—
Estaba tan preocupado. Llevo todo el día aquí
esperándote porque tu portero no quería decirme si estabas o no.
—
Me estás haciendo daño —afloja el abrazo, pero no se
separa.
—
Lo siento, es
que oí algo raro anoche y me preocupé y te he buscado hasta dar donde vives.
—
Tranquilo, relájate —respira hondo y se aparta muy
lentamente.
—
Déjame verte —me inspecciona—. Vale, estás bien —vuelve
a abrazarme y me acaricia el cuello muy lento.
—
¿Nunca has oído que hierba mala nunca muere? —intento
quitar tensión, pues el señor Calhoun nos mira fijamente.
—
No bromees con eso —me riñe. Miro al suelo en busca de
alguna respuesta, pero ahí no las encontraré.
—
Tengo que entrar, mis padres ya habrán llegado.
—
¿Puedo ir contigo? —niego— Pues no te vayas.
—
No empieces, por favor.
—
Sólo quédate un poco más. He estado todo el día aquí
para verte y asegurarme de que estabas bien. Vamos a comer algo y me iré.
—
No sé…
—
Venga, será muy poco tiempo —me ruega y me lleva la
mano a su mejilla sin afeitar. Sus grandes ojos azules contrastan con el hostil
mundo del que viene.
—
Ven —le cojo de la mano y entrelaza los dedos como si
fuese lo más normal del mundo. Subimos a casa sin hablar, pero sé que está
tenso.
—
Te espero aquí —me dice cuando estamos delante de la
puerta.
—
Entra —abro y tiro de él con suavidad—. Mére, me voy a comer algo con Alex. Voy
a darme una ducha. Volveré pronto —anuncio a Anne, que estaba en el salón, y entramos a mi habitación.
—
Esto me va a suponer un problema.
—
¿El qué? —me quito la camiseta y cojo ropa limpia.
—
Se me ha olvidado lo que iba a decir —noto como me
sigue con la vista. Me río.
—
No rompas nada —le prevengo desde el baño.
—
¿Saldrías para ver qué he hecho?
—
Mi padre.
—
Entonces mejor me quedo quietecito.
—
Tampoco hace falta tanto —salgo un momento para coger
lo que se me había olvidado.
—
No hagas eso. Eso no es bueno para mi salud mental —me
mira fijamente.
—
Será la primera vez que ves a una chica en ropa
interior.
—
No, pero tú no eres una chica.
—
¿A no? —me acerco a él hasta estar enfrente suya, a
unos centímetros de su cara.
—
No una cualquiera; eres especial —alza la mano para
besarme pero me aparto rápidamente.
Seguimos en silencio hasta que
salgo de la ducha con una toalla. Él se da la vuelta mientras me visto y salimos
como si nada. Me despido de mis padres y me coloco el pinganillo sin que nadie
lo note. Ni una palabra hasta llegar a una cafetería a un par de manzanas de mi
edificio. Ni siquiera nos soltamos para sentarnos o pedir lo que queramos. Con
la luz indirecta se remarcan sus ojeras.
—
¿Has dormido esta noche?
—
No —traen su hamburguesa y mi batido de chocolate.
—
Y llevas todo el día sin comer ¿no es cierto?
—
¿Tanto se nota? —deja la hamburguesa y sonríe con
timidez.
—
Un poquito —volvemos a reírnos.
Volvemos muy despacio hasta
casa. Quiero alargar el tiempo lo más posible.
—
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
—
¿A qué te refieres?
—
A esto. A andar por la calle de la mano, sin
preocuparnos de que nos vean.
—
No lo sé —se encoge de hombros—. Contigo estoy bien, ya
sabes, me siento yo mismo. No necesito fingir —trago saliva y me paro
súbitamente — ¿Pasa algo?
—
Nada —fuerzo una sonrisa—. Yo también estoy bien
contigo —me rodea la cintura y me va empujando poco a poco hasta dar con la
pared.
—
Alice… —susurra mientras agacha la cabeza lo suficiente
para besarme el cuello.
Intento resistirme, pero estoy
acorralada. De todas formas una parte de mí tampoco quiere negarse: la misma
que no dudó un instante en salvarlo de entre los escombros, aun con la
posibilidad de perecer en el intento. Reúno fuerzas para apartarle cambiando
las manos de su espalda al pecho; en el tiempo en que las dejo quietas ahí me
asusto. No es él, sino su corazón y el ritmo tan acelerado y frenético que
lleva.
—
No podemos…Lo siento —apoyo la frente en su pecho y él en
mi hombro.
—
Ha sido culpa mía —se quita de mi lado.
—
Espera —lo retengo—. No es el momento, ni mucho menos
el lugar. Mis padres están arriba y…
—
Lo sé. No quiero presionarte.
—
Es que hay un problema —me acerco a él hasta sentir su
piel bajo la mía. Me aparto el pelo para disimular cómo me quito el pinganillo
y lo meto al bolsillo.
—
¿Cuál?
—
Que yo sí quiero que lo hagas —me pongo de puntillas y
le beso.
Poco a poco, disfrutando cada
segundo, cada caricia que me propina con sinceridad e incluso ternura. Saboreo cada
instante como si fuese el último. Sus brazos me rodean sujetándome como tenazas
y yo le rodeo el cuello, acariciándole a su vez la nuca. Me aprieta con tanta
fuerza que me hace daño, no puedo liberarme y bajo la cabeza para parar. Le
cojo las manos y las dejo delicadamente en la aparte baja de la espalda.
—
Con cuidado.
—
Perdona —está sin aliento.
—
Será mejor que me vaya.
—
Ahora sí que no pienso dejarte —repetimos la operación
con menos calma.
Apoyo de nuevo la cabeza en su
pecho y me aprieta contra él. Andamos muy lentamente hasta la puerta e intento
despedirme.
—
Mañana te llamo y quedamos. Damos un paseo o lo que
quieras, pero no puedo estar más de doce horas sin verte. Y menos ahora —habla
muy rápido para que no lo detenga.
—
No puedo. Perdona —me pongo de puntillas y poso mis
labios en los suyos.
—
¿Ni un poco? —interrumpe.
—
No —vuelvo a la carga.
—
Pero…Sólo…Un…—no le dejo terminar apenas las palabras
sin besarle. Ante su insistencia me separo y le miro a los ojos.
—
Me tengo que ir y puedes hacer dos cosas: seguir
hablando de por qué no puedo verte mañana o darme tal beso que me dure su sabor
hasta que te vuelva a ver.
—
Casi prefiero la primera, porque cuando empiece no
podré parar —se inclina y no interrumpe más.
El mundo se detiene durante ese
tiempo, no sé decir cuánto, pues estoy demasiado ocupada intentando dejar mi
mente en blanco para disfrutar del momento. Lo agarro con más fuerza para que
el efecto sea mayor. Él hace lo mismo, aunque con diferentes intenciones. Poco
a poco lo voy consiguiendo, pero siempre está el inoportuno…
—
¡Alice! ¡Arriba, ya! —nos separamos bruscamente.
—
Je viens, père —me
dirijo a Alex y me voy corriendo—. Lo siento.
Frank no me dirige la palabra
hasta que llegamos de nuevo al apartamento. Anne se me acerca y se frena antes
de abrazarme. Mira a Frank, que da su aprobación y lo hace.
—
¿Por qué has tardado tanto?
—
Estaba algo ocupada, ¿no es cierto, Alice? —se le
escapa una sonrisa en su habitual gélido rostro.
—
Es lo que pedíais ¿no?
—
Vale, me he perdido —admite Anne—. ¿Es por ello por qué
no contestabas?
—
No he hecho nada. He continuado con el plan, ya está
—me voy a mi habitación.
—
Vuelve aquí señorita —me ordena Frank—, y explica qué
estabas haciendo.
—
Por favor —interviene Anne.
—
Me…estaba con Al…Moore.
—
¿Haciendo qué? —insiste Frank.
—
B…—me cuesta decirlo abiertamente— Díselo tú, ya que
nos viste.
—
Ya eres mayor como para hablar de esto. Además, sólo es
un detalle de la misión ¿no?
—
Nos besamos ¿vale? Ya está, no sé por qué le dais tanta
coba a una tontería.
—
Que debería haber pasado hace dos meses —recalca.
—
Debió ser incómodo oírnos mientras tanto — Anne me
ayuda.
—
Y es hablarlo.
—
Antes de que te vayas dame el pinganillo. Debo
revisarlo, hemos perdido conexión durante un tiempo. Seguro que se ha roto.
—
No creo que haya sido eso, querido —la mira extrañado y
le tiendo el pinganillo después de verme cómo lo saco del bolsillo.
—
No vuelvas a hacer eso —me reprime—. Sabes que es para
tu seguridad.
—
Ya, como si fuese importante oír cómo nos besamos. ¿Y
si lo hubiese visto?
—
¿Cómo lo iba a ver?
—
Pues mientras… bueno cuando… no pienso entrar en
detalles.
Doy la conversación por
terminada. Programo el despertador y me tumbo en la cama después de ponerme el
pijama. Debo terminar con el pasado, pensar qué es lo que realmente sentí
cuando pasó eso con PJ. ¿Fue el momento, quiero decir, el cúmulo de
circunstancias o realmente fue como lo recuerdo? Lo recuerdo suave, cómodo,
pero sobre todo esperado. La verdadera pregunta es: ¿podría haber seguido sin
besarle? El problema de esto no es la pregunta, que por fin la tengo clara,
sino la respuesta. Por más que lo pienso no llego a una conclusión. Me gustó,
de eso no cabe duda, y por supuesto que fue especial, aunque algo tópico;
delante de su novia, tras un tiempo separados sin poder siquiera hablar,
habiendo terminado de tal manera, con la nieve, la posibilidad, y casi certeza,
de no volvernos a ver en, seguramente, años o incluso para siempre… He aquí el
fallo, la cuestión por la que ese momento sigue rondándome: es idílico pero
terriblemente imposible. Ya no nos conocemos, yo he cambiado de todas las
formas posibles y ya no sabe nada de mí. Por no hablar de si yo sé si él ha
cambiado o no y sobre si seríamos capaces de aceptar cada nuevo detalle,
suponiendo que pudiésemos estar juntos. Así que la conclusión debe ser un rotundo
NO.
Pero como recuerdo que dije una
vez, nosotros no mandamos en el corazón. «Pero podemos controlarlo» diría Frank
para contradecirme de nuevo y volver a tener la razón en gran parte.
Pongo freno a todo y me levanto
de un salto hacia mi escritorio. Ignoro el pequeño mareo y cojo papel y
bolígrafo. No sé que escribir. Tras un largo rato me aprieto las sienes,
esperando que las ideas salgan de golpe, que sea capaz de plasmar en un simple
papel todo lo que siento. Repito la operación hasta que me duele la cabeza sin
éxito.
—
¡Joder! —exclamo a ninguna parte.
—
Creía que habías dejado de decir esas cosas —Anne asoma
la cabeza por la puerta—. ¿Puedo?
—
Claro, pasa —me froto los ojos cansados.
—
Me gustaría hablar contigo —cierra la puerta de nuevo
tras ella.
—
Lo que quieras —respira hondo y se sienta.
—
Sé que no quieres hablar sobre esto, pero necesito que
lo hagas.
—
Sin rodeos, por favor.
—
Tienes que asegurarte de que esto es solo trabajo.
—
¿A qué te refieres?
—
Tienes que poner un candado a tu corazón. Es difícil,
lo sé, y más con tu edad...
—
No me lo puedo creer. ¿Tú precisamente me dices esto?
—
No te enfades, te lo estoy diciendo por tu bien.
—
Ese es el problema. Todos me decís qué tengo que hacer
y ya estoy cansada. Para lo que os interesa soy una niña y para otras cosas soy
adulta. Todo esto me ha destrozado la vida ¿no entiendes? —rompo a llorar y
Anne me abraza.
—
Tranquila.
—
No puedo. Es todo por culpa de mi padre, si él no
hubiese robado; si hubiese sido legal, yo ahora no estaría así.
—
La decisión fue tuya.
—
¿Y qué iba a hacer? ¿Ver cómo mi familia se
desmoronaba, pudiendo ayudar? Sabes que no soy capaz.
—
Por supuesto que lo sé pero, ¿qué te crees? ¿Que tu
familia ahora es feliz?
—
Por lo menos no hay nadie en la cárcel.
—
¿Has pensado en ti? Esto, créeme, es en parte bastante
peor.
—
Pues no te creo, lo dices para que no me ponga tan mal.
—
Lo digo en serio. ¿Acaso no estás privada de libertad,
viendo que todos sí la tienen?
—
Perdón.
—
No te preocupes. De todas formas quiero decirte que sé
lo que estás haciendo.
—
Pues explícamelo porque estoy perdida.
—
No lo estás. Pretendes alejar a todos de ti para, por
si algo ocurriese, que sufran lo menos posible. Así no conseguirás nada, sólo
quedarte sola y hacerte débil, como tanto temes. Aprovecha ahora que alguien ha
conseguido derribar tus muros, pues si sigues haciendo eso, no durará. Al final
se hartará de esperar por algo que ni siquiera estás dispuesta a dar o siquiera
dejar ver que tienes: tu corazón. Todos tenemos uno pequeña, y hay que
aprovechar al máximo los momentos así, porque no durarán para siempre.
—
Ahora sí que no lo entiendo. Frank insiste en que lo
debo tomar sólo como trabajo, incluso al principio tú también. Y ahora…mírate.
—
Como has dicho, al principio intentaba que tu idea
fuese esa, al igual que Frank; pero desde entonces sabía que iba a ser
imposible. Es una tarea ardua y requiere mucho empeño. Por supuesto, no he
tenido dudas en que te esforzarías al máximo, pero no es fácil hacerlo sin
implicarse emocionalmente, y más con tu edad y en estas condiciones.
—
Entonces, ¿por qué sigue insistiendo Frank?
—
Porque aún tiene esperanzas de que entres en razón.
—
Tú misma has dicho que es muy difícil.
—
Pero no imposible. Él se agarra a eso.
—
¿Tú me apoyas?
—
Yo te comprendo, y, bueno, supongo que un poco también.
Hay que admitir que el objetivo es un
chico muy apuesto y…
—
No es sólo eso. Alex —no intento ocultar nuestra
afinidad por primera vez— se porta muy bien conmigo, es un auténtico cielo.
Siempre está pendiente de mí y de que estoy bien. Cuando estamos solos…no sé
cómo decirlo.
—
¿El mundo se detiene? —me ayuda con una pícara sonrisa.
—
Exacto. Solo tenemos ojos el uno para el otro, lo noto
cuando me mira. Y creo que él también lo sabe.
—
Hija mía, lo noté hasta yo. Y eso que estuve un minuto
—se ríe y consigue sacarme una sonrisa—. No me imagino en el instituto tantas
horas juntos.
—
Allí es diferente.
—
¿Cómo es, en ese caso?
—
No es tan dulce, pero de todas formas… hace que me
estremezca. Tenemos un juego que es sólo nuestro: él me hace de rabiar y yo se
lo hago a él. Pero en realidad nunca nos enfadamos, sabemos qué decir, cómo y
cuando. Lo más divertido de todo es que nadie puede entrar porque cambiamos de
forma de ser tan rápido que al intentarlo el otro sólo consigue que le
ignoremos.
—
¿Cómo es él en general?
—
Divertido, mujeriego, tierno, dulce, algo arrogante… Lo
último es lo que hace que salten chispas. Para mal, porque no soporto ese tipo
de gente y para bien…bueno, no sé por qué, pero me gusta. Me enfada y no puedo
resistir estar más de un par de horas viéndonos sin hablarnos porque cuando se
da cuenta, que apenas tarda, me pide disculpas y está dispuesto a hacerme de
reír y a jugar de nuevo; dejándose ganar, claro.
—
Suena muy romántico —reflexiona.
—
No creo que sea eso exactamente.
—
Desde dentro no se ve igual. Recuerda que si ves las
cosas demasiado cerca, pueden parecer muy distintas a como lo son en realidad.
—
Lo que pasa es que tú nos ves con buenos ojos —la
sonrío.
—
No es eso. Fíate de mí —se levanta.
—
¿Algún consejo?
—
Aprovecha el momento. Sobre todo al chico que te está
brindando por ahora la vida. Ya veremos qué hacemos más adelante.
Me siento de nuevo en el
escritorio, con la mente algo más clara para escribir la carta que terminará
con todo. Definitivamente Alexandre Moore es con quien debo estar, por varios
motivos, aunque el más importante y por el cual si no lo tuviese, sería muy
distinto es, sin duda alguna, porque lo quiero como sólo he llegado a querer a
una persona. Teniendo en cuenta que la carta que estoy a punto de escribir
representa el amor y el sacrificio que puede llegar a pasar una sola persona
por otras, especialmente una persona que he querido desde que lo conocí.
Va a ser un golpe duro después
de lo que pasó, pero no puedo retrasarlo más. Tango que hacerlo y superarlo,
igual que él.
En la carta aprovecho a decirle
las cosas malas que me he aguantado. Debo asegurarme de que no venga a buscarme
—cosa de la cual estoy completamente segura que está planeando hacer—; y si
tengo que hacerle daño para ello, lo haré.
Termino la carta, con este
resultado:
PJ:
Es horrible tener que decirte
esto, sobre todo después de lo que ocurrió el último día. Me encantaría estar
frente a ti para contártelo, pero me resulta imposible dadas las circunstancias
en las que me encuentro. No pienses que soy cobarde, sólo lo hago por nuestro
bien y seguridad.
No podremos volver a hablaren
mucho tiempo. Es doloroso, pero necesito una salida a este mundo extraño donde
no conseguía diferenciar entre el pasado y el presente.
Eres mi pasado y ahí debes
quedarte. Hemos vivido infinidad de cosas juntos, tanto buenas como malas,
siendo en todo momento un gran apoyo en intentando protegerme ante el mundo;
pero debo decirte que no todo se arregla con peleas o con un beso. No puedo
olvidar esto, pero tampoco lo malo.
No sé si tengo derecho a
reprocharte lo que hiciste con Amber, pero sí a reclamar algo más de lealtad de
tu parte, independientemente de que no fuésemos nada de manera oficial, puesto
que el sentimiento existía. Fuiste un cobarde al no querer aceptarlo por mucho
que te lo quise decir a la cara. Reaccionaste como un niño malcriado
destrozando tu dibujo y poniéndote celoso por tonterías. Cruzaste los límites
defendiéndola y es más de lo que pude soportar. Con esa actitud no hiciste si
no derribarme.
Tan solo he puesto lo que más
daño me hizo, porque prefiero no revolver tanto el pasado.
Ya no soy tuya, ni tú nunca
fuiste mío.
Alice
Remato el nombre con una pluma
y doblo la copia menos emborronada por las lágrimas para meterla en el sobre.
Voy a contratar a un mensajero para que se la entregue en mano, así me
aseguraré que le llega. Miro el reloj: las tres de la madrugada. Me levanto y
paseo por el apartamento para estirar las piernas. En casa hubiese salido al
patio trasero y me habría tirado en la hierba húmeda mientras buscaba
constelaciones. Aún me gusta, pero llevo tanto tiempo mirando todo lo
relacionado con la misión que me he olvidado de lo que realmente me gusta.
Salgo a la amplia terraza,
mirando las luces de la calle. Coches, bares, farolas…parece que la ciudad
nunca descansa. Apenas se ven coches, pero sí algún que otro taxi, un grupo de
amigos medio borrachos que intentan mantener a otro en pie, una pareja
remoloneando separarse en la acera de enfrente… Todo tan tranquilo y alborotado
a la vez, porque nadie sabe la razón que puede llevar a hacer lo que están
haciendo. Quizá la pareja no quiere separarse porque alguno de ellos esté
enfermo u otro tenga que irse a otro país, o simplemente porque se quieren.
Tampoco nadie excepto ellos sabe por qué están llevando a su amigo y no le han
abandonado después de llamar a una ambulancia. Es posible que le peguen en
casa, o que su novia lo haya dejado, o tan sólo se ha pasado de la raya con la
diversión. Las cosas nunca son lo que parecen, y si hay que fiarse de alguien,
que sea de ti mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario