, sino por ti, idiota.

Durante este tiempo ha sido en quien me he apoyado y me enerva ver que es tan tonto de no darse cuenta de lo que tiene ante los ojos.

En un momento me falta el aire y tengo que salir corriendo de aquí. No voy a casa; ni con Jess, mi mejor amiga; ni siquiera a la caseta del conserje —inexistente— del instituto. Me quedo en el parque, pasando frío porque se me ha olvidado la chaqueta. Me tumbo junto a un árbol, mirando las estrellas y pensando por qué todos insisten en que cambie cuando yo así estoy bien. Hago lo que quiero y cuando quiero. Es cierto que algunos compañeros me temen, pero así es mejor; no se meten conmigo y no me dan problemas.

Antes era una  chica solitaria y ahora tengo un grupo de amigos fieles que me quieren tanto como una segunda familia, ya que sospecho que la mía también me teme. Mis padres apenas me regañan y, lo poco que lo hacen, es midiendo con mucho cuidado sus palabras.

El grupo me conoce lo suficiente para no seguirme las veces que salgo rápido, por pocas que sean; aunque han aumentado porque ahora pierdo los nervios PJ con más facilidad. Antes de poder darme cuenta, ya he caído rendida en medio del parque.

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