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viernes, 17 de mayo de 2013

Capitulo 10


En el descansillo me dejo caer contra la pared cuando no me puede ver, al principio esbozo una sonrisa e incluso me río, es una risa nerviosa, no sincera; que progresivamente se va convirtiendo en un llanto que ni siquiera los que han ejercido de padres en todo este tiempo consiguen consolar.

Paso en la cama los siguientes días hasta que me recupero del todo; mientras tanto me dan igual llamadas, entrenamientos y misión alguna. Tan solo me dedico a leer, comer y dormir. Me han confiscado los pendientes para estudiar su procedencia.

Durante las siguientes dos semanas, intento que todo siga con normalidad, pero no me siento con fuerzas para seguir la pantomima. Por supuesto todos lo notan y me preguntan lo que me pasa, pero mi respuesta siempre es la misma: «No es nada, tan solo extraño Francia» A pesar de mis esfuerzos por ocultárselo a Lily, nada más verme la segunda semana no lo dudó ni un instante y me preguntó:

    ¿Qué te pasa? Estás rara.

    ¿Yo? Estoy bien, no pasa nada.

    Ya no soy tan pequeña. El mes que viene cumplo seis.

    Lo sé —la beso—. Y cada día estás más guapa.

    No me distraigas —me regaña—. Estás rara y no me lo quieres decir. Ya casi no vienes a verme y te echo de menos —se le inundan los ojos de lágrimas.

    Yo también, mi amor —nos abrazamos—. Pero ahora que ya eres mayor, debes entender que tengo que ir al cole, para cuando venga el verano estar siempre contigo ¿vale? —asiente y la limpio los ojos.

Seguimos hablando y jugando. Practicamos lectura y la ayudo a escribir. Está sentada en mi regazo leyendo cuando el odioso móvil suena. Se me olvidó apagarlo.

    Un momentito. Ahora mismo lo apago.

    No, cógelo. Yo sigo leyendo y no te escucho —no me lo dice con resentimiento, sino con comprensión.

    Será solo un momento. ¿Sí?

    Parece que te encuentras mejor.

    Hablamos luego ¿quieres? —respondo cansada.

    Suenas mal. ¿Dónde estás? Voy por ti.

    No, déjalo. Llámame en un rato.

    ¿Pero dónde estás? — ¿tendrá razón Anne en eso de que quiere tenerme controlada? No le respondo y cuelgo. Lily me mira y entierro la cara entre las manos un momento para respirar.

    ¿Quién era?

    Alguien que no me importa.

    Mientes. Siempre respiras más fuerte cuando lo haces.

    ¿En serio? No lo sabía —digo, ausente.

    Te has puesto triste.

    No lo estoy.

    Sí. Te conozco, eres mi hermana mayor y sé que te pasa algo.

    No es eso —continúo negando. Me gusta lo que acaba de decir—. Estoy cansada, ya está.

    ¿De qué?

    De todo —me froto los ojos ocultando el rostro.

    ¿De mí también?

    No, cariño, de ti no. Es que a veces…es demasiado.

    Quiero ayudarte.

    No puedes. Cuando te pongas buena hablamos. Y ahora a la cama que ya es tarde —sonrío y la meto en la cama. La tapo y me quedo con Lily hasta que se duerme.

Pido cita con el psicólogo para hablar sobre mi pequeña y pregunto a una enfermera lo que estúpidamente nunca se me había ocurrido.

    Perdone, siento molestarla, pero…Lily, ¿no dibuja?

    No me molesta —me sonríe amable—. Sí dibujaba, pero hace tiempo que no.

    ¿Por qué?

    No la dejamos. Cuando dibujaba la daban ataques de ansiedad. No eran muy agradables, ninguna de las dos cosas —aclara.

    ¿Qué dibujaba?

    Será mejor que lo vea —se va y vuelve con una carpeta marrón, del mismo estilo que las mías, pero con el nombre de Lily al lado del tachón de antes que ponía Jane Doe. Lo abro pero me para—. Véalo en casa tranquilamente, si quiere puede quedárselo.

    Gracias, se lo agradezco.

    Quien deberíamos estar agradecidos somos nosotros. Desde que vino la primera vez, Lily ha experimentado una muy significante mejoría.

    ¿De qué sirve si la quieren echar?

    Técnicamente iría a otro hospital. Más alejado y con menos cuidados, eso sí.

    Eso no me sirve de consuelo. ¿Siguen sin encontrar parientes?

    Tiene un tío, pero no hay forma de contactar con él.

    ¿Cómo se llama?

    James P. Sullivan.

    Yo me encargo. Gracias de nuevo por todo —me voy a casa con la carpeta bien aferrada. No quiero que se me pierda— Buenos días, señor Calhoun —saludo al portero del edificio cuando llego a casa.

    Bonjour, mademoiselle —me responde con su característica sonrisa.

    ¿Podría hacerme un favor?

    Lo que usted diga.

    Guárdeme esto hasta que vuelva —le doy la carpeta—. Es sumamente importante para mí.

    Por supuesto, la protegeré con empeño.

    Y si mis padres preguntan por mí, dígales que he ido a dar un paseo.

    Como mande. ¿Quiere entrar a la consigna?

    Sí, será solo un momento —la consiga es un espacio personal del conserje, pero a mí me deja guardar algunas cosas de repuesto o de acceso rápido.

    Guardaré la carpeta ahí. Puede pasar cuando quiera.

    Muchas gracias —sonrío y entro delante suya.

Cojo la ropa de deporte que tengo guardada y al momento él sale. Me visto, ocultando el revólver en la parte trasera del pantalón y tapado por la sudadera, al igual que los pantalones, ancha. He decidido guardarlo ahí, puesto que en el piso ya hay suficientes armas y es más útil.

Lo cierto es que me he vuelto bastante precavida, quizá demasiado. Normalmente no salgo a la calle sin protección (arma) a no ser que vaya al hospital, pero incluso he llegado a llevar alguna vez. Especialmente los días que me siento peor o más insegura. En general, cuando todo me supera como hoy.

      No sé cuanto tiempo paso andando por la calle, pero ya es muy de noche y apenas hay gente por la calle. Me he salido del barrio y estoy yendo por la peor zona. De todas formas me da igual. Me acuerdo al llegar a un parque lleno de graffitis y con los columpios a medio romper de encender el teléfono, no me había dado cuenta hasta ahora. Miro las dos llamadas perdidas de Anne y Frank y las otras cinco de un número desconocido según la pantalla, pero demasiado familiar para mí.

Me dejo caer en un banco y mando un mensaje tranquilizador a Anne para que sepa que volveré en poco tiempo y guardo de nuevo el móvil. Veo una sombra tambaleante que se acerca muy lentamente. El teléfono suena y la extraña figura desaparece. Un día lo lanzaré al mar, o a la carretera, o a cualquier otro sitio que me asegure que no volverá. No me gusta tener que estar siempre disponible, necesito espacio y tranquilidad y esto lo único que hace es arrebatármela de golpe; arrancármela como si nunca hubiese sido mía y haciendo que la extrañe tanto como el oxígeno que respiro.

Cuelgo directamente pero al momento vuelve a sonar, no puedo seguir huyendo.

    Menos mal —suspira aliviado—. Iba a salir a buscarte por la ciudad si no contestabas a esta.

    ¿Qué querías?

    Verte. Hablar.

    Aquí me tienes.

    Prefiero en persona. Además, también quiero verte.

    Hasta el lunes no puedo, como siempre.

    Estoy en el club, puedo pasar a recogerte si quieres —se ofrece.

    He dicho que no, mañana tengo que…hacer cosas.

    ¿Todo el día?

    Ya sabes la respuesta.

    Tenía la esperanza de que no. Últimamente no estás bien y si fue por lo del otro día, quiero que sepas que lo siento. Sé que te lo he dicho miles de veces pero… —no continúo escuchándole.

Me aparto el teléfono y tras unos segundos de duda lo apoyo en mi pierna. Aprovecho para buscar la sombra; ni rastro. Estoy volviéndome loca, seguramente no había nadie, sólo he sido yo y mis conjeturas que me han jugado una mala pasada.

    Estate quieta y no te haré daño —me amenaza una voz ronca, posando sobre mi cuello algo frío y afilado que no alcanzo a ver—. Dame todo lo que tengas.

    Lo tengo en el bolsillo trasero —digo aparentando miedo. Por fin algo de diversión.

    ¿Estás hablando con alguien? —señala con la cabeza el móvil. Niego y cuelgo sin que se dé cuenta al dárselo — No mientas. ¿Con quién hablabas?

    Con nadie. Tan solo estaba en Internet.

    No te creo. Era tu novio, ¿verdad? —insiste.

    ¿Qué dice? Está loco.

    Levántate muy despacio con las manos arriba—vuelvo a asentir y hago caso, esta vez sin pizca de buen humor— Saca lo que llevas.

    Como quieras —me llevo la mano muy lentamente a la parte trasera.

Con la oscuridad no se habrá dado cuenta ni del bulto ni de que el bolsillo no existe. En una milésima de segundo cambio el rumbo de la mano y le propino un fuerte golpe en el brazo para desarmarle. La navaja, que ahora sí he alcanzado a ver, no se separa de su mano; aun así, vuelvo a darle otra vez en la otra mano que había alzado para defenderse, con el mismo resultado que antes. Salto por el banco sin tocarle y espero a que se recomponga para seguir. Se abalanza sobre mí y le esquivo sin dificultad, haciendo que pierda el equilibrio y un simple toque le hace caer. Cojo la navaja y la inspecciono mientras se cubre la cabeza tras un intento fallido por levantarse.

    El móvil —tiendo la mano para que me lo dé. Lo hace con cuidado y a la luz de la farola veo que es un hombre delgado, descuidado y con barba. Un mendigo muy desesperado, sin duda. Ahora me siento mal por haberle pegado—. Lo siento. Pero la próxima vez tenga cuidado con quién se mete —le lanzo la navaja y el poco dinero que llevo encima.

    No quiero tu sucio dinero. Asquerosa poli —escupe.

    ¿Cómo? —no puede ser posible que haya dicho lo que he oído. Se acobarda de nuevo y lo ignoro. «No lo habrá dicho, soy yo» me repito una y otra vez.

 

Pero hay algo en todo esto que huele a gato encerrado. No me cuadra que supiese lo del teléfono y su insistencia, y que me hiciese levantar las manos no hace más que aumentar la sospecha. En casa le cuento todo a los que llevan siendo mis padres casi un año y les enseño la foto que conseguí sacarle antes de irme. La pasan por reconocimiento facial, pero no hay resultados. Estoy completamente segura de todo lo que me dijo. Frank realiza la búsqueda con más ahínco y obtiene lo mismo que antes: nada.

A la mañana siguiente, me despierta para ir a entrenar, pero primero me enseña el ordenador, orgulloso:

    Dije que encontraría algo.

    ¿El qué? —digo intrigada.

    No hay motivo por el que preocuparse. Ha estado ingresado en un sanatorio mental. Pudo haberte dicho eso porque reconoció la forma de defenderse de un policía, ya está.

    Yo no estaría tan confiada —responde Anne— ¿Y si se lo dice a alguien?

    ¿Quién le va a creer? En el barrio es conocido como el loco Vince. Creo que eso dice muchas cosas.

    Estoy de acuerdo. Nadie se creería que yo sé pelear. Simplemente soy una niña de papá que extraña su país.

    No lo sé…—duda Anne.

    Ven con nosotros a entrenar. Hoy la he preparado algo especial.

    ¿En serio? ¿Qué vamos a hacer?

    Sorpresa. Creo que te gustará, pero será duro.

    No me importa.

La sorpresa resulta ser una experiencia en un campo de tiro. Es cierto que me gusta, pero es muy difícil. Consistía en varias pruebas: Tiro a una diana simple. Después otra que se movía. Otra moviéndonos nosotros. Otra con obstáculos, una más en la que estábamos en una ciudad y tenía que disparar sólo a los muñecos armados antes de que ellos me lo hicieran a mí. Lo más importante de todo era no herir a los ciudadanos. La prueba final ha sido horrible. Entré en una sala, con la voz de Frank informándome de que este simulador es el más caro y novedosos del mundo. Me ataron unos sensores para asegurarse que hacía la misma acción que en la vida real. Al principio probé qué ocurriría, puesto que de eso no fui informada, y lo averigüé por las malas. Una corriente eléctrica me recorrió todo el cuerpo desde los pies hasta la nuca. La parte del hombro fue la más dolorosa, incluso casi insoportable. Será mejor que lo explique, porque el conflicto, a diferencia del resto de pruebas, no era físico.

Me encontraba en una ciudad en ruinas, con un solo arma de seis balas, sin recambios. Debía salvar a varias personas, al principio bastante sencillo. Pero cuando me relajé vino lo duro. Oí un grito terriblemente familiar a lo lejos. Lo seguí con la vista y descubrí que Alex estaba en un edificio en llamas, a medio derruir y apenas podía respirar. No lo dudé un segundo, estaba demasiado lejos e ignoré al resto de civiles. Al darme cuenta de lo que estaba haciendo, cambié de rumbo; primero rescataría a los del edificio más cercano y luego iría por él, pero la corriente antes mencionada me lo impedía. Lo probé dos veces, lo suficiente para dejarme sin aliento, así que, cuando estaba a punto de entrar, volví a oír un grito muy parecido al anterior. Miré a la ventana donde estaba Alex, pero había desaparecido. El grito procedía del otro punto de la calle. PJ estaba en la misma situación de Alex, hasta que le vi desmayarse ante mis ojos. No lo pude soportar y salí corriendo, pero de nuevo la corriente. La confusión se apoderó de mí, así que miré a ambos lados y fui lentamente hacia Moore. Si retrocedía volvía la electricidad.

Conseguí subir al edificio, me quité la camiseta —craso error, porque provoca quemaduras— para no respirar el humo. Después de seguir en el laberinto durante una eternidad, cuando ya estaba completamente aturdida y desesperada por encontrarle, lo vi tirado en el suelo, rodeado de llamas. Una explosión del lado contrario de la habitación me distrajo, aun así esquivé las balas hasta llegar junto a él —se me había olvidado por completo que era una simulación. El dolor era tan real.

Lo cubrí con mi propio cuerpo y disparé a una sombra detrás del humo negro. Otras cinco sombras más aparecieron junto a la primera. En total seis sombras, cinco balas, alguien a quien tenía que salvar y yo, con quemaduras en casi todo el torso. Me levanté y cuando tuve a tiro al primero no dudé, ni con el segundo, o el tercero, o el cuarto. Incluso el quinto fue fácil a comparación con lo que me esperaba. El sexto me golpeó hasta quedar en el suelo junto a Alex sin poder moverme. Entonces conseguí sacar fuerzas al ver su cara tranquila y llena de hollín. Agarré un tobillo del hombre y lo tiré junto a mí. Agarró a Moore del cuello y me abalancé con intención de salvarlo, aunque fuese lo último que hiciera. Forcejeamos hasta que el hombre cayó por la ventana y yo me quedé colgada de ésta por el brazo malo. No reprimí las muecas de dolor, no serviría de nada, y volví dentro. Era un auténtico infierno, anudé la camiseta en la boca y nariz de Alex y le cogí. ¿Cómo? No lo sé, supongo que la adrenalina tuvo mucho que ver. Cuando conseguí ponerlo a salvo yo estaba completamente mareada, apenas me sujetaba en pie, así que me dejé caer sobre él y lo dejé todo al destino.
Por suerte quiso que la simulación acabase y que yo estuviese sin un rasguño en la sala blanca de nuevo. Frank me ayudó a levantarme y me explicó que PJ representaba a mi pasado, Moore a mi presente y el resto de ciudadanos al futuro, quiere decir que acabo de empezar. Posiblemente en el futuro todas esas personas aparezcan en mi vida y las ayudaré de una manera u otra. Respecto a las sombras, eran mis miedos; los temores que me impiden seguir adelante. Tengo que cortarlos de raíz y sin dudas, al igual que hice en la simulación.

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