Amy me despierta entre gritos no muy
amables que digamos, y tampoco ayuda a la jaqueca. Anoche no pude dormir apenas
pensando en cómo lo he fastidiado todo otra vez, y, he de reconocer, también
por el miedo. No sé cómo reaccionarán cuando estén al corriente de las cosas,
desde luego que mi compañera no se lo tomará bien, y eso es sólo un aperitivo
comparado con la Agencia. Pero ahora no es momento de eso, tengo que hacer algo
para arreglar las cosas, no puede ser que en el mismo día haya encaminado la
misión y lo haya tirado a pique, no puedo permitirlo.
Sé de sobra que el alcohol no es la solución, sin embargo,
cuando bebo, de alguna manera, el dolor de cabeza se me calma y me deja pensar.
Es algo que he descubierto hace poco, pues de joven, en Harlem, simplemente
bebía por diversión hasta tal punto de tener el hígado dañado y los pulmones no
estaban mucho mejor por el tabaco, tenía muestras de cansancio prematuro y el
entrenamiento entonces fue duro. Después de que me dispararan, recuerdo que los
médicos dijeron a mis padres que para ser tan joven era casi un milagro que no
hubiera tenido problemas como, incluso, principios de hepatitis alcohólica, lo
que me hizo llevar una vida ''sana'': nada de alcohol y mucho deporte, a riesgo
de empeorar aún más. El órgano tendría que trabajar más y con resultados
inferiores a los de alguien que no le haya pasado nada, por supuesto, aunque no
me puedo quejar, teniendo en cuenta que con la gravedad del tiro, bien podría
haber sido mortal.
— ¿¡Se
puede saber dónde estabas?! —al fin presto atención a una Amy hecha una furia—
¡Te he llamado millones de veces!
— Te
dije a lo que iba —intento defenderme.
— Precisamente
por eso. ¿Cómo pretendes que esté tranquila sabiendo que vas con él?
— Confiando
en mí. Ahora necesito que te calles, me dejes comer en condiciones, y escuches
atentamente, porque creo que la he cagado.
— Espera,
Al, no estamos...
Intenta detenerme en vano, ya que cuando bajo las escaleras
veo a Aaron, un policía de la comisaría con el que hemos estado colaborando
apoyado en la valla del porche, con la puerta abierta y aparentemente incómodo.
No obstante, se acerca y me estrecha la mano, preguntándome que cómo me
encuentro; además me dice que Amy ha estado muy preocupada por lo tarde que aparecí
anoche, así que él se ofreció a acompañarla hasta que yo volviera. Por mucho
que lo intente ocultar, es demasiado notable que le gusta mi compañera, y a
ella tampoco la vendría mal una distracción de este tipo, desde que apareció
Alexander en aquella fiesta está obsesionada con el trabajo, y sé por
experiencia que eso no es bueno.
— Gracias
por cuidármela, Aaron, anoche perdí la noción del tiempo. Pero estoy bien
—asiento mirando a mi compañera—, así que ya puedes volver tranquilo al
trabajo, si necesitamos cualquier cosa te avisaremos —asiente y se despide de
Amy con un apretón en el brazo y una inclinación de cabeza hacia mí.
Es curioso ver a gente más mayor que yo admirarme, o
presentándome tal respeto, como si fuera realmente importante. Supongo que sólo
les habrá llegado mi reputación resolviendo casos y no de los problemas que
causo —no sé cuál ocuparía más.
Mi compañera tampoco está muy cómoda con él aquí, pero algo
me dice que no es por él exactamente, sino porque me conoce, y he visto que el
sofá está como nuevo. Ahí no ha dormido nadie. No pienso juzgarla, de hecho me
alegro por ella, él parece un buen tipo, y me siento mucho peor ahora. Si es
cierto que tenemos que irnos, ella tendrá que dejarle atrás, y sé cómo se
siente eso, y no es nada fácil.
A diferencia de ella, yo no disfruto poniéndola incómoda, y
hago como si no supiera nada, si ella no me lo cuenta, no es mi asunto, y
confío en que sabrá mantenerlo en secreto mientras yo continúe con Alexander.
Si lo hago, claro.
Cierro todas las ventanas de la casa y echo el cerrojo a las
puertas para que la información no tenga oportunidad de salir de aquí, quizá
sea algo paranoico, pero no estoy como para arriesgarme. Tomando aire, y le
cuento detalladamente lo que ha ocurrido con Moore desde que salí, y para mi
sorpresa no me insulta de ninguna manera, sino que se levanta en silencio y
vuelve a mi habitación.
¾
¿Qué haces? —pregunto con cautela.
¾
Tu maleta. Porque si te dejo que la hagas tú,
seguramente o me convencerás de quedarnos, o me engañarás para quedarte tú
sola.
¾
Amy, no —digo lentamente.
¾
¿No qué?
¾
Que no voy a hacer nada de eso. Tienes razón, es
peligroso.
¾
Pero... —espera a que continúe.
¾
Sin peros. Lo prometo.
¾
Siempre los tienes, no puedes mantener la boca
cerrada, y menos con algo así. Habla o te lo acabaré sacando igualmente.
¾
Para de una vez, sé que quedarnos es muy
arriesgado, y no estoy segura de que irnos sea lo mejor, pero es lo
correcto.
No termina de fiarse de mí, sin embargo, yo cumplo mis
promesas y pienso irme de aquí, por muy en contra que vaya de mi ética de
terminar todo lo que empiezo, siempre que alguien le planta cara a Alexander
Moore como yo lo he hecho, no vuelve a dar señales de vida, así que, si no me
voy rápidamente, tengo los días contados.
Por suerte, ella se encarga de hablar con la Agencia,
maquillando algo la verdad para que no me echen las culpas y los días
siguientes los dedicamos a recoger la casa y dejarla como si jamás hubiésemos
pasado por ella, ni tampoco policías, por lo tanto hemos tenido que revisar todos
los escondites secretos donde se guardaban armas desde hace años —resulta que
la casa ha sido una especie de piso franco para la policía incluso antes de que
yo naciera, así que me siento fatal al hacerles esto, pero ellos pueden buscar
una casa, yo una vida no.
En principio cogeremos un avión a Washington, donde unos
agentes nos recogerán y nos llevarán a la oficina central de la CIA, Langley,
para hablar sobre lo que hemos podido conseguir. La verdad es que no es mucho
más de lo que ya teníamos, sin embargo, algunos detalles son bastante útiles
para una posterior investigación, ya que, después de esto, descartarán una
nueva infiltración de alguno de sus agentes, por muy expertos que sean, pues,
por mi culpa, el pequeño Moore que ya no lo es tanto, aumentará su seguridad y
no permitirá ni un solo cabo suelto cerca de él o una persona mínimamente
sospechosa.
Dejo que Amy conduzca hasta el aeropuerto como
agradecimiento por tanta ayuda, y sé que lo valora, pues para mí conducir es
uno de los mayores placeres. Muchas veces, cuando me he sentido sobrepasada,
cojo el coche y sigo la autopista hasta que anochece o me canso. Esto me ha
creado ciertos problemas con David, no le gustaba que me fuera sin avisar y que
apareciera en otro estado, no obstante, me temo que es lo que soy, y no puedo
cambiarlo aunque quisiera.
Entre las dos, convencemos al resto —policía y Agencia— de
que podremos ir solas sin escolta si
elegimos una ruta alternativa y previamente asegurada por unos agentes.
La ruta resulta ser una autopista a rebosar de coches, a la
que Amy no encuentra el sentido de por qué es segura hasta que tengo que
explicarle tranquilamente —empezaba a estresarse por el tráfico— que, con tanta
gente, no podrían matarme sin que les vieran y tampoco podrían comprar a todos
los testigos. Finalmente, hago que se salga de la ruta porque no me gustaba el
aspecto de un coche cercano y porque ella cada vez estaba peor en el atasco —no
me apetece nada verla así de enfadada y tampoco ser la única persona con la
podría desahogarse en kilómetros, dado a que no sé por dónde podría salir.
El nuevo camino es más tranquilo, de un par de carriles,
cada uno de un sentido distinto, y con árboles formando una barrera natural a
ambos lados tras un par de kilómetros. Aun así, consigo distinguir el atasco
entre los árboles y, de momento, la carretera es paralela y parece que va a
seguir así hasta bastante tiempo.
— Al,
¿qué crees que pasará cuando terminemos en Washington?
— ¿Qué?
—me giro para mirarla. Me había centrado en las diferentes formas de las
sombras de los árboles.
— Deja
de pensar en él, Alice, no te hace nada de bien.
— No
lo estaba haciendo —eso hace precisamente que vuelva a mi mente, tal y como
temía, con su sonrisa arrogante, sus ojos brillantes, su cuerpo perfecto, su
susurro en mi oído, sus manos en mi cintura, sus labios sobre los míos…
— Siempre
se te queda esa cara de idiota cuando pasa. Justo como ahora… —resopla—Eh, tú
—mi compañera me llama la atención—. Despierta.
— Perdona,
estoy… No sé lo que me pasa —suspiro.
— Claro
que lo sabes, por Dios. Mira, por fin vas a cerrar esa puerta de una vez por
todas, vas a casarte con un buen hombre…
— No
creo...Pensé lo mismo hace seis años y aquí sigo. Además, no creo que esté bien
con todo eso de David.
— Saldrá
bien, tranquila. Ahora estás...confundida por todo esto.
— Amy,
soy joven para casarme; él tiene planes de futuro muy…serios y yo…simplemente
no encajo. Prefiero vivir antes que empezar a pensar en eso.
— ¿Tu
duda es si le quieres o si tienes miedo al compromiso?
— Sé
que le quiero, pero últimamente no lo siento como antes. No sé explicarme. Creo
que no es lo que debería sentir cuando me voy a casar, algo me lo impide.
— Llamado
Alexander Moore —murmura a la vez que un coche aparece al otro lado de la
carretera.
El coche llama mi atención. Se acerca cada vez más deprisa y
llevo la mano a la guantera, donde tengo la pistola, mientras Amy se tensa al
ver mi reacción.
Probablemente esté paranoica, no lo niego, pero sé que un
coche negro, todoterreno y con la luna tintada no es buena señal. No sé qué
hacer, de todas formas, dejo la mano aferrada a la pistola después de quitarle
el seguro, más vale prevenir que curar. Amy continúa como si nada, intentando
aparentar normalidad, no obstante, el coche va demasiado rápido y no nos da
tiempo a reaccionar cuando cambia de carril, en frente de nosotras, a apenas un
par de metros. En un acto reflejo, agarro el volante y lo giro bruscamente,
prefiriendo un árbol antes que el todoterreno. Aun así, giran a la vez,
adivinando lo que íbamos a hacer, y recibimos un impacto doble. Demasiado
preocupadas en nuestra conversación, no nos habíamos dado cuenta de que otro
coche nos estaba siguiendo. El de enfrente nos da por un lado y el de detrás
por el contrario, haciendo que hagamos un par de trompos, no sin romper las
ventanas, abollar por donde han chocado y hacer que salte el airbag y caiga
sobre él una Amy inconsciente por el fuerte golpe. El cinturón no ayuda
demasiado, porque me siento como una especie de muñeco de pruebas que no puede
respirar. Nunca he tenido un accidente de verdad, pero reconozco que, la muerte
más común del planeta y por la que, teóricamente Alice Du’Fromagge murió, es horrible.
Siento punzadas de dolor por todo el cuerpo, la cabeza está a punto de
estallarme y ningún miembro de mi cuerpo responde para otra cosa que no sea
quejarse. La boca me sabe a sangre, lo que hace que me asuste de verdad. He sentido
esto antes y no eran situaciones fáciles. Significa una hemorragia interna, una
rotura de algún órgano importante, o de algunas venas que pueden hacer que me
ahogue en mi propia sangre en unos minutos. Sin embargo, no llego a sentir nada
de eso, por el contrario, veo la luz desaparecer a mi alrededor y soy incapaz
de mantener los ojos abiertos por más tiempo. Simplemente me dejo caer en la
oscuridad.
No obstante, alguien o algo me arrastra fuera de allí
agarrándome del brazo y empiezo a recuperar algo de consciencia, y me caigo al
suelo bruscamente, fuera del coche. No sé quién o qué, pero me ayuda a
despertar de esta especie de letargo en el que estaba empezando a sumergirme.
Abro y cierro la boca para intentar conseguir aire, mas cuando mis pulmones lo
reciben, me lo agradecen respondiendo con una oleada de tos sanguinolenta.
Quizá sea ahí donde tenga la hemorragia, quizá simplemente haya sido un cristal
más clavado y haciéndome añicos por dentro, o quizá sea una pesadilla.
Al abrir los ojos, compruebo que no tengo razón, a simple
vista, de las primeras conjeturas. Los oídos detienen su zumbido y consigo
captar las palabras que dice el hombre tras la pistola que me está apuntando
directamente a la cabeza. El problema es que mi cerebro no está por la labor de
procesar la información que recibe hasta que otro golpe de igual magnitud le
devuelva a su dimensión, así que pasa por completo de la remota sugerencia de
saber quién es el que va a matarme finalmente, no es que sea muy valiente
embestirme con un coche y rematarme, pero al menos es eficaz, y manda un
contundente mensaje. Estoy segura que, en la cárcel, cuando sepan a quién ha
matado, le admirarán. Muchos lo han intentado y la mayoría están muertos, pero
los que no, intentarán vengarse cuando salgan, así que supongo que técnicamente
llevaba muerta bastante tiempo. Es muy difícil huir de tantos a la vez.
— ¡Para!
¡Cambio de planes! —una voz grave grita.
— Jefe,
si no quiere verlo, puede…
— ¡Por
supuesto que no quiero verlo, estúpido! Como se te ocurra apretar el gatillo
haré que tú sufras mil veces lo que ella.
Ahí está. El golpe que necesitaba. No hace falta que mi
cerebro procese esa voz, porque es imposible que jamás la olvide, el corazón lo
hace por sí solo. Se encoge como respuesta y se acelera al instante, haciendo
que recupere todos los sentidos de golpe.
Vestido con su habitual traje, se acerca casi corriendo
hacia mí, mientras que el que sostenía la pistola se aparta con el respeto que
le debe. Yo hago lo propio, sin embargo, mi reacción es por miedo, un miedo
extraño y escalofriantemente atractivo y cautivador.
Consigo incorporarme y, con ayuda de las manos, retrocedo,
asustada y sin importar que me esté clavando más cristales. El aire que cojo ya
no me hace toser, pero sigue siendo insuficiente y me duele al subir y bajar el
pecho. El olor que recibo es férreo, aunque no sé si por el coche aplastado o
por mi propia sangre, que me mancha la frente y un lado de la cara, como
mínimo. Comienzo a sentir el dolor por todo el cuerpo, procedente de cortes con
cristal y golpes que no consigo detectar dónde están, simplemente no puedo
pensar con claridad. Sólo sé que quizá muera y que cada parte de mi cuerpo está
reclamando atención, especialmente médica.
— Tranquila
—susurra, igual que se haría a un niño antes de ponerle una vacuna, a un ciervo
antes de darle el golpe de gracia.
— No…
—balbuceo con voz ronca— No.
— Alice,
por favor… —me tiende la mano, poniéndose de cuclillas en frente de mí.
— Aléjate.
No me toques —me doy contra el coche por la espalda, no creo tener fuerzas para
levantarme y huir.
Tampoco quiero saber las heridas que tengo ni el tiempo que
me queda. Tengo cristales clavándoseme en las palmas de las manos y es lo único
que me mantiene consciente de la realidad. De otro modo, podría jurar que es un
sueño; una pesadilla.
Parece claramente dolido, aunque estoy segura de que me
comprende. ¿Por qué estoy pensando en él? Acaba de intentar matarme y sólo me
preocupa si me comprende al huir de su violencia.
— Al,
te lo ruego, ven conmigo. No te tocaré si no es necesario, pero necesitas un
buen médico, y rápido. ¿Crees que quiero perderte? —añade en un susurro tras un
pequeño silencio.
Me duele la cabeza y no sé qué hacer, estoy acorralada.
Tiene razón, si no me estoy muriendo, podría hacerlo a no ser que me revise un
experto y, aunque yo tenga los conocimientos justos, no serían suficientes.
No tengo manera de escape de todos modos, es completamente
imposible que conduzca, ni por mi estado ni por el del coche, y... ¡Mierda!
Estaba tan asustada que ni siquiera he caído en el estado de mi compañera. Es
ella quien conducía, quien se ha llevado el peor golpe y no tengo ni idea de
qué ha podido ocurrirle, seguramente porque pensaban que era yo quien lo hacía,
a fin de cuentas es lo común. Ese pensamiento inunda mi cerebro como una ola y
le da fuerza a mi cuerpo con una necesitada subida de adrenalina
— Amy.
Consigo susurrar antes de dar un salto y entrar a rastras en
el coche de nuevo hasta el asiento del copiloto, sintiendo cómo la
desesperación arde en mis venas por ser incapaz de ayudarla. Tiene la cabeza
pegada al volante, ya con el airbag desinflado, y no da señales de moverse, ni
siquiera me da tiempo a ver si respira antes de que me agarren de la cintura y
me saquen de allí a la fuerza a pesar de mis forcejeos con las escasas fuerzas
que me lo permiten.
— ¡Amy!
—grito para que se despierte— ¡Suéltame! ¡Tengo que ayudarla! ¡Amy!
— ¡Alice,
basta! Así no vas a ayudarla.
— Déjame
—sollozo, incapaz de hacer algo por ella—. Amy, despierta, por favor —mi voz
acaba siendo un hilo débil y quebradizo—. Alex, haz algo, no puede morir, no
por mi culpa —aprovecho que me suelta un instante para caer de rodillas, pero
vuelve a impedirlo alzándome.
— Llamaremos
a una ambulancia si vienes conmigo.
— Haré
lo que sea, pero haz algo, por favor.
La desesperación nubla mi razón, haciendo que responda eso.
No debo ni quiero mostrar debilidad, pero, herida y asustada, es todo lo que
consigue hacer una chica de veinticuatro años marcada demasiadas veces y con
más dramas a su espalda que muchos adultos.
Me derrumbo por completo cuando me abraza, dándome la vuelta
para que no vea a mi compañera y amiga herida. Habla por teléfono con urgencias
y oigo que llegarán en unos minutos. Él insiste en irnos, no obstante, consigo
retenerle lo suficiente para que vea a los médicos atender a Amy, aunque él me
retiene disimuladamente en el coche del que se ha bajado. Entonces, el coche en
el que me ha subido en volandas, acelera y, a una velocidad extremadamente
peligrosa, se dirigen a una dirección muy concreta, porque el conductor no duda
ni un instante las decisiones que está tomando. Mientras, Alexander me acaricia
con cuidado y me susurra que todo va a salir bien. Entre unas palabras de
consuelo y otras tranquilizadoras es cuando pierdo el sentido.
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