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viernes, 6 de mayo de 2016

Capítulo 17

Hablamos hasta que consigue todas las respuestas que quiere —podría haber preguntado mucho más, pero parece tener miedo a ello, quizá por no hacerme sentir peor o por el suyo propio a descubrir más cosas que no son agradables de saber para una amiga. Ya sabe muchas, más incluso que la mayoría de los que conozco y considero de cierta confianza, sin embargo, no he llegado a abrirme así con nadie desde hacía tiempo.
Resulta liberador, la verdad, ahora siento una carga menos encima, y espero que me ayude a que me comprenda mejor en las cosas que hago, al menos ahora conoce toda la historia y no sólo retazos. Podré hablar libremente de lo que quiera porque ya lo sabrá todo, y si es necesario, creo que podría defenderme. Aunque depende de la situación.
En casa, Amy decide dar uso a la piscina que tenemos en el patio trasero, ya que, como mucho, creo que la hemos usado un par de veces —y con 'hemos' me refiero a 'ha', tuvo su utilidad en su proceso de recuperación, pero yo me limitaba a mirar y animar desde fuera—. Ahora que lo pienso, no sé por qué en la mayoría de series policíacas los asesinos se deshacen de las pruebas con agua, cuando es más que obvio todo lo que hace es eliminar las huellas dactilares, y hay ciertas herramientas que aun así consiguen sacarlas; es mucho más eficaz un fuego debidamente controlado, a lo mejor en una chimenea para no despertar sospechas. Creo que no debería pensar en cómo destruir pruebas, dado mi expediente, aunque conocer a tu enemigo es el mejor arma, así que lo tomaré como excusa.
    Al —Amy reclama mi atención desde el agua.
    ¿Eh?
    Cámbiate de ropa, no vamos a salir —señala mis vaqueros largos, aún con la ropa de Los Ángeles; lo cierto es que hace más calor de lo que esperaba, aunque sea casi de noche—. He pedido cena y debería llegar en un rato.
    No tengo hambre. Y he quedado —alzo los informes que estaba leyendo—, acabo de recordar algo sobre el hermano de Nancy Torres y quiero continuar.
    Sabes que eso es siniestro, ¿no? —me saca una sonrisa a la fuerza—. Y ya lo resolvimos, fue un ajuste de cuentas. Como todo últimamente —suspira.
¿En serio que ya se resolvió? Reconozco que no he estado muy al día con los asuntos de la policía, pero pensaba que al menos podía mantener un ritmo algo atrasado, no tanto. De todas formas, corren rumores de que su hermano, un tal Paul de unos veinte años o así, está relacionado con Moore, por lo que dejaré el informe cerca para echarle un vistazo más tarde a ver si consigo algo en claro. No hay nada en la base de datos sobre él, de manera que esperaré a que se delate solo o que pueda verle con Alexander, aunque sinceramente, con lo grande que es la mafia, tengo mis dudas.
    Mañana iré a buscar a Moore a ver si puedo sacarle algún tipo de información.
    ¿De esto?
    De lo que pueda —me encojo de hombros.
    ¿Entonces nada de margaritas? Pues tendré que beber sola —intenta darme pena cuando me levanto de la tumbona para meterme en la casa.
    Llama a Aaron. Pondré la música alta.
Le propongo con una sonrisa maliciosa y, antes de darme la vuelta, veo cómo empieza a sonrojarse. No está mal que sea yo quien me meta en sus temas amorosos por una vez. Me río y sé que se enfadará conmigo por decirlo, pero la verdad es que prefiero divertirme un rato a haberme callado, demasiado tengo que hacerlo fuera de estas paredes. Y yo le he dado carta blanca para hablar conmigo de lo que quiera, lo que no es poco, conociéndome, así que tengo el mismo derecho con ella.
Echo un vistazo al cielo con el característico naranja atardecer, y subo a mi cuarto. Me pongo unos pantalones anchos de pijama y la camiseta de tirantes de siempre antes de sentarme en la cama y abrir el cajón de la mesilla para sacar mi antigua navaja. Es increíble cómo una simple charla puede cambiar tanto a una persona, hace unas horas no quería ni oír hablar de mi antigua, verdadera vida, y ahora, sin embargo, me han entrado ganas incluso de volver. No para quedarme, claro, sino para ver qué ha sido de aquello. Me ha hecho pensar en qué habría sido de mí de no haber entrado en el FBI. Podría haber llegado a algo serio con Patrick, habríamos seguido en la banda hasta… ¿cuándo? No lo sé, seguramente hasta que uno de los dos hubiera muerto por una pelea o por una complicación en alguna enfermedad por el ritmo de vida que llevábamos; no descarto nada, ya que fácilmente podríamos habernos enganchado a alguna droga dura, no es una idea tan descabellada, dado que yo lo estaba a la marihuana y bebía bastante a menudo. Quizá esa vida hubiera sido mejor que esta, al menos no habría sufrido tanto.
La navaja me la dio mi hermano una vez que le visité, con intención de hacerme volver, diciéndome que prefería verme pelear con navajas que codearme con tipos con pistolas y con un chaleco antibalas. De momento, no he visto a Alexander empuñar un arma, así que por esa parte no debe preocuparse, aunque sus guardaespaldas tengan dos cada uno y yo vaya desarmada con un hombre que se deshace de las mujeres con las que sale en cuanto cree que le empiezan a molestar.
En este caso, ha sido él quien ha insistido en intentarlo, sin embargo, no sé cuánto puede durar este estado de embriagadora felicidad, por falsa o fingida que sea. No lo tengo claro todavía. Él tiene el corazón demasiado roto como para sentir correctamente y la mente demasiado perturbada por las ideas de venganza que su padre le inculcó. No sé lo que pasaría si descubriera lo que hice. Es sólo cuestión de tiempo.
Pruebo a manejar la navaja equilibrando el peso en la palma, abriéndola y cerrándola con facilidad. Sonrío inconscientemente al ver que no he perdido destreza y la lanzo contra la pared, que se clava exactamente donde quería con una ligera vibración. Esta vez sí me doy cuenta de que las comisuras de mi boca se alzan.
Me levanto para recogerla y la pongo en su sitio, guardándome el sueño junto a la pistola, antes de dormirme. Después del día tan intenso, es lo que más necesito.

Nada más despertarme, hago el desayuno para las dos y me como el mío saboreando cada gramo. Hacía tiempo que no comía y la verdad es que se agradece, y más después de dormir hasta casi mediodía. Amy sigue en la cama, a saber cuándo se acostó. No creo que me haya hecho caso, así que lo más probable es que se haya quedado hasta tarde viendo cualquier culebrón en la televisión, sin embargo, al ver sobre la mesa papeles, comprendo que se quedó trabajando. Leo por encima lo que pone y me doy cuenta que es un seguimiento a Alexander durante el tiempo que no estuvimos activas esperando a que ella se recuperara. Ha aumentado su seguridad, aunque se sigue sin saber exactamente la posición de su casa, dado que siempre hay algo que distrae al agente que lo hace, bien un hombre, una furgoneta o un semáforo. Me resulta increíble que una sola persona (con cierta seguridad de apoyo) sea capaz de burlar a varios agentes especialmente entrenados para el seguimiento de sujetos. Aunque seguramente su padre le haya enseñado a él a esquivarlos, a no dejar huella, lo que no me sorprende tanto. Debería intentar que me lleve a su casa, o al menos encontrar algún indicio que pueda llevarme hasta ella más allá de lo que han logrado mis compañeros.
Creo que lo mejor sería que me pusiera al tanto del caso con lugares que frecuenta y cosas por el estilo, lo que me puede dar pistas de los locales que controla y de la gente que está de su lado.
De momento, sólo se sabe que mantiene trato con la mafia rusa y sospechan que son ellos los principales proxenetas. Sin embargo, de lo que están seguros es que respecto a la droga, se la proporcionan los italianos a cambio de protección en algunas zonas y que las armas son completamente suyas. Yo podría conseguirle mercancía mejor con los contactos de la policía, aunque no creo que sea cien por ciento legal. Supongo que me arriesgaré a que me descubra el FBI a cambio de la confianza de Alexander, no tengo demasiado que perder hoy por hoy. Dejémoslo como un plan B, por si acaso.
Cuando Amy se levanta y ve lo que estoy haciendo, en seguida se pone a ayudarme con lo que le pido e ideamos un plan bastante descabellado y completamente en su contra, pero no tiene nada que hacer contra mi tozudez. Al menos sabe dónde estoy y qué voy a hacer, no obstante, quizá sea peor, pero es mi compañera a las buenas y a las malas.
Me visto con un vestido demasiado atrevido para mi gusto, pero es lo que hay si quiero conseguir lo que me propongo, me arreglo más de lo necesario y salimos por la puerta.
Sabemos la existencia de algunos prostíbulos clandestinos llevados por los rusos y Moore, pero sólo hay uno que sea del estilo que nos interesa. Alto standing. Las mayores fortunas de Miami se reúnen aquí para engañar a sus esposas o simplemente pasar un buen rato con alguien escogido a la carta a cambio de mucho dinero.
Mi compañera me desea suerte en un susurro cuando bajo del coche y me encamino a la puerta. Por fuera parece un club de copas cualquiera, exclusivo para ricos, eso sí, y lo refleja claramente el aparcacoches y el gorila de la puerta con traje y corbata, pero lo que alberga dentro es un verdadero infierno para las chicas.
Hace un tiempo tuve la oportunidad de hablar con una chica que consiguió escapar con vida, nadie se figura cómo, pero la tortura psicológica era bastante notable, y la forma de tratarlas no parecía mucho mejor: palizas, violaciones, amenazas... Pero quizá no sea igual con las de lujo, los clientes son exigentes y quieren a chicas perfectas, sin marcas de golpes o tan frágiles que puedan romper a llorar sólo con un gesto amable.
Me acerco al gorila directamente y, cuando me bloquea el paso, pregunto por Smirnov, el apellido del que controla la zona en este negocio, cortesía de una investigación previa de la policía que ha obtenido Amy, no quiero saber cómo.
Alguien que está fuera de esto no lo conocería así de fácil ni mucho menos se atrevería a decirlo abiertamente, por lo que me deja pasar e indica a un hombre que había al lado del guardarropa que me guíe. Me lleva por un pasillo casi escondido, donde a mitad de camino me cachea —yo diría que excede con creces lo reglamentario— para asegurarse de que no llevo micros ni armas, me pregunto qué tipo de micros se pensará que se usan hoy en día para que se puedan detectar con un simple cacheo. Me quita el bolso con el móvil dentro y sé que el juego ha comenzado.
Continuamos hasta una sala redonda gigante, llena de sofás y chicas en ropa interior repartiendo copas a los hombres sentados en éstos. Hay desde casi adolescentes hasta algún que otro que rozará los ochenta, pero todos quieren lo mismo y no se reprimen en pedirlo ni en demostrarlo. Algunos me miran con descaro y me muerdo la lengua, pues no hay nada de lo que esté pensando que no me meta en serios problemas. Hay chicas más jóvenes que yo, algunas estoy segura que ni siquiera alcanzan la mayoría de edad y a nadie le importa lo más mínimo. Miro al frente hasta que el hombre se detiene ante una puerta sencilla y llama con los nudillos. Una voz rota nos indica que pase y mi acompañante le cuenta que estoy interesada en hablar con él. En seguida le ordena retirarse para estar conmigo a solas. Respiro hondo para ocultar el miedo y le miro a los ojos. Tiene un rostro duro, de mandíbula cuadrada y ojos claros, al igual que el pelo, que no estoy segura si es rubio o blanco. Marcas en la piel de picaduras rematan el aspecto peligroso que intenta disimular vagamente con traje.
¾    ¿Sabes quién soy? —es lo primero que dice con su marcado acento.
¾    Kyril Smirnov —yo también sé jugar a los acentos y hago uso del mío francés.
¾    No era eso exactamente lo que quería decir.
¾    Lo sé. Quiero trabajar para usted. Aquí.
¾    Francesa...no tengo a nadie así... ¿Cómo te llamas?
¾    Ginette Alizé. Me trajo un buen cliente hace un par de meses, pero las cosas se torcieron y ahora estoy en la calle.
¾    ¿Cómo? —me inspecciona con la mirada y se acerca lentamente.
¾    Se arruinó. Sin dinero, no hay servicios. Pero me habló de usted, y decidí intentarlo. Me han dicho que es el mejor de la ciudad.
¾    Del estado —me corrige—. ¿Quién era ese cliente?
¾    No me diga que es un trabajo que requiere referencias —sonrío sarcástica.
¾    Era curiosidad, la verdad. Pero necesito varias cosas, no todo es tan fácil.
¾    Adelante.
¾    Un contrato de exclusividad y disponibilidad veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Comprenderás que nuestros clientes solicitan lo que quieren cuando quieren, y eso no se somete a horarios.
¾    Comprensible. ¿Mi sueldo? Quiero un...
¾    Antes —me interrumpe—, debes pasar un par de pruebas —alzo una ceja, interrogante—. Mi socio debe darte el visto bueno antes de nada, y si la superas, debemos... —me mira de arriba abajo— comprobar que eres apta para el trabajo.
¾    Por qué será que no me extrañaba —se me escapa y no fuerzo el acento; espero que no lo haya notado.
¾    No te importará ¿no? Nuestros clientes son exclusivos, sólo les podemos dar lo mejor.
¾    No esperaba menos —paseo una mano por su pecho, provocándole, con la esperanza de desconcentrarle.
¾    Bien —me agarra el trasero con tanta fuerza que duele, y me muerdo el labio para no golpearle—. Mañana pásate a esta hora y le conocerás.
¾    Seré puntual —susurro en su mejilla— ¿Puedo preguntar quién es?
¾    Alexander Moore. Pero él siempre está ocupado para estas cosas, así que vendrá su segundo al mando, Sean Coleman.
¾    Hasta mañana entonces —le rozo los labios con los míos y él con se conforma con eso, sino que me aprieta hasta besarme.
¾    La esperaré —se separa y me lleva a la puerta.
Salgo de allí a paso tranquilo, observando cada detalle para comunicárselo a la policía para cuando hagan la redada. Cojo una copa que lleva una chica en una bandeja y me la bebo de un trago, necesito algo que me ate a la razón y que aplaque mis impulsos, y eso ahora sólo lo puede conseguir la sensación de ardor en mi garganta que deja el alcohol, por no hablar de las ganas que vomitar que me han entrado. Ha sido verdaderamente asqueroso. Por mal que pueda estar, no puedo esperar a borrar todo aquello con alcohol y, si tengo suerte, con Alexander. Él es peligroso, pero no hay ni punto de comparación.
Sé que no es bueno para mi hígado, que lo estoy destrozando y que es lo peor que puedo hacer y bla bla, pero tampoco es que tenga grandes expectativas a largo plazo.
Cruzo la calle y entro en el coche sin decir nada, pensando en mi próximo movimiento. Hay algo raro en todo esto, pero no consigo averiguar el qué. Amy me mira, esperando explicaciones de vuelta en el coche.
¾    Necesito ver a Alex. Y vomitar.
¾    ¿Necesitas?
¾    Hay algo raro. Ha salido como esperábamos, pero me han pedido una prueba.
¾    ¿Una prueba de...? —arranca el coche y nos movemos.
¾    Exactamente —adivino sus pensamientos—. La cuestión está en que el socio de Smirnov me tiene que dar el visto bueno.
¾    Por favor no me digas que Moore te va a descubrir —cierra los ojos.
¾    Ahí quería llegar. Él ''siempre está ocupado y no se ha pasado nunca por allí''.
¾    ¿Quieres decir que está utilizando su nombre para enriquecerse?
¾    No, sabe las consecuencias de eso, y no creo que tenga ganas de acabar atado a la hélice de algún barco. El club es suyo, eso es seguro —añado pensativa.
¾    Si te digo la verdad, a mí no me parece un tipo de los que trafican con mujeres. No me cae bien, pero tiene ciertos principios. Retorcidos, eso sí, pero los hay.
¾    A mí tampoco. Por eso quiero hablar con él.
¾    ¿Al paseo?
¾    Sí.
Nada de esto tiene sentido. Conozco a Alex y sé que no sería capaz de esto, ni siquiera su padre, pero lo que he visto no dice lo mismo. Otra cosa sería cómo explicárselo, cómo decirle que me he hecho pasar por una prostituta para ¿qué? ¿Para ver si era verdad que regentaba un prostíbulo con otro mafioso? Supongo que eso lo veré sobre la marcha, pero ahora la cuestión es averiguar qué está pasando y comenzar a trabajar en serio. Tengo que dejarme de sentimentalismos, estoy aquí para detener a cuantos más mejor, y eso pienso hacer. Pero tiene que ser poco a poco y de manera que pueda mantener mi tapadera a salvo. No será fácil.
Amy aparca en el paseo marítimo, justo donde le indico que lo haga, y se baja conmigo.
¾    ¿Y ahora qué? —me pregunta.
¾    Esperar. No suele tardar mucho, no te preocupes.
¾    ¿Va a venir?
¾    No lo sé —me siento en el borde del muro que separa la playa del paseo—. A veces sí, a veces no.
¾    Qué intriga —murmura con un tono sarcástico digno de mí.
Se pone a mi lado y observa la playa, esperando al igual que yo. Normalmente Alex vendría dentro de un rato, como mucho media hora, pero no creo que hoy sea así. Le dije que contactara conmigo cuando estuviera decidido, y si lo ha intentado cuando estuve fuera, seguro que se habrá enfadado. La paciencia nunca ha sido su fuerte.
Al cabo de un rato, un chico joven, cuya cara no consigo situar, pero estoy segura de que le conozco. Lo único que puedo recordar es una extraña neblina, un pinchazo... ¡Mierda! Este chaval es quien me inyectó aquella droga para dejarme inconsciente.
Tenso cada uno de mis músculos cuando se acerca hasta que me tiende un teléfono, el cual comienza a sonar con un número oculto en la pantalla. Ambas lo miramos y lo cojo sin pensar. Sé quién es y no necesito más. Mientras, el chico se aparta unos pasos para darnos una nimia privacidad.
¾    ¿Alex?
¾    Alice, ¿estás bien? —la voz de Alexander resuena por el teléfono.
¾    Sí, sólo quería hablar contigo.
¾    ¿Es urgente?
¾    Puedo esperar —digo con tono cansado.
¾    Te veo en media hora en el Café Solo. Por cierto, quédate el teléfono, es tuyo. Tiene mi número en la agenda, así podrás hablar conmigo cuando quieras.
¾    Ahora te veo.
Cuelgo y le digo a mi compañera dónde tengo que estar; por otro lado, el chico se ofrece a llevarnos, pero según Amy, llegaremos en diez minutos, así que podemos ir con tranquilidad e incluso preparar lo que decir. Sólo tengo que librarme de ese tipo.
¾    Francesa —llama mi atención—. Siento lo del otro día, me obligaste a hacerlo.
¾    Sí, claro. ¿Quién coño eres?
¾    Paul —me ofrece la mano, pero se la rechazo—. Soy su amigo, te lo aseguro.
¾    Qué pena que no te haya matado por hacerme eso —me cruzo de brazos.
¾    Vale, francesa, suficiente odio por ahora. Vete ya si no quieres meterte en problemas con él. Sería una pena, me gustan tus piernas. Entre otras cosas.
Se ríe sin reparos y nos deja en paz con las manos en los bolsillos. Está demasiado seguro de sí mismo para tratarme de esa manera, nadie de la mafia de Moore se había atrevido jamás siquiera a dirigirme la palabra, así que no quiero ni pensar quién se supone que es este crío como para poder llamar a Alexander ''amigo''. Amy esperaba en el coche, con la mano en la pistola preparada, y cuando me acerco, nos ponemos en marcha. Ha escuchado la conversación y seguro que estará atando cabos como yo.
¾    ¿Siempre ha sido así? —me mira de reojo, sin apartar la atención de la carretera.
¾    ¿Qué? —me ha pillado desprevenida.
¾    Que si Moore siempre te ha regalado cosas caras.
¾    Más o menos. Estuvimos poco tiempo, y nos controlaban, así que...
¾    ¿Conservas aún los regalos?
¾    Sólo...fueron unos pendientes. Bastante caros, eso sí, pero no más.
¾    No has respondido.
¾    Está bien; sí, aún los tengo. En una caja de seguridad en Nueva York.
¾    ¿Y si empieza a regalarte más cosas, qué harás cuando terminemos?
¾    No lo he pensado, pero supongo que lo pondré todo junto.
¾    Buena idea.
¾    Lo sé.
La conversación se acaba hasta que llegamos al café que nos ha indicado. No quiero continuar, la verdad, ahora mismo me supera. El sitio es bastante sencillo, me sorprende que él lo conozca. Mesas pequeñas y redondas con dos sillas y grandes ventanales para aprovechar la luz. Elijo la mesa de la esquina, al lado de la ventana y así poder controlar quién llega, aunque no sea demasiado seguro, seríamos un blanco fácil. Amy se fija en el detalle y no se calla, para variar, cuando traigo los cafés.
¾    Vaya, qué sorpresa.
¾    ¿Por qué?
¾    Has superado tus neuras —señala al cristal.
¾    La última vez que las dejé de lado casi nos matan, deberías estar agradecida. Y si sacan una pistola, les veré; puedo ver toda la calle, de hecho —me recuesto.  
¾    No todos van a querer matarnos.
¾    Yo no he dicho todos.
Me dirige una mirada de reprobación antes de cambiar de tema. Intentamos encontrar alguna manera de abordar el tema a Alexander sin que suene sospechoso o sin que se enfade, aunque lo último ya aseguro que es imposible. Es muy protector conmigo, y si se me ocurre contarle lo que he hecho se pondrá como una furia. Comprensible, sí, pero no muy soportable. Por no decir cómo me ha tocado el ruso. Él si que tendría una tumba ya cavada.
Ninguna de las ideas que me propone me parece aceptable siquiera, por lo que prefiero dejarlo para el momento, encontraré la manera de sacar el tema sutilmente y así podré preguntar con cierta tranquilidad. A falta de cinco minutos para que llegue, me levanto para ir al baño y quitarme el maquillaje. Me siento ridícula con tanto, me parece incómodo y falso, no entiendo cómo les puede gustar, pero qué se le va a hacer.
Sin embargo, cuando estoy a punto de pasar al pasillo que da a los baños, siento cómo me agarran y me entierran en un amasijo de carne y ropa. Aunque reconocería a quien me abraza a millas de distancia y su olor y abrazo me es tan familiar casi como si fuera yo misma, es el hecho lo que me preocupa. No es normal que no se controle con gente delante, que se deje llevar tan fácilmente por sus emociones o sentimientos. Por esto, le separo con esfuerzo y le miro a los ojos, pero estos me analizan de arriba abajo.
¾    Alice... Estás bien. No te han hecho nada, ¿verdad?
¾    Tranquilo, estoy perfectamente —le cojo de la mandíbula para obligarle a calmarse—. ¿Qué ocurre? —por primera vez veo el pánico en sus ojos, que poco a poco va disipándose.
¾    No es seguro —mira alrededor.
¾    Ven, tengo una mesa.
Le llevo de la mano hasta nuestra mesa, donde Amy no le quita el ojo de encima. Él duda al verla a mi lado, pero le convenzo con un apretón de manos de que se siente.
¾    Es de fiar —le aseguro.
¾    Siento lo de...bueno, lo de la pierna —dice con apuro.
¾    Yo también —le contesta ella—. Mejor os dejo solos, te espero fuera.
¾    Como quieras —la observamos irse y cuando cruza la puerta, él me coge más fuerte de la mano y la besa; esto sí que no es normal—. ¿Qué pasa? —intento decir con la máxima dulzura.
¾    Hay un traidor. Uno de mis hombres ha estado pasando información a otro...empresario.
¾    ¿Cómo lo sabes? —se tensa cada músculo de mi cuerpo, incómodo.
¾    Organicé una llegada de mercancía para anoche, nadie excepto mis más allegados lo sabían, y aun así sus hombres estaban esperando en la orilla.
¾    Pudo ser una coincidencia.
¾    No, ese es mi territorio, saben dónde se meten. Hubo un tiroteo, nada serio, pero...
¾    ¿Te hirieron? —no sé si estoy más nerviosa por él por mí; ahora soy yo quien le busca heridas, pidiendo estar equivocada. 
¾    No, me mantuve al margen. Pero podrían saber quién eres, podrían... —vuelve a alterarse.
¾    Tranquilo —le beso con suavidad—. No ha ocurrido nada, estamos bien. ¿Sabes quiénes eran los de la playa?
¾    No, nunca los había visto. Cuando hemos hablado pensaba que...
¾    Ya está, Alexander, sé cuidarme, lo sabes. Deja de preocuparte tanto por mí y hazlo más por tus negocios.
¾    ¿Se puede saber dónde te habías metido? Estuve todo el día buscándote y no encontré ni rastro. ¿Por qué no me avisaste?
¾    Emergencia familiar que te contaré más tarde. Ahora responde a una cosa, ¿conoces a Sean Coleman? —¿para qué la sutileza?
¾    Es uno de los míos, ¿por qué?
¾    ¿Importante?
¾    No, un traficante más. ¿A qué viene...?
¾    Le he visto —le interrumpo— hace un rato. Se las da de tu segundo al mando en un club de Miami Beach.
¾    ¿Te ha hecho algo? —se tensa en la silla.
¾    No, no. Pero sí a un montón de chicas.
¾    No te entiendo.
¾    Es un chulo, Alex. Y dime por favor que no tienes nada que ver con eso.
¾    ¿Con la trata de blancas? Ni en broma, Al. Yo vendo cosas, no obligo a nadie a comprarlas. No es mi problema qué hagan con ello. Pero eso es asqueroso, las personas son libres de elegir, en eso se basa mi negocio; y no seré yo quien lo permita en algún local mío —se pone en pie, hinchado en dignidad.
¾    Espera —le detengo por el brazo—. Si vas ahora, no le encontrarás y no tendrás pruebas. Mañana nos vemos, ven conmigo y será todo tuyo.
¾    ¿Qué haces viéndote con él?
¾    He hecho...algo para lo que necesitaba que nos viéramos, eso es todo. Negocios.
¾    Sospechabas de él, ¿verdad?
¾    De todo en general, no te creo capaz de hacer aquello a esas chicas. Tienes buen corazón —le susurro con una media sonrisa.

¾    Me estás haciendo débil, Du' Fromagge —me responde serio, con la mirada clavada en mis ojos y tan bajo que apenas lo oigo.  

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