Me tropiezo, tirando una maceta
y a su vez revelando el secreto de hace unos meses: el paquete de tabaco. Me
parece increíble lo que voy a hacer pero, ¿por qué no?
Saco un cigarro y lo enciendo
con el mechero que estaba junto al paquete. La primera calada es extraña, pero
después empieza a reconfortarme.
—
Con lo que te costó dejarlo... ¿y vuelves?
—
¿Por qué iba a mentirme? —sigo dándolo vueltas— Quiero
decir, ¿por qué hubiese querido quedar si no estaba?
—
Podría haberlo hecho para asegurarse.
—
¿De qué, Anne?
—
De que tú sí estabas. Para tenerte controlada —aclara.
—
No tiene sentido. Si hubiese dicho que podía, él no
estaba. No me vería.
—
Creemos que su padre tiene avión privado. Pero son solo
sospechas.
Doy una calada y dejo que el
tabaco pase por todo mi cuerpo, pienso sobre ello y repito la operación. Tiende
la mano para quitarme el cigarro pero no se lo permito.
—
Sigo sin entender nada. ¿Controlarme? —no puede ser.
Eso no, cualquier cosa menos eso— Me ha descubierto.
—
Imposible. Cubrimos tu rastro.
—
Por eso. A lo mejor le ha extrañado y sospecha. Me
dijisteis que seguramente tenemos topos, bastaría con una llamada y lo sabría
todo.
—
Te digo que no. Lo saben muy pocos —suspira después de
mirarme un rato.
—
¿Pasa algo?
—
No es que no lo entiendas. Lo sabes desde el primer
día, el problemas es que no lo quieres ver —nos metemos en mi habitación de
nuevo cuando acabo de fumar.
—
¿Has conseguido el número desde donde llamaba?
—
Nada. Está encriptado.
—
Déjame —me siento en el escritorio y entro en la red
social de moda en el instituto. Miro su perfil y pulso en video llamada. No
estoy segura de que lo coja, pero es la única forma que tengo de contactar con
él.
Me cuelga y nos miramos entre
nosotros. Conecto el rastreador de nuevo y vuelve a sonar.
—
¿Tanto me echas de menos?
—
Estaba pensando en que no hemos quedado oficialmente.
—
No puedes vivir sin mí. Qué tierno —antes no soportaba
eso, pero ahora se ha convertido en un tipo de juego del que sólo nosotros
formamos parte.
—
¿Te apetece que cuando llegue le cuente a todos
nuestras charlitas cariñosas?
—
No te pongas a la defensiva, no he hecho nada.
—
Perdona.
—
Me encanta oír esas palabras, especialmente si salen de
ti.
—
Podrías probar a decirlas de vez en cuando tú también.
—
Quizá un día. Si tú me las enseñas en privado.
—
Ya veremos…
—
¿Para qué me querías?
—
Para lo que te he dicho antes. ¿Te apetece a las seis
en el instituto, pasado mañana?
—
Vienes en avión ¿verdad?
—
¿Por?
—
Si quieres te paso a recoger y vamos donde quieras.
—
¿Dónde quiera?
—
Por supuesto. Por ti, todo —miro alrededor y Anne
asiente.
—
¿Por qué no serás así siempre?
—
No lo sé. Soy así.
—
Ya veo… Por cierto, ¿desde dónde llamas? Tú no tenías
teléfono.
—
Estoy en casa de un amigo —responde nervioso.
—
¿Lo conozco?
—
No. ¿Te recojo o no?
—
Vendrán mis padres. Como prefieras.
—
Voy de todas formas.
—
Espera un momento que pregunto el vuelo.
—
Ponme un mensaje —cuelga justo antes de rastrearse por
completo.
—
¡Mierda! Por poco.
—
Lo que está claro es que no es LA.
—
Lo sé —admito con la cabeza gacha—. Tengo un plan.
—
Cuenta —Frank siempre tan cariñoso.
—
¿Qué tipo de plan?
—
No estoy segura de que salga bien. Es poco probable.
—
Del 0 al 10, ¿cuánto estás de segura?
—
¿Tres? —tanteo.
—
Me sirve.
—
Espera, ¿te pondrías en peligro?
—
No creo.
—
Tranquila, Anne. Sabe defenderse.
Les cuento el plan y lo aceptan. Lo preparamos todo con cuidado durante
el resto del tiempo, incluida la llegada del supuesto avión. Para esto último
ha hecho falta enseñar las placas.
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