Alex me recoge en nuestro lugar de
encuentro, esta vez a solas. No sólo está preocupado, sino que sé que en el
fondo esté enfadado por mi aspecto y lo que conlleva. Desde luego que mi falda
es más corta de lo que me gustaría, o que llevo maquillaje por el cuerpo para
ocultar al máximo las cicatrices, pero eso no es mi culpa, es parte del pequeño
papel que me he creado. Y sé que Alex es posesivo, sobre todo conmigo, y que la
idea de que esté con otro le corroe por dentro, quemándole las venas. Me lo
permite con desagrado y, si pudiera evitarlo, no lo dudaría un instante aunque
parte de su negocio dependiera de ello.
¾
No creo necesario que vayas así —me mira de
arriba abajo.
¾
Supongo que si piensas así significa que no has
estado allí —le sonrío divertida, tratando de restar importancia, pero él sigue
serio—. Estaré bien, no me harán nada. Pero si te ciegas pensando en lo que no
debes, entonces sí habrán problemas.
¾
No quiero que te toquen. Eres mía —tiene una
febril mirada.
¾
Primero: no soy de nadie, ya te lo he dicho, Alexander;
y segundo: si te ciñes al plan, no tienen por qué.
¾
A la mínima señal de sospecha, te saco de allí,
te pongas como te pongas.
¾
Me parece bien.
Le dirijo una leve sonrisa antes de
que ponga el coche en marcha. Me gusta su lado protector, me hace sentir segura
a su lado, aunque quizá el más peligroso sea él. Me inclino para besarle, pero
aparta la cabeza sutilmente. Le comprendo, pero eso no hace que duela menos.
Conduce serio, mirándome de reojo de vez en cuando y pensando claramente en
algo, pero no me voy a detener a averiguar el qué, tengo mis propias cosas en
la cabeza que me mantienen ocupada. Para un par de calles antes de llegar a la
del club, sin variar la seriedad con la que hemos ido todo el viaje. He
conseguido convencerle de que será mejor que no vean ningún indicio de que
estamos juntos o sería la ruina. Nada más bajarme del coche, me coge por la
cintura y me besa lentamente, saboreando cada centímetro de mi boca, y aunque
me pese, hago lo mismo, intentando mantener esa sensación en mi mente todo el
tiempo posible. Hay algo que me retiene, siento que ese es el lugar en el que
debo estar, a su lado, en sus brazos, con todos los detalles de él pegados a
mí, sus labios jugueteando con los míos, sus manos apretándome contra él, su
cuerpo relajado y apoyado en mí. No obstante, consigo deshacerme de esa
sensación de pertenencia que yo también estoy comenzando a sentir y de su boca
de miel para intentar concentrarme en lo que debo hacer ahora mismo. Le aparto
suavemente con una punzada de dolor reflejada en sus ojos, pero no me suelta.
Intenta retenerme de la manera que
sabe que no me opondría, sin embargo, debo hacer mi trabajo y ayudarle.
¾ No
tienes por qué hacerlo —susurra, con su frente pegada a la mía.
¾ Quédate
aquí —consigo separarme finalmente.
No me atrevo a mirarle al comenzar a
andar. Se ha resistido a soltarme la mano, y aunque puede ser incluso
conmovedor, a veces resulta agobiante. Sé defenderme, y espero que lo vea al
fin con esto y confíe en que puedo cuidarme sola.
Al girar la esquina para dejarle atrás
y salir de su campo de visión, subo a una furgoneta de mudanzas aparcada frente
a una casa en cuya entrada hay cajas apiladas. Dentro, hay agentes preparados
para entrar, sentados a ambos lados con el chaleco puesto y revisando las
armas. Apenas recibo una vaga mirada de su parte, sin embargo, el jefe se acerca
con algo en las manos: una sujeción de pelo pequeña y suficientemente discreta
para poder llevarla sin problemas. A estas alturas, reconozco una cámara espía
fácilmente. Cojo el pinganillo que me ofrece y me lo coloco sin rechistar. Es
el mismo tipo que el que lo organizó todo en la comisaría, y por la manera que
hablaba, será mejor que no le lleve la contraria. Amy se acerca para ponerme el
broche mientras el hombre me habla.
¾ Necesitamos
pruebas para encerrarles, así que veremos lo mismo que tú. Procura enfocar a
todo.
¾ Lo
intentaré —sobre todo que no se vea a Alex.
¾ Tendrás
media hora como máximo antes de que entremos. Si perdemos la conexión, te
sacaremos al instante, e igualmente si te sales del plan. Así que cuidado con
lo que haces —me advierte.
¾ No
sé cómo puedo salirme de un plan que consiste en sacar información hasta que
entréis gritando con pistolas —protesto; miro el reloj—. Es la hora.
¾ Suerte
—resoplo como respuesta, y Amy me coge del brazo con cariño.
¾ Lo
han visto, ¿verdad?
¾ ¿El
qué? ¿Atragantarte con la lengua de un mafioso?
Se ríe y le doy un golpecito amistoso.
Echaba de menos a esta Amy, la que quita importancia a todos los asuntos
posibles para distraerme cuando estoy nerviosa. Sé que le cuesta hacerlo, y
valoro en grande su esfuerzo. Lo está dando todo por mí y yo nada a cambio. De
repente vuelve a su expresión seria y me abraza rápidamente.
¾ Ten
cuidado.
¾ Sólo
son unos babosos, puedo mantenerlos a raya.
Salgo de la furgoneta con paso
decidido y me quito el pinganillo en cuanto mis pies tocan el asfalto,
colocándolo sobre el capó con una sonrisa. Oigo las protestas y amenazas, pero
sé lo que me hago, y ellos no. Espero que esta vez el gorila se comporte igual
y no me haga deshacerme de los metales, por pocos que lleve. No obstante, debo
dar un punto a la Agencia por pensar en algo para el pelo en vez del típico
estúpido broche, que estoy segura me habrían hecho quitármelo y sospechado.
Además, me costó convencer a Alex de
que fuéramos solos y que no llevara armas, pero por suerte comprende rápido qué
haría en el caso de Smirnov; supongo que es lo único bueno que tiene ser un
mafioso, o quizá no lo único.
No hace falta que pare, el matón de la
puerta la abre directamente cuando me acerco y el mismo tipo de la primera vez
me está esperando para guiarme a la sala redonda a través del oscuro pasillo. Evito
respirar profundo de alivio, por muchas ganas que tenga y obedezco las
indicaciones que me dan, esta vez tratando de girar la cabeza lo máximo posible
sin que resulte descarado ni demasiado raro para captar todas las imágenes que
pueda. Miro el reloj, y continúo contando el tiempo; llevo en total siete
minutos desde que dejé a Alexander. De momento todo va bien. Me fijo en que algunos
reservados que recorren la pared están tapados con cortinas; no podré ver a los
clientes, aunque otra está corrida, revelando una puerta decorada con motivos
florales, supongo que serán otro tipo de reservados, no son los primeros que
veo así.
Cuando entro en la oficina, tanto
Coleman —alto y delgado, moreno y bastante tranquilo, con gesto de
superioridad, incluso— como Smirnov, me analizan de arriba abajo. El segundo me
dedica una amplia sonrisa al ver la expresión de su socio al verme, alzando una
comisura. Primer paso conseguido, al menos le gusto. No obstante, dado lo que
ocurrió ayer, no sé si el ruso estará dispuesto a que otro me toque antes que
él. Sólo de
pensarlo me entran ganas de vomitar y golpear a todos los que hay en el club.
¾ No
está mal —comienza a andar a mi alrededor—. Nada mal —murmura.
No me quita los ojos de encima y casi
puedo oír sus pensamientos, asquerosos desde luego. Por lo menos Smirnov no se
regocija en sus negocios, para él son sólo maneras de ganar dinero —o conseguir
caprichos, como creo que soy ahora—, pero para el otro son medios para
demostrar su poder, un poder que debe mantener en secreto si quiere seguir vivo
o libre. Reprimo con todas mis fuerzas escupirle en la cara o darle un puñetazo
cuando me toca el pelo. Quizá luego.
¾ ¿Ya
ha aceptado las condiciones? —le dice al ruso.
¾ No.
Si somos socios, tenemos que darle el visto bueno los dos.
¾ Bien
—continúa concentrado en mí.
¾ ¿Condiciones?
—hablo, procurando remarcar el acento francés.
¾ Delicioso
—Coleman sonríe y se humedece los labios.
¾ Una
parte de tus ganancias serán para nosotros a cambio de clientes fijos y
seguridad. Pero si vas por tu cuenta, pasarás de ser una...amiga a alguien a
quien eliminar. No nos gustan los traidores.
Intento no mirar de reojo a Coleman
para ver su reacción, pero si tuviera que fiarme de su expresión, no me iría
muy bien, precisamente. Para él es como si lo que hubiera dicho no tuviera nada
que ver con lo que está metido.
¾ A
mí tampoco —sigue sin mostrar nada, e intento que me mire a los ojos—. Nos
llevaremos bien.
¾ Sobre
todo tú y yo —Coleman me coge por la cintura—. Esta es mía, Kyril.
¾ Yo
la he conseguido, yo la disfrutaré primero. De todas formas, no será exclusiva.
¾ ¿Qué
parte de que es mía no entiendes? —me aprieta.
¾ Sabes
que tiene potencial, y el dinero que nos puede hacer ganar. Las europeas son
una mina de oro aquí.
¾ Dijiste
eso de Katja.
¾ Porque
lo fue. Hasta que la reclamaste —le recrimina.
¾ No
fue mi culpa que no supiera aguantar su trabajo. Pero tú sí podrás, ¿verdad,
preciosa? —me atrae hacia él— Y mi amigo Kyril no se opondrá, porque no quiere
que hable con mi jefe, ¿no es así?
¾ Moore
te pegará un tiro si le molestas con algo así.
¾ O
a ti por adueñarte de una chica de su tipo sin hablarlo con él. ¿Estás seguro
de que quieres deshacerte de otro cadáver? No lo creo. Déjanos solos.
No sé si lo estoy comenzando a
entender todo, o si por el contrario me estoy liando más. Por lo que parece, ellos
proporcionaban las mujeres a Alexander y se deshacían de los cuerpos, pero no
entiendo por qué. Eran de buenas familias, no entiendo cómo podrían conocer a
cualquiera de ellos dos. Tendré que preguntárselo a Amy, pero ya lo habrá oído y visto todo, así que seguro que se habrán
puesto manos a la obra. Más les vale.
Smirnov obedece, aunque no de muy buen
grado, y su socio me besa el cuello. Sin embargo, consigo apartarme de él lo
necesario para hablar y alargar el tiempo. Según mi reloj, Alexander todavía
tardará otros diez minutos, y los mandados de la CIA cerca de veinte, así que
aunque vaya bien, dependo de otros.
¾ Así
que tu jefe es Alexander Moore.
¾ ¿Le
conoces?
¾ He
oído cosas. Como que es muy guapo... y poderoso.
¾ No
es para tanto —está incómodo hablando de él; bien—. Sólo una marioneta.
¾ No
te creo —fuerzo una sonrisa y acerco los labios, pero cuando va a besarme, le
sujeto—. Si él es una marioneta, ¿entonces qué eres tú?
¾ El
que mueve los hilos —me clava los dedos en la nuca y la mano en el trasero.
¾ ¿Entonces
estoy con un pez gordo?
¾ Mejor,
otros dan la cara y yo gano el dinero. Pero también me deshago de las que abren
la boca —susurra en mi oído.
Es mucho más fuerte de lo que parece,
y no puedo deshacerme de él aunque me resista. Está claro que no voy a sacar
más información de la que tengo, pero aun así es más de la que esperaba. Por lo
que parece, Coleman también se deshizo de las chicas, y no es que el estilo no
vaya con él, directo y frío, pero no me cuadra que un simple capo o matón se
encargue de temas tan complicados como ese. Por la forma de hablar es obvio que
busca atención y que quiere ser reconocido por algo, pero no sé para qué. Seguramente
sólo sea que tiene aires de grandeza, pero un tipo así puede ser muy peligroso.
Aunque le digo que espere, que me dé
cierto tiempo para que sea mejor, no cede y me agarra con más fuerza aún,
sintiendo cómo cada dedo recorre mi piel. De verdad que lo intento, pero no
puedo simplemente dejarme llevar y esperar a que venga Alexander. Si le ve así,
besándome cada pedazo de piel que ve libre, no dudará ni un segundo en matarle
a la mínima oportunidad, y necesitamos la información. Todo esto me supera. No
soporto que nadie me toque más de lo justo y necesario, y desde luego que
bajarme los finos tirantes del vestido a la fuerza y subirme la ya corta falda
lo supera. Me revuelvo, pero no consigo nada más que enfadarle. Me coge del
cuello, intentando ahogarme, pero se controla al final y afloja la mano, pero
no me suelta del todo. Me cuesta respirar, la garganta me duele y los pulmones
se mueven más rápido de lo normal, pero eso no le importa, sino que me agarra
por la cara. Me mira fijamente a los ojos, esos que rebosan ira tanto por un
lado como por el otro. Entonces, como si lo hubiera decidido en ese mismo
instante, me golpea con toda su fuerza en la boca. Consigue tirarme al suelo, y
no satisfecho con eso, me levanta por el pelo —involuntariamente, suelto un
pequeño grito— y me pega de nuevo, esta vez sin fijarse dónde. El puñetazo cae
directo al pómulo y el mundo comienza a dar vueltas. Definitivamente, le he
infravalorado, pero tampoco pensaba que se pusiera a darme una paliza, pensé
que el dinero que podría conseguirle sería más poderoso. Le he debido enfadar
sacándole el tema de Alexander, y ahora sí que sí puede considerarse muerto.
Nada le detendrá de acabar con su vida brutalmente, ni siquiera yo, por mucho
que quiera la información. En el suelo, procuro encogerme para recibir menos
golpes, pero tampoco es que haga mucho efecto. Al principio no podía defenderme
para no poner e peligro mi tapadera, pero ahora directamente no puedo, no tengo
excusas.
De repente, se abre la puerta y un
hombre entra como un torbellino. No logro verle hasta que me quita a Coleman de
encima y le estampa contra la pared. Está ciego de ira, le pega sin control,
sin conocimiento, y yo tampoco me encuentro bien para pararle; aun así, saco
fuerzas de flaqueza e intento apartarle. Necesito la ayuda de Smirnov, pero
conseguimos separarles. Coleman cae inerte al suelo, con la cara ensangrentada,
y el pecho de Alex sube y baja con violencia. Ya sabía que era agresivo con lo
que le importaba, pero jamás le había visto así. No sé si temerle o protegerle,
está claro que ese no era él, la ira de verme así le ha dominado, pero ahora
necesita mi ayuda.
Tengo que sacarle de allí, o si no,
pronto...¡no! La policía estará a punto de entrar, si es que ya no lo está
haciendo ya; tengo que sacarle de allí de inmediato. La pequeña cámara espía se
ha quedado en el suelo cuando me he caído la primera vez, y no pienso
recogerlo, por el contrario, lo piso para cortar la emisión y cojo a Alex de la
mano pegajosa. Ignorando todo, comienzo a correr y él me sigue sin rechistar,
mostrando todo lo que confía en mí. Oigo gritos de ''Policía'' y continúo como
si nada, como si él no me estuviera mirando aterrorizado o como si las chicas y
clientes no hicieran lo mismo que nosotros. Por suerte, eso nos ayuda a
ocultarnos. Le llevo por la puerta oculta de antes, recorriendo un pasillo
lleno de más puertas cerradas hasta el fondo, donde hay una pequeña ventana lo
suficiente ancha como para que quepamos por turnos.
Él es el primero en saltar fuera, no
sin dificultades, pues es más ancho de espaldas de lo que parece, y en cuanto
pone los pies en el suelo, salto y me coge en el aire. Se niega a soltarme, me
abraza con tanta fuerza que incluso duele, pero es un tipo de dolor agradable,
incluso, después de lo que ha pasado. La adrenalina llena mis venas todavía y
ayuda a que el dolor sea perfectamente soportable, a demás de permitirnos
continuar.
¾ No
hay tiempo —susurro y seguimos corriendo.
Obedece sin rechistar. Creo que será
la única vez que lo haga, así que aprovecho el momento y le llevo por
callejones hasta alejarnos lo suficiente para estar a salvo de la policía.
Aunque estuviera conmigo, fuera mi misión y me ayudara, no dejaría de ser un
mafioso en un prostíbulo ilegal, con las manos manchadas de la sangre de un
hombre inconsciente. Ahora coger el coche sería demasiado arriesgado, hay
policía por todos lados, el ambiente tranquilo de tarde se ha inundado de
sirenas.
Al detenernos, me dejo caer por la
pared, intentando recuperar el aliento. He perdido un zapato en la carrera, así
que me quito el otro para no cojear como una estúpida; prefiero ir descalza
antes que eso. Él hace lo mismo a mi lado, pero no se fija en él, sino en mí.
Extiende la mano para acariciarme, pero respiro hondo y se detiene a medio
camino. Cuando le miro a los ojos, totalmente inexpresivos baja la cabeza para
evitarme.
¾ Iba
a matarle —habla casi para sí mismo, creo que continúa en shock—. Quiero
hacerlo. Quiero hacerle sufrir —me mira, dudando si lo que piensa es horrible o
correcto.
Le obligo a mirarme y tiene la cara
sucia por haberse apartado el pelo con las manos, llena de sangre espesa y
pegajosa. Le beso suavemente, ignorando el dolor del labio, y cuando el sabor
férreo se mezcla con el de él, no sé si es por mi propia sangre. Me noto el
labio hinchado, seguro que está partido, pero hay otras cosas de las que
preocuparse que de un rasguño insignificante. Al tocarle el brazo, está húmedo,
y cuando abro los ojos, tiene la manga manchada de rojo. Parece salir de la
nada, pero se resiente, así que está herido. Estaba herido y no me lo ha dicho.
Otro golpe más a mi historial. Estúpida.
Me levanto de repente y le obligo a
hacer lo mismo, pero se niega a ir a un hospital por mucho que insisto en ello;
reconozco que sería muy arriesgado, tendrían que tomarle los datos y cuanto
menos se sepa de él mejor.
¾ Estoy
bien, es un rasguño, pero a ti te tienen que ver ese pómulo —me acaricia con
suavidad.
¾ Vale,
iré sólo si vienes conmigo. Sea lo que sea, puede infectarse.
¾ Vamos
a por el coche—me coge de la mano.
Resulta increíble cómo podemos pasar
desapercibidos por la calle, teniendo en cuenta que yo voy sin zapatos, con la
cara golpeada, y él con la camisa manchada de un rojo muy característico, pero
lo conseguimos. Él conduce el coche, ninguno se atreve a decir nada, sólo
estamos demasiado preocupados por el otro, o enfadados, como para dirigirnos la
palabra. Por mi parte, aún me encuentro impresionada por todo lo que ha pasado,
aunque no debería pues he pasado por cosas peores, pero nunca he tenido que
tener en cuenta nada que no fuera yo misma. En el trabajo siempre me escapaba
para hacer las cosas sola y no poner a nadie en peligro, sin embargo, ahora no
puedo evitarlo, los dos somos iguales y ninguno va a dar su brazo a torcer.
Quizá sea así como debe ser, como debe funcionar, y en ese caso, el amor no
está hecho para ninguno de los dos. Somos demasiado egoístas como para dejar
que le pase algo al otro, pues seríamos nosotros quienes sufriríamos.
Mantenemos los ojos fijos en la
carretera y yo procuro recordar el camino y las calles por las que pasamos, no
obstante, en seguida veo que no tiene sentido, es demasiado para ahora, así que
espero a que se detenga en la calle adonde vamos para comunicarlo más tarde.
Aparca en la calle de enfrente, me abre la puerta y entramos en un edificio
antiguo y sucio. Es un barrio de las afueras, conocido por ser el centro de
todo lo peor de la ciudad, la única salida para muchos inmigrantes ilegales que
llegan al país en lanchas, traídos por las mafias, traídos por Alexander.
Subimos las escaleras sin mirarnos y
él toca la puerta. En seguida sale un hombre latino, rondando los treinta, que
en cuanto le ve, le hace pasar apresuradamente.
¾ ¿Se
te ha abierto? —nos guía por la casa hasta una habitación que no tiene nada que
envidiarle a un quirófano profesional.
Es un médico clandestino con mejores
medios que uno legal. ¿Cómo no caí antes? Tendría que haber alguien que se
encargara de los heridos, pues no pueden ir a un hospital, ya que los médicos
están obligados por ley a informar de cualquier tipo de violencia a la policía,
especialmente con armas de fuego, y sería muy difícil explicar por qué llegaban
hombres con tales heridas, por no hablar de lo caro que resultaría sobornarles.
Sin duda, este médico ha debido de trabajar mucho, sus ojeras lo revelan, pero
tiene que haber más como él, no daría a basto en caso de un tiroteo como el de
la otra noche. De momento, me doy por satisfecha con saber de la existencia de
este.
¾ Eso
parece.
Ambos ignoran mi presencia. El médico
prepara el material a toda prisa, mientras que Alex se sienta en la mesa de
operaciones. Intenta quitarse la camisa con un brazo, no puede evitar las
muecas de dolor, por mucho que frunza el ceño para disimular.
Me acerco para ayudarle, pero se
deshace de mí con un gruñido. Entiendo que esté molesto, aunque aún no le
encuentro el sentido, no fue mi culpa nada de lo que pasó, no obstante yo
también lo estoy por no contármelo y él sí tiene la culpa en su caso y no hago
nada por despreciarle, de hecho me preocupo más.
¾ Eres
idiota —dice el latino desde su espalda—. Por favor, échale una mano —se dirige
a mí con voz dulce.
¾ No
necesito ayuda —protesta cuando estiro la mano.
¾ No,
necesitas un cerebro. ¿Qué has hecho?
¾ Ha
pegado a alguien. Mucho —intervengo.
¾ No
te ha preguntado a ti.
¾ Me
da igual, seguro que ibas a mentirle como haces con todos.
¾ ¿Qué
estás diciendo?
¾ Me
mentiste. Te pregunté si te habían herido y dijiste que te mantuviste aparte.
¾ Porque
sabía cómo te pondrías.
¾ No
te hubiera dicho nada, es tu trabajo. El que está obsesionado con el peligro
eres tú —le reprocho.
¾ ¡Y
aun así ha pasado esto! —se pone en pie enfadado— ¡Si no hubiera entrado antes
de lo que me dijiste no sé si seguirías viva!
¾ ¡Si
te hubieras ceñido al plan, ahora no estaríamos aquí, y tu herida no se hubiera
abierto, y no hubiéramos tenido que correr por la ciudad para huir de la
policía!
¾ ¿Por
qué no os calláis los dos?
El médico se pone entre nosotros.
Hemos llegado a encararnos a la misma altura, a centímetros del otro. Podríamos
seguir discutiendo de por vida, ambos tenemos demasiada adrenalina acumulada y trapos
sucios que poder sacar, pero que tampoco queremos desvelarlos por miedo de
hacernos daño. Tiene toda la manga manchada, la herida ha ido empeorando con la
discusión y nadie se ha dado cuenta. Alex está pálido y tiene el pelo pegado a
la frente por el sudor. Tropieza con su propio pie, mareado por la pérdida de
sangre —conozco bien esa sensación— y aunque el médico se adelanta para
sujetarle, extiende el brazo hacia mí. Me coge por los hombros y le siento de
nuevo. Esta vez no opone resistencia a que le quite la camisa y cuando el
médico comienza a coserle la fea herida —la bala le ha atravesado el brazo muy
cerca del hueso, aunque por suerte basta con cosérsela, no obstante, reconozco
que es muy doloroso y fácil de infectarse— y me agarra con fuerza. Al terminar,
le llevamos a una habitación de la casa para que descanse y se recupere, pero
no acepta a tumbarse en la cama a menos que yo esté con él. Es como un niño
pequeño que reclama la atención de su madre, y de alguna manera es sólo un
chico que no tuvo infancia, que creció demasiado rápido y sin el amor
suficiente que quiere sentirse querido por la mujer que ama. Aunque discutamos,
aunque peleemos, siempre seremos especiales el uno para el otro de una forma
extraña y muy poderosa.
Apoya la cabeza en mi pecho y me
abraza con ternura antes de quedarse dormido. La primera hora, sólo le miro,
maravillándome ante la imagen de inocencia y debilidad que tiene, a pesar de
estar lleno de sangre y con los nudillos despellejados. Parece tranquilo por
primera vez desde que nos vimos este año, no puedo evitar que me recuerde a
nuestro último día, dormido en aquel hotel poco antes de que le abandonara. Se
ve igual que ese crío asustadizo.
El médico entra en la habitación, se
queda mirándonos unos segundos, y se dirige a mí:
¾ ¿Cómo
está? —parece un susurro, como si le preocupara despertarle.
¾ Mejor
—le acaricio la frente—. Siento haberte molestado, nos iremos en seguida; creo
que debe descansar un poco más todavía —vuelvo a fijarme en él.
¾ No
te preocupes, no molestáis. He tenido casos peores que esto. Aunque no mucho
más raros —se ríe.
¾ ¿Qué
quieres decir? —le beso la cabeza y me muevo con cuidado para levantarme sin
que se despierte.
¾ Que
nunca le había visto así. Es cierto que es agradable y que se preocupa por sus
hombres, pero... Perdona, no me he presentado, soy Miguel —me estrecha la mano.
¾ Alice.
¾ Debes
ser muy importante para él.
¾ Eso
parece —murmuro—. Por cierto, ¿tienes alguna toalla que dejarme? Quiero
limpiarle un poco.
¾ Sí,
claro. ¿Quieres hielo también? Porque lo necesitas —le miro extrañada—. Para
los nudillos, y tu cara. ¿Te duele? —me coge de la barbilla y comienza a
examinarme, pero me aparto rápidamente.
¾ Estoy
bien, gracias.
¾ Le
pegó a quien te lo hizo, ¿verdad? No le juzgo, en mi país podría haberle matado
y nadie le diría nada. No se pega a las mujeres.
¾ ¿Él
te trajo aquí?
¾ Ayudó
a mi hermana, la consiguió papeles y evitó que se pusiera en riesgo viniendo en
cualquier lancha. Estoy en deuda con él.
¾ Creo
que ya se la ha cobrado.
¾ Sí,
de lejos, pero ese gran bastardo se hace querer —se ríe.
¾ Dímelo
a mí —suspiro.
Ahora me toca a mí responder a sus
preguntas, pero tras la tercera que me niego a responder, desiste y me da la
toalla húmeda para limpiarle. Primero se la paso por la cara muy suavemente,
procurando que no se despierte, después el brazo, el cual me lleva más trabajo
debido a la herida, pero más fácil de manejar, luego las manos, que se quedan
algo coloreadas por la sangre seca, pero se limpia bien —tiene los nudillos
hinchados, quizá le vendría bien el hielo—, y por último el pecho; sólo está
sudado, por suerte no se manchó, pero eso no quita que se me acelere el corazón:
está fuerte, e incluso relajado tiene los músculos bien definidos, y aunque ya
no soy una cría que se deja impresionar por un buen cuerpo, por suerte o por
desgracia he visto demasiados así, reconozco que me tiembla la mano. Lo más
posible sea por quién es, y no por el cómo. Mis movimientos son lentos,
tranquilos y firmes, pero aun así se despierta. Abre sus ojos de ese azul
brillante que me dejó sin habla la primera vez y me sonríe despreocupadamente.
Ahora es cuando me doy cuenta que estoy sentada sobre él.
¾ No
me parece justo —murmura con la boca pastosa.
¾ ¿El
qué?
¾ Que
yo esté a medio vestir y tú no, por no decir que llevas un rato aprovechándote
de que estaba dormido y yo no puedo decir lo mismo.
¾ Eres
idiota —me río.
¾ Tu
boca... —murmura; alza el brazo izquierdo para acariciarme el labio partido— Y
el pómulo... —hace el mismo gesto y cierra los ojos un instante.
¾ No
te preocupes, se curará a su tiempo, es una tontería —susurro besándole—. ¿Por
qué no dejamos a Miguel tranquilo y nos vamos a casa?
¾ Me
gusta la idea —sonríe pícaramente.
¾ Cada
uno a la suya, Alexander, no estás en condiciones de nada, ¿me oyes?
¾ Necesito
hacer algo antes.
¾ Voy
contigo.
¾ No
esperaba menos —sorprendentemente no se opone.
Le ayudo a incorporarse y, después de coger
una camisa limpia —que parece que tenía guardada y me temo que no es la única
vez que hace algo así— se dirige a la puerta. Le damos las gracias a Miguel por
la ayuda, y aprovecho para limpiarme la cara y los brazos para eliminar el
maquillaje sobrante mientras ellos comentan lo que ha pasado en el burdel.
Cuando salgo del baño, siento cómo ambos me miran, sobre todo el médico, que se
centra en las cicatrices. Alex se tensa, nunca se acostumbrará a verlas, por
eso me coloco el pelo para tapar las de los hombros, de las más visibles y
desagradables.
¾ Estate
tranquilo por ella, es una chica dura —observa—. Esas heridas son feas.
¾ Incluso
el acero se rompe —contesto.
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