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viernes, 27 de mayo de 2016

Capítulo 20

Por el camino, pone la mano en mi muslo, increíblemente sin segundas intenciones, mientras conduzco siguiendo sus instrucciones. Al principio damos un rodeo por la zona, evitando que nos sigan, pero rápidamente nos encaminamos a Little Havana, el barrio cubano. Alex me besa varias veces el hombro, y no es que no me guste, es sólo que se centra demasiado en mí, y tampoco quiero que se acerque tanto a las cicatrices, de alguna manera me incomodan, aunque sé que lo hace porque a él no le importan, o eso pretende. Cuando nos adentramos en el barrio, se acabaron los gestos cariñosos, ambos miramos al frente, sin perdernos detalle. Las paredes tienen dibujos coloridos, pintadas de apoyo a su país y banderas por todos lados; incluso los carteles de las tiendas están en español. Salimos del centro para adentrarnos en una zona más complicada, con casas prefabricadas, muy juntas entre ellas y de una altura. En los porches, salen hombres armados desde puños de hierro y enormes machetes hasta automáticas. Todos, incluso los niños que juegan en la calle, nos siguen con la mirada de manera intimidatoria, y más aún cuando nos detenemos.
Comienzan a tensarse, pero cuando ven que es Alex quien se baja del coche, parecen relajarse, lo que no lleva a que bajen las armas. Me coge de la mano y nos acercamos a  uno de los hombres con machete, que no baja la mirada de mis ojos. En la distancia suficiente para que puedan estrecharse la mano, se centra en mi acompañante, pero no extiende el brazo ninguno de los dos, se saludan con un movimiento de cabeza.
¾    ¿Él está en casa?
¾    ¿Quién es? —me señala con el machete; es obvio que le cuesta mi idioma.
¾    No es de tu incumbencia —responde con voz seria—. Vamos.
Le azuza para que nos guíe y lo hace a regañadientes. Le obliga, incluso, a soltar el machete cuando nota que me pone nerviosa. Me besa en la cabeza cuando llegamos a un porche y el hombre se va, lanzándome una última mirada. Llama a la puerta con los nudillos hinchados y despellejados, y una mujer nos abre al poco. Es una mujer de tez morena, mayor y de apariencia cansada, pero aun así le muestra respeto inclinando la cabeza, evitando el contacto visual. Aunque puede que sea miedo, pero lo dudo.
Nos cede el paso sin decir una palabra y nos deja en el salón, sentados en el sofá antes de irse. La casa es austera y limpia, a pesar del resto del barrio, y podría decir que incluso acogedora, pero no quita de ser un sitio extraño.
Un hombre con los rasgos parecidos a los de la mujer, en chándal y con el brazo en cabestrillo y vendado hasta parte del pecho, entra en la habitación y se saluda con Alex, esta vez sí con un buen apretón de manos y una ligera sonrisa por parte del segundo.
¾    Señor, ¿qué hace aquí? —nos invita a sentarnos de nuevo.
¾    He estado con Miguel, y quería ver cómo estás. ¿Lo llevas bien?
¾    Sí, algo drogado para el dolor. ¿Y tú? —deja los formalismos a un lado.
¾    Bien, poco a poco —cambia la expresión amistosa de repente por una mucho más seria y temible—. Tenemos un traidor.
¾    ¿Quién?
¾    Sean Coleman. Llevaba un club de prostitutas bajo mi nombre; abusaba de mi protección.
¾    Llamaré a alguno de mis hombres para que vayan a por él. Iría personalmente, pero ya ves —mueve el brazo vendado.
¾    La policía ya se ha encargado.
¾    ¿Policía?
¾    Eso parece. Nos sorprendieron cuando le descubrimos, tuvimos que salir corriendo. Vive en Overtown, ¿verdad?
¾    Qué hijo de puta... —murmura— Se trasladó al centro no hace mucho. Me extrañaba que ganara tanto dinero, pero supuse que los negocios habían ido bien.
¾    Demasiado. Sé que trabajabais juntos a veces, así que he venido a avisarte —se pone en pie—. Por el momento no sé si tiene a más hombres, pero pueden sospechar algo de ti.
¾    Alexander, yo te juro que no...
¾    Tranquilo, sé que no tienes nada que ver. No quiero que Ana se quede sin padre —susurra—, ni tú sin hija.
¾    ¿Y qué puedo hacer? No puedo dejarte solo ahora, tienes mucho por lo que preocuparte —me mira de reojo.
¾    Deja de pensar en mí, Jorge. Tienes que...
¾    ¿Nos das un minuto? —le cojo del brazo bueno y le aparto. El cubano nos mira sorprendido, pero Alex ya me conoce.
¾    ¿Es una niña pequeña?
¾    Sí.
¾    ¿No tienes a nadie que pueda hacerse cargo de ella durante un tiempo? Entiendo que él tenga que quedarse, pero si le pasa algo necesitará un hogar. No soportaría que le ocurriera algo a una cría.
El recuerdo de mi pequeña es demasiado fuerte todavía. Me siento culpable por no haberme acordado de ella en tanto tiempo, era mi hermana y me distraje con cosas que no merecían la pena como ella. La idea de otra niña sin padre me destroza. Bajo la cabeza para tomar aire y él me la levanta por la barbilla; me besa con suavidad, comprendiendo en lo que estoy pensando, y se dirige a Jorge.
¾    Tengo una casa libre a las afueras. Paul la recogerá mañana y se quedará hasta que vayas en un par de días, cuando todo se haya calmado —dice con tono firme—.Os quedareis allí hasta que vuelvas a estar al cien por cien, ¿oído? Te haré llegar la dirección.
¾    Eso sería abusar de ti, me niego.
¾    Jorge, hazlo por ella —intercedo con voz dulce—. Este barrio no es seguro, y mucho menos ahora.
¾    ¿De dónde eres? —me mira con curiosidad; si ha notado el acento, es bueno.
¾    Francia —no termina de fiarse.
¾    Prometed que si me pasa algo...
¾    No va a pasarte nada, hoy mismo me encargaré de todo.
¾    Hablo también por la policía —repone serio—. Dime que la cuidarás —se dirige directamente a mí, lo que me sorprende teniendo en cuenta que no me conoce de nada—. Dame tu palabra de sangre.
Aguanto la respiración unos instantes. Esa es una expresión que se usa entre bandas para asegurar las treguas. Apenas había de donde yo vengo, pero aun así la conozco, y está claro que él lo sabe, y se va a aprovechar de ello. Ahora sí que tengo miedo. ¿Cómo es posible que lo sepa, quizá el acento que ha oído no era francés, sino neoyorquino?
¾    He visto el tatuaje, eres de la calle, como yo. Por favor —me tiende una navaja.
La siento extraña en mis manos, hace mucho tiempo que no uso ninguna y me encuentro incluso algo incómoda, ya que este es un momento íntimo entre dos personas que saben el significado de esto. Una vez que se hace el juramento, se promete dar la vida si es necesario por cumplirlo, y si se falla voluntariamente, se paga igual de caro.
Cojo la navaja y, tras hacer un corte superficial en la yema del dedo y él imitarme, nos estrechamos las manos, mezclándose la sangre de ambos en el apretón.
Alex se revuelve incómodo, aunque creo que está más confundido que cualquier otra cosa. No sabe qué hacemos, el porqué ni tampoco qué quería decir antes. Eso significa que tendré que explicarle cosas más adelante. Espero encontrar la manera.
Una vez pasado el momento, damos por finalizado el encuentro.
¾    Me aseguraré de que no necesitéis nada —se estrechan las manos y veo cómo Jorge le da un papel.
Separados, volvemos al coche, cada uno pensando en sus cosas. Mi cabeza ahora es una extraña y caótica mezcla de temas: mi hermana, mis padres, todos los que he considerado como tales, quiero decir, Nueva York, el instituto, las peleas, Patrick...
Mientras que él no expresa nada, sabe hacerlo a la perfección cuando quiere, y odio esos momentos. Ahora está concentrado en algo, sus ojos ausentes lo revelan, pero no sé si quiero saber en qué. Con esto, Paul parece más un chico de los recados que el protegido de un mafioso, no obstante, las misiones que le encarga no son poca cosa de todas maneras; supongo que será una especie de entrenamiento, para que aprenda a proteger a quienes él indique que son necesarios. Y, como dijo, es en quien más confía, y eso conlleva cierto precio que no todos están dispuestos a pagar.
Cuando nos sentamos de nuevo en el coche, me recuesto en el asiento y él hace lo mismo, cerrando los ojos.
¾    ¿Te duele?
¾    No. Al, Jorge es...
¾    No tienes por qué explicar nada —yo, por el contrario, demasiadas cosas—, son tus asuntos y yo no voy a meterme.
¾    Es algo tarde para eso ¿no crees?
¾    Sólo quería ayudar
¾    ¿A cambio de qué? ¿De tu vida? —la conversación acaba de tomar un rumbo que no me gusta nada.
¾    Podría haber acabado con él yo sola.
¾    Ya veo cómo —me mira de reojo el labio partido.
¾    No voy a entrar de nuevo al tema, Alexander, no quiero discutir más contigo.
¾    Bien, porque también tendrías que explicar algunas cosas.
¾    Por favor —bufo y estoy a punto de salir del coche, pero me coge del brazo.
¾    Perdón, no debería haber dicho nada.
¾    No, no debías. Y ahora pretenderás que sea tu chófer.
¾    No quiero que seas mi chófer, quiero que me acompañes a todo, confío en ti más que en nadie, te necesito a mi lado.
¾    El pequeño Paul se pondrá celoso —murmuro.
¾    No cambias —sonríe, pero se le borra en seguida—. Tendrá que aguantarse, si vamos a ser pareja...
¾    ¿Por qué no dejamos de intentar poner nombre a todo y me dices dónde vamos? —cambio de tema, no me siento cómoda hablando de esto sabiendo que tendré que entregarle.
¾    No, espera —insiste al ver mi evasiva—. Alice —atrae mi atención.
¾    ¿Qué? —respondo en tono brusco.
¾    No te entiendo.
¾    No tienes que hacerlo.
¾    Sí, si tengo. Tú misma dijiste que nada de secretos, y te los estoy permitiendo porque sé que me los dirás cuando estés preparada, pero necesito saber que no soy el único que se está entregando para más allá de unos meses —habla atropelladamente—. Porque no quiero repetir lo de entonces.
Clava su mirada en la mía, rogándome respuestas que no puedo darle. ¿Cómo puedo mirarle a los ojos sabiendo que todo está basado en una mentira, que voy a traicionarlo?
No puedo, me es imposible. Está siendo totalmente sincero y, de nuevo, yo no. Me encantaría decirle que lo que realmente quiero es estar con él el máximo tiempo posible, huir con él lejos de todo y comenzar una nueva vida. Quizá así fuéramos felices los dos, sin policía o delincuentes de los que preocuparnos, tan sólo el uno del otro. Pero sé que eso es imposible, él no va a dejar este mundo, ni siquiera por mí, y yo no tengo otra opción que detenerle. En verdad, prefiero ser yo quien lo haga, pues aunque le sea doloroso, yo sé cómo tratarle. Si fuera cualquier otro se rebelaría y estaría en aún más problemas. Por ello una de las condiciones que puse en su momento fue encargarme personalmente; entonces fue por odio o rencor, aunque ahora no sabría decir el qué exactamente, pero ahora que le conozco mejor que nunca doy gracias a aquello, no podría ver que nadie le hiciera daño.
No soy capaz de devolverle la mirada ni siquiera un par de segundos seguidos, así que tomo aire, y sin mediar palabra, le quito el papel de la mano y lo leo. Él no se opone, por el contrario suspira y se recuesta en el asiento con una mueca que no pretende fingir. El camino es incómodo, reina el silencio de una manera que no lo ha hecho nunca, augurando el final, el fracaso; no obstante, me niego a que sea así. Le comprendo, es lógico que tenga miedo a que le rompa el corazón; ha estado tanto tiempo aislado para evitarlo y de repente aparezco y echo por tierra todos esos años, sin embargo no es el único que se siente así.
Intento mantener la mente en blanco, pero no paran de venírseme imágenes a la cabeza: las diferentes víctimas de ambos casos, sus familiares, los míos, sus posibles asesinos sin rostro pero que todos toman la forma del de Alexander. Sacudo la cabeza para expulsar todo eso, pero con la cabeza también se mueven las manos y a su vez el volante. He de girar bruscamente para evitar otro coche de frente y echo la cabeza de golpe en el respaldo. Alex vuelve a mirarme, pero no se atreve a decir nada.
Continúo como si no hubiera ocurrido nada por la estrecha carretera que nos lleva directos a Downtown, un barrio bastante nuevo y caro, plagado de altos edificios para empresas en auge. Los pisos, según tengo entendido, son muy costosos, por no decir exclusivos. Los empresarios más emprendedores ya se han hecho con alguno, y no me extraña que Alexander tenga otro para estudiar mejor el terreno. Los ricos son los mejores clientes, el estrés del día a día les obliga a buscar vías de escape, y ¿cuál mejor que la droga?
Por otro lado, abrir un club tampoco sería mala idea, no hay casi ninguno por aquí, y es un negocio asegurado. Pero no hemos venido aquí para eso, Jorge no le daría una dirección de algo que ya sabe. En el papel sólo pone el nombre de la calle, así que tendremos que arreglárnoslas para conseguir el resto. No sé para qué, pero sí que quiere ir más que cualquier cosa, y pienso ayudarle si puedo. El aparcacoches se ofrece, pero Alex me indica que no le permita coger las llaves y así hago. Rechaza mi mano para bajar y se pone la chaqueta, ignorando el calor, y yo intento taparme lo máximo posible con el pelo, aunque no sé ni por qué. Entramos en la recepción, hecha con cristal y piedras oscuras, con un mostrador a la izquierda igual al de los edificios de negocios de Nueva York. Supongo que intentan asemejarse lo máximo posible a su ambiente, pero Miami jamás será igual, bien por la gente o por el clima, pero cada uno es único a su manera. Él se acerca al mostrador, donde un hombre niega con la cabeza su petición. Al parecer, estamos por Coleman, vive aquí. Ha preguntado por su piso, ya que sabía que él no iba a bajar, sin embargo, el recepcionista no va a dar su brazo a torcer; al menos ante otro hombre. No le ha prestado especial atención, pero sí se ha fijado en que yo venía con él, o que he entrado a la vez, así que lo mejor será que crea lo contrario.
Se queda protestando hasta que me ve hacerle un gesto para que se retire. Aprieta la mandíbula, pero me hace caso. A pesar de todo, sigue confiando en mí.
Me bajo la camiseta, revelando más piel que antes y desde luego escote, y me acerco al mostrador haciendo resonar el pequeño tacón de mis sandalias. El tipo alza la vista y capto su atención al instante, el primer paso está dado. Me apoyo por los codos, y casi veo cómo sus pupilas se dilatan al apartar la vista de mis ojos a más abajo. En verdad creo que nunca ha llegado a estar arriba, y por lo que parece, Alexander cree lo mismo. Le veo retorcerse por el rabillo del ojo y apretar los puños, se está reprimiendo, pues si pudiera le pegaría un puñetazo por mirarme así. Por suerte, yo estoy acostumbrada a ese tipo de miradas e incluso a palabras peores, así que no me afectan. Incluso me divierten.
¾    ¿Puedo ayudarte?
¾    Sí, verás —le sonrío abiertamente—, mi hermano y yo —señalo a Alex— queremos darle una sorpresa a Sean, mi otro hermano, pero se nos ha olvidado el piso. Como comprenderás no puedo llamarle, porque se supone que estamos en California, pero me preguntaba...Si, quizá, un hombre amable pudiera ayudarme.
¾    Lo siento, pero yo...
¾    Por favor —me inclino más—, es importante para mí. Y no me importaría recompensar a quien me ayudara...
Estiro el brazo para cogerle de la corbata y le atraigo hasta que la distancia entre nosotros se limita a un par de centímetros. Le rozo los labios con los míos y le suelto, pero le acaricio por los hombros. Él me mira de arriba abajo y me toca con la yema de los dedos la mejilla. Como respuesta, me aparto lentamente.
¾    ¿Entonces nos dejas entrar? —susurro.
¾    ¿Tu teléfono? —con una sonrisa, le doy un número y nombre falsos y él la dirección.
Sonrío una vez más, le beso la mejilla, y vuelvo con Alex con la llave en la mano. Continúa con la cara de enfado incluso en el ascensor, cuando me acerco a él aprovechando que estamos solos.
¾    A veces una mujer es útil —intento rebajar tensión.
¾    No tenías por qué insinuarte así.
¾    Tú lo habrías hecho igual de haber sido al revés —se hace el silencio—. ¿Recuerdas la vez que estuvimos en el ascensor yendo a mi casa, solos, hacía frío pero apenas lo notábamos...? —le beso la mandíbula.
¾    No —me aparta.
¾    Venga ya, Alex, deja de una vez los celos.
¾    Perdona si no me gusta verte con otros, debo ser el raro.
¾    Si quisiera estar con otros, no estaría aquí, ya te lo he dicho. Hago esto porque te... —tomo aire— Sólo... Lo siento ¿vale? —me dejo caer contra la pared.
¾    ¿Estás bien?
¾    Claro —cierro los ojos.
Me duelen las costillas, especialmente el lado derecho, y temo que se haya resentido el hígado con los golpes, aunque es más probable que me haya hecho una contusión o, como mucho, que tenga una astillada, pero no creo que sea para tanto, me habría dolido antes, no obstante, la adrenalina ha podido retrasar el efecto y hacer que sea ahora cuando lo empiece a notar. El caso es que no me siento del todo bien, y Alex se ha fijado. Inconscientemente, me llevo la mano al punto del dolor y cierro el puño.
¾    No, no lo estás. Necesitas un médico. ¿Por qué no se lo has dicho a Miguel?
¾    Porque no es nada, de verdad —las puertas se abren—. Y debemos centrarnos.
¾    No se puede ser más cabezota —se queja.
¾    ¿Apostamos? —le miro de reojo.
Salimos del ascensor para encontrarnos en un sencillo descansillo con una puerta de llave clásica. Introducimos la que el recepcionista me ha dado y no me puedo creer lo que veo. El piso es enorme, rodeado de ventanas por todos lados, con televisores en cada cuarto, baños del tamaño de habitaciones y habitaciones del de comedores. Está ricamente decorado con cuadros caros, que supongo serán imitaciones, pero aun así tampoco son fáciles de conseguir. Tiene un par de plantas de interior, y todo está perfectamente recogido. Cuando entra Alexander, le detengo de tocar nada. Si hay una investigación policial —que la habrá—, lo primero que será es mirar huellas en su casa posteriores a su muerte, y lo que me faltaba sería tener que dar explicaciones. Busco el cuarto de escobas, una puerta escondida al lado de la principal, y encuentro una caja de guantes de látex. No he podido tener más suerte. Nos los ponemos y comenzamos a inspeccionar la casa, sin tener muy claro lo que buscamos. Supongo que pruebas de su traición, pero tengo que preguntárselo para confirmarlo. Yo, por mi cuenta, busco otra cosa. Me sujeto el costado con una mano mientras que con la otra revuelvo en varios cajones, y cuando estoy a punto de darme por vencida, un sonido hueco capta mi atención: un doble fondo. Saco la primera tabla y veo que está lleno de fotografías de mujeres, tanto pornográficas como no, y todas sus caras me suenan de algo: son las mujeres del club. No obstante, hay algunas que no, así que supongo que serán las próximas. A parte, hay una carpeta con las iniciales AM & ADF. No dudo ni un segundo en abrirla, y observo que hay apartados con el nombre cada víctima, fotografías de seguimiento, algunas con Alexander, y otras de gente que no conozco de nada. Esto se repite con cada una, a incluso hay notas enganchadas que confirman la muerte de las chicas. La pena es que no especifica nada, porque de no ser así le podrían haber metido en un buen lío, mayor incluso del actual; lo bueno es que las fotos con Alex le sacan de entre los sospechosos. Me gustaría llamar a Amy de inmediato, decirla que venga corriendo para recopilar toda esta información y hablar de lo que pensamos cada una, pero ahora no es el momento, y estoy segura de que lo comprenderá. Por el momento toca estar con Alex y sólo con él, bueno, con él y con Coleman al parecer. No hay nada personal en el piso, nada que pueda servir para llamarlo suyo, pero supongo que, con la dirección, conseguirán el nombre para imputarle. A demás, si he encontrado las fotografías, también debe haber documentación plagada de sus huellas.
Dejo todo en su sitio, no sin antes de dejar una marca en el cajón correspondiente: un papel pegado. Amy lo entenderá, sabrá que habré estado. Justo cuando lo cierro, oigo a Alex hablar, y no amistosamente.
¾    Qué hijo de puta —murmura enfadado.
¾    ¿Pasa algo? —entro en el dormitorio con él.
El dormitorio es igual que el resto de la casa, frío. Él está sentado en la cama, con papeles repartidos por esta y cajones salidos y revueltos. Se nota que nunca ha hecho un registro sigiloso, y por un lado lo agradezco, pero por otro me dice que tendré que trabajar el doble para arreglar el estropicio. Debería decirle que se levantara para no dejar ningún rastro, pero lo paso por alto de momento y me centro en los papeles. Son de negocios, cuentas varias con nombres de personas, locales y muchos números que juraría que son de identificación de algo; tendría que estudiarlos para saber si son coordenadas, de la seguridad social, fechas mezcladas... Resisto mi curiosidad y cierro la mano para impedirme coger ninguno; ya me enteraré de lo que son en su momento.
¾    ¿Ves esto? —me enseña uno— Esto es un número de cuenta de Barbados. Estaba desviando dinero a una cuenta suya. Mi dinero. Ganado a mis espaldas explotando chicas —ya no tendré que investigarlo.
¾    ¿Cómo sabes que es Barbados?
¾    También tengo una ahí —le resta importancia, yo alzo una ceja—. No es nada especial, tengo alrededor del mundo. Para que sea difícil localizarlo. Es algo difícil de explicar cómo lo gano. Pero este cabrón lo tiene todo ahí. Podría...
¾    ¿Podrías? —le animo a terminar la frase.
¾    Tengo amigos que podrían desviar todo eso a otra cuenta en diez minutos. Una en Francia, por ejemplo —me mira de reojo.
¾    No, ni en broma. No voy a permitir que lo hagas.
¾    ¿Por qué? Se estaba haciendo de oro a mis espaldas, te ha pegado, ha intentado abusar de ti, de mi confianza. Es justicia.
¾    Tienes un concepto de justicia peculiar, sin duda, pero no puedes hacerlo —me mira para que continúe—. Llegarán hasta ti, ¿nunca has oído que todo deja rastro? Serás el primero al que investiguen.
¾    Pero no sospecharán de una turista francesa.
¾    Una cantidad de dinero así dejará huella por toda Europa antes de llegar a París. Seguirán el rastro hasta mí, entonces me vigilarán y ¡bingo! Tú en la cárcel y yo deportada, como mínimo, y sin poder volver a los Estados Unidos en la vida.
¾    No permitiré que eso ocurra —se levanta y me coge el rostro entre las manos.
¾    Entonces deja todo como está, deja que se encargue la policía y vámonos a algún sitio lejos de aquí. Ni siquiera sé qué es lo que estamos haciendo —hablo en apenas un susurro, quiero que continúe entre nosotros.
¾    No puedo, Al. Comprende que es un asunto personal, debo ser yo quien...
¾    No —me separo—. Escucha: podemos comprar a un policía o incluso a algún preso para que le dé una lección, pero si lo haces ahora todas las miradas caerán sobre nosotros, recuerda que pueden acusarnos, nos han visto; pero si esperas un tiempo —le cojo por los brazos para centrar toda su atención en mí—, darás la impresión de tener gente en todos lados, ser inteligente, y de que quien te la hace te la paga tarde o temprano. No querrás aparentar ser un gorila más.
¾    Me gusta cuando dices ''nosotros'' —se agacha para besarme.
¾    Céntrate, Moore. ¿Qué vas a hacer?
¾    Quizá tengas razón —me coge de la cintura—, pero no puedo simplemente comprar a un policía. No puedo entrar en una comisaría así como así.
¾    Eso déjamelo a mí, ¿quieres? ¿Qué dices, nos vamos a por unos margaritas? —le beso la mandíbula.
¾    Se me ocurre una idea mejor —me empuja suavemente hasta hacerme caer sobre la cama llena de papeles.
Los aparta de un manotazo y me besa el cuello poco a poco. Por un momento, me olvido del resto del mundo, eso es lo que consigue con todo lo que hace. Baja las manos hasta mis caderas y comienza a subirme el vestido. Sus besos no hacen más que avivar la chispa, que ya de por sí no necesitaba nada para hacerlo. Entrelazamos los dedos y con la mano libre le aflojo la corbata y me la paso por la cabeza, sonriendo divertida. Rara vez no la lleva, y sé que es una manera de decirnos que debemos estar relajados, en confianza el uno con el otro. Ahí donde me toca noto un hormigueo, no como fuego, como esperaba, algo completamente distinto, algo que sólo él puede aplacar, pero que a la vez es la causa. Consigo mirarle a los ojos, detenerme y controlarme, para calmarle. Siento cómo su corazón late a toda velocidad, al igual que el mío, y con una suave caricia cede a detenerse.
¾    Así no —susurro.
Asiente lentamente y se quita de encima de mí. Me mira serio mientras se abrocha los botones de la camisa y yo recojo los papeles del suelo e intento alisar los que hemos arrugado, ya no tienen sentido los guantes, nos los hemos quitado hace un instante y hemos dejado ya nuestras huellas por toda la colcha. Él se me une enseguida y entre los dos conseguimos arreglarlo todo rápidamente. No me pasa desapercibido que se guarda uno de los papeles en la chaqueta que habíamos tirado al suelo, pero prefiero que se lo lleve, así se sentirá más seguro y, si tiene que dar explicaciones al resto de gente que tenga a su cargo, será mejor para su negocio. En el salón, se detiene para volver a mirarme y se queda pensativo antes de hablar.
¾    ¿Tú has encontrado algo?
¾    Nada.
¾    Pensé que tendría algún registro de las chicas, algo con lo que poder amenazarlas para mantenerlas allí.
¾    Quizá lo tenga Smirnov, eran socios —no me gusta mentirle, pero es lo que debo hacer.
¾    Posiblemente. Tengo que hablar con él.
¾    Eso si no está detenido. ¿No hablasteis antes de entrar?
¾    Lo intenté, pero oí tu grito enseguida —entonces sí que hay que hablar con él.
¾    No te preocupes, no hay pruebas en tu contra. No pueden...
¾    Esos papeles no han sido lo único que he encontrado —entra en el ascensor.
¾    ¿Has visto algo más?
¾    Sí. Documentos de ese estilo firmados por mí —añade sombrío.
¾    ¿Cómo? —alzo la voz— Me has dicho que no tienes nada que ver.
¾    Y así es, pero ese cabrón sabe muy bien cómo falsificar una firma. Te juro que no los había visto antes, pero pueden incriminarme por tráfico de personas, entre otras muchas cosas.
¾    Está bien, saldremos de esta, sólo tienes que darme algo de tiempo.
¾    ¿Qué piensas hacer?

¾    Estoy en ello. 

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