Despierto bastante confundida, tumbada en
una cama que no conozco y con un martilleo constante en la cabeza. Parece que
esto va a convertirse en una costumbre, levantarme a punto de chillar porque a
la cabeza no le apetece relajarse y bajar su nivel de intensidad con los
dolores. Sin embargo, al intentar centrarme en un punto concreto al abrir los
ojos, algo tan sencillo como el techo, todo empieza a brillar de una manera
extraña. Intento mover las manos, pero se hace difícil con el vendaje que me
han puesto, y sorprendentemente no me duelen tanto como temía, sólo es un leve
hormigueo, igual que el resto de mi cuerpo, de cual comienzo a tener
consciencia.
A mi lado, encuentro una butaca, ahora vacía, y a una mujer,
creo, que sale rápidamente de la habitación. Tanto el brillo como el dolor de
cabeza me hacen imposible concentrarme y distinguir correctamente las formas.
En un par de minutos, que aprovecho para cerrar los ojos e
intentar que desaparezca esta sensación extraña, oigo la puerta abrirse y me
cogen de la mano al instante.
— Te
ha costado despertarte —comenta una voz demasiado familiar y dulce.
Abro los ojos y veo a su propietario mirándome con ternura,
una ternura que llevo sin ver en esos ojos azul cristalino años. Se lleva la
mano a la boca para besarla y se la deja en la mejilla, abrazándola con la
suya. Lucho contra la confusión mirando mi cuerpo, perfectamente tapado hasta
el pecho con una sábana blanca y vestido con lo que diría que es una camiseta
de algodón varias tallas más grande.
Intento incorporarme, sin embargo, la habitación da
vueltas y tengo que dejarme caer de nuevo en el cómodo colchón. Ni siquiera
puedo mirar alrededor sin que vuelva ese irritante brillo. Es como si estuviera
en el Cielo y no en el mundo de los vivos, sobre todo por el aspecto de ángel
que parece tener ahora Alexander, vestido con una camisa blanca remangada hasta
la mitad del antebrazo y abierta los primeros botones, dejando ver su pecho
fuerte y bronceado, a pesar de ser un hombre de negocios, como él mismo
presume. Se nota que le sigue gustando el deporte, solo que esta vez es por
entretenimiento y no por conquistar a chicas. Espero.
No, hay algo mal en todo esto, ha intentado matarme y ahora
no puede simplemente cogerme de la mano y pretender que haga como si no ha
ocurrido nada. No. Está loco, es un psicópata. ¿Por qué si no actuaría de esa
manera? Ya lo dijo una vez, me tendría a la fuerza si era necesario, y ahora
está intentando convencerme, llevarme a su terreno. Pero es tan dulce que nada
lejos de sus palabras tiene lugar en mi mente, deja a un lado el dolor y el
mundo se reduce a unos insólitos tiernos ojos.
— Tranquila
—intenta sonreír—. El médico llegó antes de que tuvieras nada grave. Estás
bien, sólo necesitas descansar.
Me besa la frente y, casi en mi contra, caigo rendida en un
sueño profundo de...¿cuánto; dos, tres horas? No tengo ni idea de cuánto
duermo, porque desde luego no era consciente del verdadero cansancio que
provoca un accidente de coche. Supongo que mi cuerpo necesita estar lo más
tranquilo posible y sabe que no lo conseguirá si mi mente no le obliga a dormir,
porque de lo contrario estaría saliendo de dondequiera que esté e iría
a...cualquier sitio lejos de aquí, eso es seguro.
Cuando me despierto de nuevo, él sigue a mi lado, con un
libro sobre el regazo y mi mano vagamente cogida; no obstante, no está
pendiente de eso, sino de mí. Tiene la mirada clavada en mis somnolientos ojos
y me esfuerzo por hablar, mas tengo la
garganta seca y el mero intento hace que me convulsione por la tos. Con una
ligera sonrisa, aparentemente complacido de que esté bien, coge un vaso de agua
de la mesilla y me lo ofrece antes de ayudarme a beber.
— ¿Mejor?
—asiento lo justo para que lo perciba— ¿Te apetece darte una ducha primero para
despejarte? Yo no haré nada, lo juro —levanta una mano y vuelvo a asentir.
No me vendría nada mal dejar que mis pensamientos corrieran
junto al agua y se vayan por el desagüe. Está claro que no puedo hacer nada, no
con él supervisándome —independientemente de cuáles sean sus intenciones— ni tampoco
pudiendo casi andar. No sé exactamente por qué, y estoy segura que en cuanto me
ponga en marcha conseguiré andar normalmente, pero nada me quita las marcas de
cristales clavados y los puntos de papel en el muslo.
Me ayuda a llevarme al baño y me deja sola cuando se asegura
de que puedo sostenerme. Me miro en el espejo de cuerpo entero después de
quitarme la camiseta que llevaba puesta que me llegaba por la mitad de los
muslos. Tengo un par de cicatrices nuevas, supongo que, después de la tercera,
eso deja de importarte ¿no? Una es un corte limpio y aún unido por puntos en las
costillas, específicamente entre dos de la parte derecha. La otra es un feo
corte a medio curar en la clavícula. Obviamente, el resto de cortes, de menor
tamaño, repartidos por las manos enrojecidas y los antebrazos que usé a modo de
escudo para no dañarme la cara, no los he contado, porque también tienen marcas
de los cristales que saltaron, aparte de lo del muslo, que no he contado porque
apenas se verá si tengo un poco de cuidado. El cuello me duele y me hace
marearme durante la ducha, pero, una vez en el agua caliente, me dejo llevar y
tienen que aporrear la puerta para asegurarse de que no he hecho nada malo y de
que sigo bien.
Me agarro al lavabo después de ponerme la misma camiseta que
antes para combatir el mareo, y, al salir, con la cabeza algo más clara,
consigo enlazar varios pensamientos —agradezco bastante que las cosas hayan
dejado de brillar considerablemente— y una imagen se empieza a formar en mi
mente. Apenas recuerdo lo que pasó después del golpe, creo que Alexander me
atacó...No, él impidió que me dispara un hombre del que no tengo ni idea de
nada más de él que está bajo su nómina. Recuerdo el olor a metal quemado,
retorcido, a gasolina en el asfalto, sangre, el sonido de la ambulancia,
dolor...
Casi tan intenso como el de ahora, que me hace suspirar y
quejarme sin siquiera percibirlo, la cabeza me va a explotar y comienzo a
perder fuerza de nuevo.
Alexander entra al momento y me coge por los codos para que
no me caiga. Cierro los ojos con fuerza, necesito saber dónde estoy, cómo salir
de aquí y sobre todo por qué me ha traído en vez de dejarme en cualquier
hospital, es mucho menos arriesgado y puede permitirse una pequeña factura
médica a cambio de que le deje en paz.
Me lleva a la habitación y me sienta en la cama con cuidado
y puedo calmarme sin caerme, lo que es un gran avance.
— No
tienes buen aspecto —frunce el ceño.
— Gracias
—acepto una caricia intentando controlar el tambor de la cabeza.
— Será
mejor que llame al médico.
— Espera
—le cojo del brazo.
— Será
sólo un instante —me acaricia un punto de la frente y se va.
Me llevo la mano allí donde me acaba de tocar y descubro una
pequeña tirita encima de la ceja izquierda. Vuelvo a cerrar los ojos al
ahogarme en un torrente de imágenes, igual que el de antes pero con la ventaja
de que si pierdo el equilibrio esta vez no me haré daño y que puedo
concentrarme con él fuera en lo verdaderamente importante. De una manera
extraña aquí estoy a salvo, a fin de cuentas Moore acaba de ir a por un médico,
pero hay alguien de quien no sé nada y que puede estar en un terrible riesgo:
Amy.
No tengo ni idea de dónde está, o siquiera cómo. ¿Y si la
ambulancia no pudo hacer nada? ¿Y si ya está muerta? ¿Cuánto tiempo he estado
inconsciente?
Tan rápido como empiezo a reaccionar, mi cuerpo acompaña a
mi mente y me levanto de un salto. Aún tengo muchas fuerzas que recuperar, pero
consigo reunir las suficientes para correr hacia la puerta. Quizá debería
fijarme en dónde estoy, aprovechar que me han dejado sola para buscar algo de
información, no obstante, técnicamente ya no existe investigación, así que no
estoy haciendo nada mal; y a decir verdad, aun habiéndola, reaccionaría igual.
Por mi culpa Amy está a saber cómo y dónde, por lo que lo más justo sería que
yo lo remediara. Pero primero he de encontrarla.
La puerta se abre desde el lado contrario, empujándome y
haciendo que trastabille. Un chico joven, podría decir que incluso más que yo,
cuya cara me es familiar aunque no consigo situarle, me agarra del brazo para
impedir que caiga y le aparto de un empujón. No quiero que me toque, que nadie
lo haga; quiero escapar de aquí, y la única salida es la puerta que está
bloqueando, ya que no hay ventanas —aunque las hubiera, no creo que fuera capaz
de usarla como vía de escape si estuvieran en una altura superior a un primer
piso, y aun con esa altura me sería difícil—. Estoy segura que en plenas
condiciones podría ser un digno oponente, parece rápido y sus ojos vivos lo
confirman, pero ahora mismo me machacaría en un minuto.
¾
Déjame salir —exijo.
¾
¿Así? Ni de coña —me mira de arriba abajo.
¾
Quítate o te aparto yo.
¾
Explícame cómo —es él quien me quita de en medio
agarrándome por los hombros; tiene que hacerlo con más fuerza cuando forcejeo—.
Para de una vez; o lo hago por las buenas o Alexander me mata.
Cedo durante unos segundos, sopesando mis opciones y
pensando en lo que ha dicho. Desde luego que sería capaz de matar a alguien que
no le obedezca, su padre lo hacía y él simplemente lo reproduce; algo en mí me
hace detenerme, de verdad no quiero que este chaval se meta en líos por mi
culpa, pero pensándolo mejor ha sido él quien se ha metido en esto, a mí me
están arrastrando, así que no tengo por qué ayudarle. Vuelvo a resistirme,
ignorando sus gruñidos de «Cálmate o tendré que hacerlo yo», y me estampa
contra la pared para controlarme mejor con un brazo mientras que noto que hace
algo con el otro, no obstante, no puedo aprovechar la oportunidad, yo me estoy
empezando a marear de nuevo —el dolor de las cervicales no lo mejora— y es más
fuerte de lo que pensaba, de manera que no puedo hacer nada cuando me clava
algo en el cuello y siento mis músculos relajarse hasta no poder soportarme, y
todo se vuelve negro.
El sueño en el que me mete la extraña inyección lo es tanto
como ésta o más. Estaba Amy, Murray, David, Alexander, Patrick…incluso
aparecían el resto de personas que me acompañaron la primera vez que me metí en
todo esto, los que se hacían pasar por mis padres y luego me abandonaron en
cuanto estuve a punto de morir. Nunca olvidaré su traición, eso lo tengo claro.
Consiste en que todas estas personas están a ambos lados mientras yo paseo
entre ellos, simplemente se limitan a hacerme tropezar o bien llamando mi
atención, o distrayéndome con otra cosa, o poniéndome la zancadilla. Al final
del pasillo, se encuentran dos chicas rubias, iguales y completamente
diferentes por otro lado: la de mi derecha es elegante, orgullosa, digna, con
ropa bastante cara y que le sienta con un guante, ese brillo de picardía en los
ojos te indica que siempre tiene un as guardado en la manga: hay personas que
tienen algo que te hace confiar en ellas al instante, aunque sepas que podría
salir mal o y traicionarte sin que te diera tiempo siquiera a parpadear, esta
chica es de esas, demasiado perfecta para ser real; la de mi izquierda tiene un
aspecto enfermizo, con la piel un tanto amarilla, los ojos azules saltones, la
ropa le queda grande, es extremadamente delgada, aunque lo peor de todo es, que
a pesar de ser tan joven como la otra, parece bastantes años mayor porque sus
ojos no te dicen otra cosa que no sea adicción o, incluso, locura.
No hace falta ser demasiado inteligente para darse cuenta de
que las dos versiones de lo que podría haber sido están ahí para empujarme al
agujero que ha aparecido en la tierra, tal y como hacen. En realidad soy yo la
que se deja, porque podría haberme defendido: una es demasiado débil
físicamente y la otra no entiende de violencia. Así que caigo en silencio al
oscuro vacío y me relajo.
Curiosamente, despierto en otra cama, vestida con mi propia
ropa, limpia y con olor a detergente. Ya no brilla nada, ni me duele tanto la
cabeza, tan sólo tengo la boca pastosa y un extraño sabor dulzón en la boca,
pero por el resto me encuentro perfectamente. Incluso me levanto sin sentir
mareo. En mucho mejor estado que antes, decido ojear la habitación por mera
curiosidad, que consta de una cama individual pegada a una pared de madera con
una ventana tapiada. Una mesilla es el resto del mobiliario. Estoy en una
cabaña oscura, a saber dónde, y no tengo ni idea de por qué estoy aquí. Si en
realidad me quieren muerta, podrían haberlo hecho ya, pero por una extraña
razón mi querido Alexander no se decide; tanto protegerme y atacarme a la vez
es realmente confuso y frustrante. No sería un mal gesto que pensara algo
congruente de vez en cuando.
Encuentro la puerta casi a tientas y, tras unos golpes con
toda la fuerza que consigo reunir, se abre, dejando paso a un aire caliente y
húmedo, con un fuerte olor a sal.
Es una cabaña, sí, pero una cabaña en la playa. Una playa
aparentemente abandonada, pero si me giro puedo ver a lo lejos una carretera.
Sé que estoy débil, llevo cerca de un día sin comer, aunque en verdad no tengo
ni idea de cuánto tiempo, ya que siempre hay algo o alguien que se empeña en
mantenerme inconsciente como un animal peligroso, pero tengo que salir como sea
de aquí y averiguar algo sobre mi compañera. Comienzo a andar a paso inseguro y
poco a poco voy ganando confianza y consigo mantener un ritmo aceptable,
teniendo en cuenta la situación.
Después de casi asfixiarme por el esfuerzo, una chica a la
que doy pena me recoge de la cuneta y me lleva hasta el centro sin hablar. Ella
me mira extraño y yo intento pasar desapercibida, ya que ha sido ella quien me
ha dicho que me suba, aun así, consigo mantenerme callada los quince minutos en
coche. No tiene mucho sentido que me hayan dejado así, pero ahora no estoy de
humor para pensar en nada que no sea encontrar algo de comer y una comisaría,
preferiblemente la misma con la que he estado colaborando.
Por suerte, conozco bien la zona, así que no me cuesta mucho
dirigirme a una comisaría. Me identifico al instante y, tras comprobarlo en la
base de datos, me ofrecen la información que necesito con un par de miradas
sospechosas, aunque debo dar gracias de que no hagan preguntas ni de mi estado
ni de por qué estoy allí en vez de en la que me corresponde. Creo que tiene que
ver que, cuando comprobaba si estaba mintiendo en el ordenador, mi historial
aparecía como clasificado y necesitaba un código especial para acceder. Por
supuesto, me lo sé de memoria: las fechas del nacimiento e hipotética muerte de
Alice Du’Fromagge; el día en que los agentes me reclutaron y el que se
inundaron los periódicos con titulares del estilo de ''hija de importante
empresario francés muere en un trágico accidente de coche'', respectivamente.
Me proporcionan un coche patrulla para ir al hospital donde
está ingresada Amy, pero lo rechazo tozudamente varias veces. Lo último que
quiero es llamar la atención. Por ello, el encargado de la comisaría se ofrece
a llevarme en su coche. Normalmente preferiría ir en taxi, pero ni tengo
dinero, ni tampoco ganas de andar. Creo que la droga que me dieron aún sigue
vigente, porque sigo algo adormilada cuando subo al coche de camino al Mercy
Hospital, uno de los mejores de la zona. Al menos la policía se ha estirado en
eso.
— Bueno…creo
que no me vendría mal saber quién eres —Daryl García, el inspector jefe de la
comisaría, intenta romper el hielo. Sí, me he fijado en su nombre, quiero saber
dónde me estoy metiendo.
— Discrepo.
— Venga,
no hace falta apellido, sólo un nombre. Necesito alguna manera de llamarte.
Le miro y le veo por primera vez. Los efectos de la droga
empiezan a disiparse y, con ella, la neblina de mi cabeza. Ojos y pelo oscuro y
piel morena. Latino. Parecido, incluso, a los que fueron mis amigos tiempo atrás.
No puedo evitar pensar en la horrible persona que he sido. No le pregunté nada
a Patrick sobre ellos, ni volví una sola vez a casa para ver a mi madre —ya que
mi padre no se lo merece—, o ver a la gente con la que pasé varios años.
Supongo que ignorar el pasado es mucho más fácil.
Descarto la opción de mentir aún más, ya estoy cansada.
Quizá alguien que pueda informarme por esta parte de la ciudad no me vendría
mal, y si mantengo mi pose de hielo no se prestará para hacerlo, por lo que
intento bajar un poco las defensas y permitirle hablar, poniendo mi mejor falsa
sonrisa.
— Alice.
— Alice.
Vaya… —sonríe para sí.
— ¿Qué?
—me pongo a la defensiva. ¿Es posible que sepa algo?
— Nada,
es… Mi hija se llama así, nació en mayo. Es preciosa, se parece tanto a mi
mujer… Lo siento, es pensar en ellas y no me centro —intenta disimular una
sonrisa sin conseguirlo.
— Perdona…
Si no le importa, ¿cuántos años tiene?
— ¿Yo?
Treinta, ¿por qué?
No soy capaz de razonar más. La misma edad que David. Si no
hubiese pasado todo esto, ¿habría sido él el que tuviera esa mirada? Sé que
siempre ha querido tener hijos, me lo insinuó bastantes veces, y cuando he
tenido alguna falta o retraso, en vez de aterrorizarse como yo, era
extremadamente positivo y daba a entender que no habría problema alguno, sin
embargo, a mí nunca me ha atraído esa idea. Aunque, parados a pensar, tampoco
la de casarme y estoy prometida, aunque siga sin saber bien por qué, supongo
que para auto convencerme de que eso estaría bien, sentar la cabeza, formar una
familia, hacer a alguien feliz aunque eso incluyese vivir una vida que no me perteneciera.
Pero, ¿quién sabe? A lo mejor le encontraría el gusto y me sentiría bien. Algo
me dice que no lo comprobaré, al menos no a corto plazo después de que esto
termine, como mínimo.
— Nada…curiosidad
—miro por la venta para relajarme un poco, pero es difícil.
— Si
no quieres hablar más no pasa nada, no te ves muy sana, de todas formas
—«gilipollas» cruza mi mente, pero
consigo que no salga de ahí.
— No
es tu problema.
Sin siquiera mirarnos, nos ponemos de acuerdo en no volver a
hablar. No quiero estropear nada, aunque tampoco es que haya hecho un gran
progreso en las relaciones públicas. Me parece que lo máximo que conseguiré
será aguantarme algún que otro insulto espontáneo de vez en cuando, pero no
prometo nada.
Tardamos cerca de una hora en
llegar y entra conmigo para darnos libre acceso con su placa y así no tener
problemas con mi identificación; la verdad es que no sé por qué lo está haciendo,
uno no se ofrece simplemente a algo así, tendrá trabajo que hacer ¿no? Le
enseña la placa a la recepcionista para que nos diga dónde tenemos que ir y
subimos tan rápido como nos lo permite la gente. Cuando estoy en el pasillo,
acelero el paso sin darme cuenta, ansiosa por ver a mi amiga y, especialmente,
de dejar de sentirme culpable con suerte. Si está bien, me libraré de una gran
carga.
Muevo las manos nerviosamente,
buscando el número que nos ha dado la recepcionista y pidiendo que sea el
correcto; no le gustaría verme enfadada en este momento. Lo único bueno que me
recorre la mente es que puedo descartar que esté muy grave, ya que el pasillo
no es de Cuidados Intensivos, pero no que esté en coma. Sería demasiada mala
suerte. Apresuro el paso hasta casi correr, esquivando visitantes, carritos y
enfermeras hasta que el rótulo con el número de habitación se hace realidad en
una puerta cerrada. Abro de golpe, temiéndome lo peor y casi sin aliento, no
obstante, consigo respirar tranquila cuando veo a Amy sentada en la cama,
jugando a las cartas con un hombre que desenfunda su pistola en cuanto entro,
pero al verme la guarda de nuevo. Aaron, como siempre, más protector con ella
de lo que incluso yo debería. Fuerzo una sonrisa al acercarme y ella suspira de
alivio antes de fundirnos en un sentido abrazo.
Creo que no me he sentido tan
aliviada en mucho tiempo.
— Al
—murmura.
— Lo
siento. Siento todo esto, no era mi intención, no quise dejarte, me obligaron —intento
justificarme, pero la verdad es que podría haber luchado más y no lo hice.
Supongo que esa cuenta la tendré que saldar conmigo misma.
— Tranquila,
estoy bien. Dolorida, pero a salvo.
— Tendría
que haberme dado cuenta del coche antes, así no...
— Y
quizá nos hubieran matado de todas formas, lo harán si quieren.
— Eso
te lo aseguro —nos entendemos con una mirada y pide a Aaron que se vaya.
Al fin solas, le cuento todo lo que he visto con el máximo
detalle del que soy capaz teniendo en cuenta la droga que me hayan metido, que
de momento no parece tener más efectos, pero tampoco me vendría mal hacerme un
análisis o algo por el estilo, no quiero llevarme sorpresas. No me gustan.
Nos mantenemos unos segundos en silencio, inmersa cada una
en sus pensamientos, hasta que ella decide tomar las riendas.
¾
El médico estaba esperando a que aparecieras
para darme el alta. Mañana podemos irnos, esta vez con escolta.
¾
Creo…que no me has entendido. No has captado lo
que te quería decir —alza una ceja a modo de interrogante—. Yo no me voy.
Pienso quedarme, estoy segura de lo que quiero hacer; quiero averiguar por qué
no me mata de una vez. Quiero meterle entre rejas con su padre. Quiero justicia.
¾
Pues deja que otros la hagan. Nosotras ya no
estamos a salvo aquí, puede cambiar de opinión.
¾
No. Esto es personal, Amy, ha ido directamente a
por mí, me ha puesto una pistola en la cabeza. Este loco quiere jugar a la
ruleta rusa conmigo, y pienso dejarle hacerlo.
— Al,
no puedes estar hablando en serio. Siempre que alguien actúa con rabia acaba
muerto, ya lo has vivido. He perdido la cuenta de las veces que han intentado
acabar contigo por venganza o cosas así. Pase lo que pase, tú saldrás
perdiendo, si no te mata él, lo harán en la cárcel.
— No
voy a matarle —si hay algo de lo que estoy segura, es eso.
— ¿Y
si te descubre? Toda tu vida es una mentira, Alice. ¿Cómo crees que reaccionará
cuando se entere? Sólo serás un casquillo más si tienes suerte y no te tortura
como a los otros.
Pues ayúdame.
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