Hablamos hasta que consigue todas las
respuestas que quiere —podría haber preguntado mucho más, pero parece tener
miedo a ello, quizá por no hacerme sentir peor o por el suyo propio a descubrir
más cosas que no son agradables de saber para una amiga. Ya sabe muchas, más
incluso que la mayoría de los que conozco y considero de cierta confianza, sin
embargo, no he llegado a abrirme así con nadie desde hacía tiempo.
Resulta liberador, la verdad, ahora siento una carga menos
encima, y espero que me ayude a que me comprenda mejor en las cosas que hago,
al menos ahora conoce toda la historia y no sólo retazos. Podré hablar
libremente de lo que quiera porque ya lo sabrá todo, y si es necesario, creo
que podría defenderme. Aunque depende de la situación.
En casa, Amy decide dar uso a la piscina que tenemos en el
patio trasero, ya que, como mucho, creo que la hemos usado un par de veces —y
con 'hemos' me refiero a 'ha', tuvo su utilidad en su proceso de recuperación,
pero yo me limitaba a mirar y animar desde fuera—. Ahora que lo pienso, no sé
por qué en la mayoría de series policíacas los asesinos se deshacen de las
pruebas con agua, cuando es más que obvio todo lo que hace es eliminar las
huellas dactilares, y hay ciertas herramientas que aun así consiguen sacarlas;
es mucho más eficaz un fuego debidamente controlado, a lo mejor en una chimenea
para no despertar sospechas. Creo que no debería pensar en cómo destruir
pruebas, dado mi expediente, aunque conocer a tu enemigo es el mejor arma, así
que lo tomaré como excusa.
— Al
—Amy reclama mi atención desde el agua.
— ¿Eh?
— Cámbiate
de ropa, no vamos a salir —señala mis vaqueros largos, aún con la ropa de Los
Ángeles; lo cierto es que hace más calor de lo que esperaba, aunque sea casi de
noche—. He pedido cena y debería llegar en un rato.
— No
tengo hambre. Y he quedado —alzo los informes que estaba leyendo—, acabo de
recordar algo sobre el hermano de Nancy Torres y quiero continuar.
— Sabes
que eso es siniestro, ¿no? —me saca una sonrisa a la fuerza—. Y ya lo
resolvimos, fue un ajuste de cuentas. Como todo últimamente —suspira.
¿En serio que ya se resolvió? Reconozco que no he estado muy
al día con los asuntos de la policía, pero pensaba que al menos podía mantener
un ritmo algo atrasado, no tanto. De todas formas, corren rumores de que su
hermano, un tal Paul de unos veinte años o así, está relacionado con Moore, por
lo que dejaré el informe cerca para echarle un vistazo más tarde a ver si
consigo algo en claro. No hay nada en la base de datos sobre él, de manera que
esperaré a que se delate solo o que pueda verle con Alexander, aunque
sinceramente, con lo grande que es la mafia, tengo mis dudas.
— Mañana
iré a buscar a Moore a ver si puedo sacarle algún tipo de información.
— ¿De
esto?
— De
lo que pueda —me encojo de hombros.
— ¿Entonces
nada de margaritas? Pues tendré que beber sola —intenta darme pena cuando me
levanto de la tumbona para meterme en la casa.
— Llama
a Aaron. Pondré la música alta.
Le propongo con una sonrisa maliciosa y, antes de darme la
vuelta, veo cómo empieza a sonrojarse. No está mal que sea yo quien me meta en
sus temas amorosos por una vez. Me río y sé que se enfadará conmigo por
decirlo, pero la verdad es que prefiero divertirme un rato a haberme callado, demasiado
tengo que hacerlo fuera de estas paredes. Y yo le he dado carta blanca para
hablar conmigo de lo que quiera, lo que no es poco, conociéndome, así que tengo
el mismo derecho con ella.
Echo un vistazo al cielo con el característico naranja
atardecer, y subo a mi cuarto. Me pongo unos pantalones anchos de pijama y la
camiseta de tirantes de siempre antes de sentarme en la cama y abrir el cajón
de la mesilla para sacar mi antigua navaja. Es increíble cómo una simple charla
puede cambiar tanto a una persona, hace unas horas no quería ni oír hablar de
mi antigua, verdadera vida, y ahora, sin embargo, me han entrado ganas incluso
de volver. No para quedarme, claro, sino para ver qué ha sido de aquello. Me ha
hecho pensar en qué habría sido de mí de no haber entrado en el FBI. Podría
haber llegado a algo serio con Patrick, habríamos seguido en la banda hasta…
¿cuándo? No lo sé, seguramente hasta que uno de los dos hubiera muerto por una
pelea o por una complicación en alguna enfermedad por el ritmo de vida que
llevábamos; no descarto nada, ya que fácilmente podríamos habernos enganchado a
alguna droga dura, no es una idea tan descabellada, dado que yo lo estaba a la
marihuana y bebía bastante a menudo. Quizá esa vida hubiera sido mejor que
esta, al menos no habría sufrido tanto.
La navaja me la dio mi hermano una vez que le visité, con
intención de hacerme volver, diciéndome que prefería verme pelear con navajas
que codearme con tipos con pistolas y con un chaleco antibalas. De momento, no
he visto a Alexander empuñar un arma, así que por esa parte no debe
preocuparse, aunque sus guardaespaldas tengan dos cada uno y yo vaya desarmada
con un hombre que se deshace de las mujeres con las que sale en cuanto cree que
le empiezan a molestar.
En este caso, ha sido él quien ha insistido en intentarlo,
sin embargo, no sé cuánto puede durar este estado de embriagadora felicidad, por
falsa o fingida que sea. No lo tengo claro todavía. Él tiene el corazón
demasiado roto como para sentir correctamente y la mente demasiado perturbada
por las ideas de venganza que su padre le inculcó. No sé lo que pasaría si
descubriera lo que hice. Es sólo cuestión de tiempo.
Pruebo a manejar la navaja equilibrando el peso en la palma,
abriéndola y cerrándola con facilidad. Sonrío inconscientemente al ver que no
he perdido destreza y la lanzo contra la pared, que se clava exactamente donde
quería con una ligera vibración. Esta vez sí me doy cuenta de que las comisuras
de mi boca se alzan.
Me levanto para recogerla y la pongo en su sitio, guardándome
el sueño junto a la pistola, antes de dormirme. Después del día tan intenso, es
lo que más necesito.
Nada más despertarme, hago el desayuno para las dos y me
como el mío saboreando cada gramo. Hacía tiempo que no comía y la verdad es que
se agradece, y más después de dormir hasta casi mediodía. Amy sigue en la cama,
a saber cuándo se acostó. No creo que me haya hecho caso, así que lo más
probable es que se haya quedado hasta tarde viendo cualquier culebrón en la
televisión, sin embargo, al ver sobre la mesa papeles, comprendo que se quedó
trabajando. Leo por encima lo que pone y me doy cuenta que es un seguimiento a
Alexander durante el tiempo que no estuvimos activas esperando a que ella se
recuperara. Ha aumentado su seguridad, aunque se sigue sin saber exactamente la
posición de su casa, dado que siempre hay algo que distrae al agente que lo
hace, bien un hombre, una furgoneta o un semáforo. Me resulta increíble que una
sola persona (con cierta seguridad de apoyo) sea capaz de burlar a varios agentes
especialmente entrenados para el seguimiento de sujetos. Aunque seguramente su
padre le haya enseñado a él a esquivarlos, a no dejar huella, lo que no me
sorprende tanto. Debería intentar que me lleve a su casa, o al menos encontrar
algún indicio que pueda llevarme hasta ella más allá de lo que han logrado mis
compañeros.
Creo que lo mejor sería que me pusiera al tanto del caso con
lugares que frecuenta y cosas por el estilo, lo que me puede dar pistas de los
locales que controla y de la gente que está de su lado.
De momento, sólo se sabe que mantiene trato con la mafia
rusa y sospechan que son ellos los principales proxenetas. Sin embargo, de lo
que están seguros es que respecto a la droga, se la proporcionan los italianos
a cambio de protección en algunas zonas y que las armas son completamente
suyas. Yo podría conseguirle mercancía mejor con los contactos de la policía,
aunque no creo que sea cien por ciento legal. Supongo que me arriesgaré a que
me descubra el FBI a cambio de la confianza de Alexander, no tengo demasiado
que perder hoy por hoy. Dejémoslo como un plan B, por si acaso.
Cuando Amy se levanta y ve lo que estoy haciendo, en seguida
se pone a ayudarme con lo que le pido e ideamos un plan bastante descabellado y
completamente en su contra, pero no tiene nada que hacer contra mi tozudez. Al
menos sabe dónde estoy y qué voy a hacer, no obstante, quizá sea peor, pero es
mi compañera a las buenas y a las malas.
Me visto con un vestido demasiado atrevido para mi gusto,
pero es lo que hay si quiero conseguir lo que me propongo, me arreglo más de lo
necesario y salimos por la puerta.
Sabemos la existencia de algunos prostíbulos clandestinos
llevados por los rusos y Moore, pero sólo hay uno que sea del estilo que nos
interesa. Alto standing. Las mayores fortunas de Miami se reúnen aquí para
engañar a sus esposas o simplemente pasar un buen rato con alguien escogido a
la carta a cambio de mucho dinero.
Mi compañera me desea suerte en un susurro cuando bajo del
coche y me encamino a la puerta. Por fuera parece un club de copas cualquiera,
exclusivo para ricos, eso sí, y lo refleja claramente el aparcacoches y el
gorila de la puerta con traje y corbata, pero lo que alberga dentro es un
verdadero infierno para las chicas.
Hace un tiempo tuve la oportunidad de hablar con una chica
que consiguió escapar con vida, nadie se figura cómo, pero la tortura
psicológica era bastante notable, y la forma de tratarlas no parecía mucho
mejor: palizas, violaciones, amenazas... Pero quizá no sea igual con las de
lujo, los clientes son exigentes y quieren a chicas perfectas, sin marcas de
golpes o tan frágiles que puedan romper a llorar sólo con un gesto amable.
Me acerco al gorila directamente y, cuando me bloquea el
paso, pregunto por Smirnov, el apellido del que controla la zona en este
negocio, cortesía de una investigación previa de la policía que ha obtenido Amy,
no quiero saber cómo.
Alguien que está fuera de esto no lo conocería así de fácil
ni mucho menos se atrevería a decirlo abiertamente, por lo que me deja pasar e
indica a un hombre que había al lado del guardarropa que me guíe. Me lleva por
un pasillo casi escondido, donde a mitad de camino me cachea —yo diría que
excede con creces lo reglamentario— para asegurarse de que no llevo micros ni
armas, me pregunto qué tipo de micros se pensará que se usan hoy en día para
que se puedan detectar con un simple cacheo. Me quita el bolso con el móvil
dentro y sé que el juego ha comenzado.
Continuamos hasta una sala redonda gigante, llena de sofás y
chicas en ropa interior repartiendo copas a los hombres sentados en éstos. Hay
desde casi adolescentes hasta algún que otro que rozará los ochenta, pero todos
quieren lo mismo y no se reprimen en pedirlo ni en demostrarlo. Algunos me
miran con descaro y me muerdo la lengua, pues no hay nada de lo que esté
pensando que no me meta en serios problemas. Hay chicas más jóvenes que yo,
algunas estoy segura que ni siquiera alcanzan la mayoría de edad y a nadie le
importa lo más mínimo. Miro al frente hasta que el hombre se detiene ante una
puerta sencilla y llama con los nudillos. Una voz rota nos indica que pase y mi
acompañante le cuenta que estoy interesada en hablar con él. En seguida le
ordena retirarse para estar conmigo a solas. Respiro hondo para ocultar el
miedo y le miro a los ojos. Tiene un rostro duro, de mandíbula cuadrada y ojos
claros, al igual que el pelo, que no estoy segura si es rubio o blanco. Marcas
en la piel de picaduras rematan el aspecto peligroso que intenta disimular
vagamente con traje.
¾
¿Sabes quién soy? —es lo primero que dice con su
marcado acento.
¾
Kyril Smirnov —yo
también sé jugar a los acentos y hago uso del mío francés.
¾
No era eso exactamente lo que quería decir.
¾
Lo sé. Quiero trabajar para usted. Aquí.
¾
Francesa...no tengo a nadie así... ¿Cómo te llamas?
¾
Ginette Alizé. Me
trajo un buen cliente hace un par de meses, pero las cosas se torcieron y ahora
estoy en la calle.
¾
¿Cómo? —me inspecciona con la mirada y se acerca
lentamente.
¾
Se arruinó. Sin dinero, no hay servicios. Pero
me habló de usted, y decidí intentarlo. Me han dicho que es el mejor de la
ciudad.
¾
Del estado —me corrige—. ¿Quién era ese cliente?
¾
No me diga que es un trabajo que requiere
referencias —sonrío sarcástica.
¾
Era curiosidad, la verdad. Pero necesito varias
cosas, no todo es tan fácil.
¾
Adelante.
¾
Un contrato de exclusividad y disponibilidad
veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Comprenderás que nuestros
clientes solicitan lo que quieren cuando quieren, y eso no se somete a
horarios.
¾
Comprensible. ¿Mi sueldo? Quiero un...
¾
Antes —me interrumpe—, debes pasar un par de
pruebas —alzo una ceja, interrogante—. Mi socio debe darte el visto bueno antes
de nada, y si la superas, debemos... —me mira de arriba abajo— comprobar que
eres apta para el trabajo.
¾
Por qué será que no me extrañaba —se me escapa y
no fuerzo el acento; espero que no lo haya notado.
¾
No te importará ¿no? Nuestros clientes son
exclusivos, sólo les podemos dar lo mejor.
¾
No esperaba menos —paseo una mano por su pecho,
provocándole, con la esperanza de desconcentrarle.
¾
Bien —me agarra el trasero con tanta fuerza que
duele, y me muerdo el labio para no golpearle—. Mañana pásate a esta hora y le
conocerás.
¾
Seré puntual —susurro en su mejilla— ¿Puedo
preguntar quién es?
¾
Alexander Moore. Pero él siempre está ocupado para
estas cosas, así que vendrá su segundo al mando, Sean
Coleman.
¾
Hasta mañana entonces —le rozo los labios con
los míos y él con se conforma con eso, sino que me aprieta hasta besarme.
¾
La esperaré —se separa y me lleva a la puerta.
Salgo de allí a paso tranquilo, observando cada detalle para
comunicárselo a la policía para cuando hagan la redada. Cojo una copa que lleva
una chica en una bandeja y me la bebo de un trago, necesito algo que me ate a
la razón y que aplaque mis impulsos, y eso ahora sólo lo puede conseguir la
sensación de ardor en mi garganta que deja el alcohol, por no hablar de las
ganas que vomitar que me han entrado. Ha sido verdaderamente asqueroso. Por mal
que pueda estar, no puedo esperar a borrar todo aquello con alcohol y, si tengo
suerte, con Alexander. Él es peligroso, pero no hay ni punto de comparación.
Sé que no es bueno para mi hígado, que lo estoy destrozando
y que es lo peor que puedo hacer y bla bla, pero tampoco es que tenga grandes
expectativas a largo plazo.
Cruzo la calle y entro en el coche sin decir nada, pensando
en mi próximo movimiento. Hay algo raro en todo esto, pero no consigo averiguar
el qué. Amy me mira, esperando explicaciones de vuelta en el coche.
¾
Necesito ver a Alex. Y vomitar.
¾
¿Necesitas?
¾
Hay algo raro. Ha salido como esperábamos, pero
me han pedido una prueba.
¾
¿Una prueba de...? —arranca el coche y nos
movemos.
¾
Exactamente —adivino sus pensamientos—. La
cuestión está en que el socio de Smirnov me tiene que dar el visto bueno.
¾
Por favor no me digas que Moore te va a
descubrir —cierra los ojos.
¾
Ahí quería llegar. Él ''siempre está ocupado y
no se ha pasado nunca por allí''.
¾
¿Quieres decir que está utilizando su nombre
para enriquecerse?
¾
No, sabe las consecuencias de eso, y no creo que
tenga ganas de acabar atado a la hélice de algún barco. El club es suyo, eso es
seguro —añado pensativa.
¾
Si te digo la verdad, a mí no me parece un tipo
de los que trafican con mujeres. No me cae bien, pero tiene ciertos principios.
Retorcidos, eso sí, pero los hay.
¾
A mí tampoco. Por eso quiero hablar con él.
¾
¿Al paseo?
¾
Sí.
Nada de esto tiene sentido. Conozco a Alex y sé que no sería
capaz de esto, ni siquiera su padre, pero lo que he visto no dice lo mismo.
Otra cosa sería cómo explicárselo, cómo decirle que me he hecho pasar por una
prostituta para ¿qué? ¿Para ver si era verdad que regentaba un prostíbulo con
otro mafioso? Supongo que eso lo veré sobre la marcha, pero ahora la cuestión
es averiguar qué está pasando y comenzar a trabajar en serio. Tengo que dejarme
de sentimentalismos, estoy aquí para detener a cuantos más mejor, y eso pienso
hacer. Pero tiene que ser poco a poco y de manera que pueda mantener mi
tapadera a salvo. No será fácil.
Amy aparca en el paseo marítimo, justo donde le indico que
lo haga, y se baja conmigo.
¾
¿Y ahora qué? —me pregunta.
¾
Esperar. No suele tardar mucho, no te preocupes.
¾
¿Va a venir?
¾
No lo sé —me siento en el borde del muro que
separa la playa del paseo—. A veces sí, a veces no.
¾
Qué intriga —murmura con un tono sarcástico
digno de mí.
Se pone a mi lado y observa la playa, esperando al igual que
yo. Normalmente Alex vendría dentro de un rato, como mucho media hora, pero no
creo que hoy sea así. Le dije que contactara conmigo cuando estuviera decidido,
y si lo ha intentado cuando estuve fuera, seguro que se habrá enfadado. La
paciencia nunca ha sido su fuerte.
Al cabo de un rato, un chico joven, cuya cara no consigo
situar, pero estoy segura de que le conozco. Lo único que puedo recordar es una
extraña neblina, un pinchazo... ¡Mierda! Este chaval es quien me inyectó
aquella droga para dejarme inconsciente.
Tenso cada uno de mis músculos cuando se acerca hasta que me
tiende un teléfono, el cual comienza a sonar con un número oculto en la
pantalla. Ambas lo miramos y lo cojo sin pensar. Sé quién es y no necesito más.
Mientras, el chico se aparta unos pasos para darnos una nimia privacidad.
¾
¿Alex?
¾
Alice, ¿estás bien? —la voz de Alexander resuena
por el teléfono.
¾
Sí, sólo quería hablar contigo.
¾
¿Es urgente?
¾
Puedo esperar —digo con tono cansado.
¾
Te veo en media hora en el Café Solo. Por
cierto, quédate el teléfono, es tuyo. Tiene mi número en la agenda, así podrás
hablar conmigo cuando quieras.
¾
Ahora te veo.
Cuelgo y le digo a mi compañera dónde tengo que estar; por
otro lado, el chico se ofrece a llevarnos, pero según Amy, llegaremos en diez
minutos, así que podemos ir con tranquilidad e incluso preparar lo que decir.
Sólo tengo que librarme de ese tipo.
¾
Francesa —llama mi atención—. Siento lo del otro
día, me obligaste a hacerlo.
¾
Sí, claro. ¿Quién coño eres?
¾
Paul —me ofrece la mano, pero se la rechazo—.
Soy su amigo, te lo aseguro.
¾
Qué pena que no te haya matado por hacerme eso
—me cruzo de brazos.
¾
Vale, francesa, suficiente odio por ahora. Vete
ya si no quieres meterte en problemas con él. Sería una pena, me gustan tus
piernas. Entre otras cosas.
Se ríe sin reparos y nos deja en paz con las manos en los
bolsillos. Está demasiado seguro de sí mismo para tratarme de esa manera, nadie
de la mafia de Moore se había atrevido jamás siquiera a dirigirme la palabra,
así que no quiero ni pensar quién se supone que es este crío como para poder
llamar a Alexander ''amigo''. Amy esperaba en el coche, con la mano en la
pistola preparada, y cuando me acerco, nos ponemos en marcha. Ha escuchado la
conversación y seguro que estará atando cabos como yo.
¾
¿Siempre ha sido así? —me mira de reojo, sin
apartar la atención de la carretera.
¾
¿Qué? —me ha pillado desprevenida.
¾
Que si Moore siempre te ha regalado cosas caras.
¾
Más o menos. Estuvimos poco tiempo, y nos controlaban,
así que...
¾
¿Conservas aún los regalos?
¾
Sólo...fueron unos pendientes. Bastante caros,
eso sí, pero no más.
¾
No has respondido.
¾
Está bien; sí, aún los tengo. En una caja de
seguridad en Nueva York.
¾
¿Y si empieza a regalarte más cosas, qué harás
cuando terminemos?
¾
No lo he pensado, pero supongo que lo pondré
todo junto.
¾
Buena idea.
¾
Lo sé.
La conversación se acaba hasta que llegamos al café que nos
ha indicado. No quiero continuar, la verdad, ahora mismo me supera. El sitio es
bastante sencillo, me sorprende que él lo conozca. Mesas pequeñas y redondas
con dos sillas y grandes ventanales para aprovechar la luz. Elijo la mesa de la
esquina, al lado de la ventana y así poder controlar quién llega, aunque no sea
demasiado seguro, seríamos un blanco fácil. Amy se fija en el detalle y no se
calla, para variar, cuando traigo los cafés.
¾
Vaya, qué sorpresa.
¾
¿Por qué?
¾
Has superado tus neuras —señala al cristal.
¾
La última vez que las dejé de lado casi nos
matan, deberías estar agradecida. Y si sacan una pistola, les veré; puedo ver
toda la calle, de hecho —me recuesto.
¾
No todos van a querer matarnos.
¾
Yo no he dicho todos.
Me dirige una mirada de reprobación antes de cambiar de
tema. Intentamos encontrar alguna manera de abordar el tema a Alexander sin que
suene sospechoso o sin que se enfade, aunque lo último ya aseguro que es
imposible. Es muy protector conmigo, y si se me ocurre contarle lo que he hecho
se pondrá como una furia. Comprensible, sí, pero no muy soportable. Por no
decir cómo me ha tocado el ruso. Él si que tendría una tumba ya cavada.
Ninguna de las ideas que me propone me parece aceptable
siquiera, por lo que prefiero dejarlo para el momento, encontraré la manera de
sacar el tema sutilmente y así podré preguntar con cierta tranquilidad. A falta
de cinco minutos para que llegue, me levanto para ir al baño y quitarme el
maquillaje. Me siento ridícula con tanto, me parece incómodo y falso, no
entiendo cómo les puede gustar, pero qué se le va a hacer.
Sin embargo, cuando estoy a punto de pasar al pasillo que da
a los baños, siento cómo me agarran y me entierran en un amasijo de carne y
ropa. Aunque reconocería a quien me abraza a millas de distancia y su olor y
abrazo me es tan familiar casi como si fuera yo misma, es el hecho lo que me preocupa.
No es normal que no se controle con gente delante, que se deje llevar tan
fácilmente por sus emociones o sentimientos. Por esto, le separo con esfuerzo y
le miro a los ojos, pero estos me analizan de arriba abajo.
¾
Alice... Estás bien. No te han hecho nada,
¿verdad?
¾
Tranquilo, estoy perfectamente —le cojo de la
mandíbula para obligarle a calmarse—. ¿Qué ocurre? —por primera vez veo el
pánico en sus ojos, que poco a poco va disipándose.
¾
No es seguro —mira alrededor.
¾
Ven, tengo una mesa.
Le llevo de la mano hasta nuestra mesa, donde Amy no le
quita el ojo de encima. Él duda al verla a mi lado, pero le convenzo con un
apretón de manos de que se siente.
¾
Es de fiar —le aseguro.
¾
Siento lo de...bueno, lo de la pierna —dice con
apuro.
¾
Yo también —le contesta ella—. Mejor os dejo
solos, te espero fuera.
¾
Como quieras —la observamos irse y cuando cruza
la puerta, él me coge más fuerte de la mano y la besa; esto sí que no es normal—.
¿Qué pasa? —intento decir con la máxima dulzura.
¾
Hay un traidor. Uno de mis hombres ha estado
pasando información a otro...empresario.
¾
¿Cómo lo sabes? —se tensa cada músculo de mi
cuerpo, incómodo.
¾
Organicé una llegada de mercancía para anoche,
nadie excepto mis más allegados lo sabían, y aun así sus hombres estaban
esperando en la orilla.
¾
Pudo ser una coincidencia.
¾
No, ese es mi territorio, saben dónde se meten.
Hubo un tiroteo, nada serio, pero...
¾
¿Te hirieron? —no sé si estoy más nerviosa por
él por mí; ahora soy yo quien le busca heridas, pidiendo estar equivocada.
¾
No, me mantuve al margen. Pero podrían saber
quién eres, podrían... —vuelve a alterarse.
¾
Tranquilo —le beso con suavidad—. No ha ocurrido
nada, estamos bien. ¿Sabes quiénes eran los de la playa?
¾
No, nunca los había visto. Cuando hemos hablado
pensaba que...
¾
Ya está, Alexander, sé cuidarme, lo sabes. Deja
de preocuparte tanto por mí y hazlo más por tus negocios.
¾
¿Se puede saber dónde te habías metido? Estuve
todo el día buscándote y no encontré ni rastro. ¿Por qué no me avisaste?
¾
Emergencia familiar que te contaré más tarde.
Ahora responde a una cosa, ¿conoces a Sean Coleman? —¿para qué la sutileza?
¾
Es uno de los míos, ¿por qué?
¾
¿Importante?
¾
No, un traficante más. ¿A qué viene...?
¾
Le he visto —le interrumpo— hace un rato. Se las
da de tu segundo al mando en un club de Miami Beach.
¾
¿Te ha hecho algo? —se tensa en la silla.
¾
No, no. Pero sí a un montón de chicas.
¾
No te entiendo.
¾
Es un chulo, Alex. Y dime por favor que no
tienes nada que ver con eso.
¾
¿Con la trata de blancas? Ni en broma, Al. Yo
vendo cosas, no obligo a nadie a comprarlas. No es mi problema qué hagan con
ello. Pero eso es asqueroso, las personas son libres de elegir, en eso se basa
mi negocio; y no seré yo quien lo permita en algún local mío —se pone en pie,
hinchado en dignidad.
¾
Espera —le detengo por el brazo—. Si vas ahora,
no le encontrarás y no tendrás pruebas. Mañana nos vemos, ven conmigo y será
todo tuyo.
¾
¿Qué haces viéndote con él?
¾
He hecho...algo para lo que necesitaba que nos
viéramos, eso es todo. Negocios.
¾
Sospechabas de él, ¿verdad?
¾
De todo en general, no te creo capaz de hacer
aquello a esas chicas. Tienes buen corazón —le susurro con una media sonrisa.
¾
Me estás haciendo débil, Du' Fromagge —me
responde serio, con la mirada clavada en mis ojos y tan bajo que apenas lo oigo.
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