Quién me iba a decir que tras
un trimestre entero esto sería tan divertido. Acepto que es difícil, todos los
fines de semana me excuso y Alex cada vez se impacienta más. Quiere pasar
conmigo todo el tiempo posible, pero no puedo. No debo.
He venido a pasar las navidades
a Harlem, mi barrio. Llevo una semana aquí y todavía no he salido de casa. No
me atrevo a enfrentarme a mis fantasmas —como leí una vez—, aunque me puede mi curiosidad.
Veo la foto de la pared en la
que salimos todo el grupo y sigo sin creerme que sólo hayan pasado unos meses,
nueve largos, difíciles y sobre todo raros meses. La arranco mientras abro y
cierro mi ya vieja navaja; no me hace falta, puedo defenderme y el máximo arma
que llevan es una navaja, es posible que me ataquen, pero si descubren quién
soy me dejarán —aunque prefiero que no lo sepan.
Llego hasta una cafetería, que
puede sonar tópico, donde les encuentro. A todos y cada uno de ellos; riendo,
hablando…pasándolo bien. Limpio la nieve de un banco cercano a la ventana desde
donde los veo y me siento a contemplarlos. Tan cerca y tan lejos, tan queridos
y tan desconocidos, aunque hay cosas que no cambian: Amber y PJ agarrados,
Bells abrazando a Jess, Hood con Emma —que parece que ha ganado algo de peso— y
el resto jugando.
Recuerdo la vez que estuve con
ellos igual que lo están ahora. Dejamos los rencores aparte y le dimos al dueño
las navajas para que se fiase de nosotros. Tomamos chocolate y jugamos con la
nieve como niños. En esos momentos de mi vida reconozco que era feliz.
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