A pesar de la discusión, Amy acepta quedarse
conmigo para supervisarme y evitar que me meta en un gran número de líos, lo
que será difícil, pero le doy un punto por intentarlo. Reconozco que es egoísta
por mi parte permitirlo, ya que yo soy el motivo por el que todo es un
desastre, sin embargo, para acabar con la misión la necesito a mi lado mucho
más que ellos me necesitan a mí. Además, ahora que tiene sus primeras ''heridas
de guerra'', no puede ir mucho peor mientras se mantenga en la sombra todo lo
que podamos. El rito de iniciación de las misiones de la mafia concluye cuando
se sale del hospital, de una manera u otra, y ahora no podemos abandonar.
Respecto a mí, me hicieron un análisis para intentar
descubrir la droga que me inyectaron, pero había pasado demasiado tiempo desde
que me la suministraron y no había apenas rastro en la sangre, aun así,
sospechan que podría ser una nueva droga de diseño aún en experimentación. Por
lo poco que han conseguido, sí pueden, al menos, intuir esto, porque parece
demasiado pura, pero por suerte no lo suficiente para hacerme daño en ninguna
parte del organismo. Lo que me faltaba.
Los médicos insisten en que ha tenido mucha suerte, porque
no es fácil sobrevivir a un golpe así, y mucho menos salir casi ilesa. Sólo han
sido magulladuras y un brazo roto, por la tensión al agarrar el volante, que han
arreglado uniendo los huesos (que según la radiografía estaban hechos casi
añicos) con tornillos de metal.
Lo mejor —o eso creo— es que nos han permitido seguir en la
misma casa de antes, no obstante, nosotras somos las que tenemos que dejarla
habitable de nuevo (poniendo muebles, por ejemplo, cosa en lo que he acabado
haciéndome bastante buena). Y montar una casa es mucho más difícil que
desmontarla, me estoy dando cuenta, de manera que está bastante falta de
detalles, especialmente decorativos, que me parecían inútiles. Cuando vuelva
Amy del hospital ya se encargará de clasificar lo que quiere de vuelta, pero
por el momento la potestad es mía, para bien o para mal, pues decidimos que lo
mejor es que ella se quede unos días más allí para asegurarnos de que no hay
nadie tras de ella y después, en lo que monto los últimos muebles e intento
dejarlo como estaba —incluidos escondites de armas—, duerme en un hotel. No
quiero que esté por aquí en su estado, la verdad es que no haría más que
estorbar, así que se pasa a ratos para supervisar y otros va a la comisaría. He
de reconocer que no nos vemos demasiado, aunque lo agradezco porque me da
tiempo para pensar en voz alta por la casa sin miedo a que me regañen.
Algo en mi interior me hace sonreír cuando me preocupo por
David, ya que mi teléfono móvil se rompió en el accidente y tampoco he hecho
intención de restaurarlo por el momento, estoy segura de que debe estar
subiéndose por las paredes de los nervios. Todo esto me hace feliz, quizá de
una manera extraña y retorcida, pero que continúe en mi cabeza me indica que
sigue importándome y que a lo mejor sea capaz de pasar el resto de mi vida a su
lado. No será el mejor en todo, pero me quiere y me ofrece estabilidad, ¿no? Y
ahora, más segura de mí misma, sabré poner límites.
He notado que nadie me sigue por la calle, aunque los haya
buscado e incluso provocado para que aparecieran con algún flirteo o quedándome
dormida en el paseo, aunque creo que eso no fue del todo voluntario. ¿Es
posible que crean que he muerto; que me dejaran morir en aquella cabaña? No, no
tiene sentido, no me habrían dejado al lado de una carretera. ¿Y si simplemente
me han dejado en paz? No, eso tampoco puede ser, no se tomarían tantas
molestias para luego dejarme tirada sin comprobar mi estado.
Cuando por fin sale Amy, yo me encargo de la compra y demás
tareas domésticas, ayudando a los de la comisaría con algunos casos para pasar
el rato en vez de salir a ''buscar problemas'', como insiste mi compañera en
recriminarme. No quiere que vaya sola a ningún lado, así que esperamos a que le
quiten la escayola y a que pueda moverse correctamente para retomar la
investigación. Con un duro entrenamiento hemos conseguido que recupere más
rápido de lo que pensábamos el músculo perdido y vuelva a su peso normal que
había trastocado tanto tiempo de sedentarismo.
Aaron, por su parte, nos ha traído la cena a menudo y se ha
quedado hasta tarde con ella, mientras que yo he recurrido a la bendita química
para dormir de un tirón toda la noche; y puedo decir que ha sido de las mejores
decisiones en mi vida. Nada de pesadillas, descanso con regularidad y bastante
profunda, ya que nada que no deba oír procedente del cuarto de al lado perturba
mi sueño. Debería haberlo probado antes, sin duda.
No obstante, debo reconocer que tengo miedo, pero lo que no
sé es si es por lo que él me haría o viceversa. Salimos a la calle a altas
horas o cuando apenas ha amanecido, pues así hay menos probabilidades de que
seamos vistas y el jardín se nos había quedado pequeño para las primeras caminatas
en las que consistía el entrenamiento más ligero. Como recompensa por sus
esfuerzos y éxito en ponerse en forma en tan poco tiempo, tomamos el primer
riesgo en adelante y salimos a plena luz del día a tomar algo en un bar en la
playa, con hamacas con vistas al mar y camareros musculosos y dispuestos a
complacernos. Creí que a Amy le gustaría, y no me equivoqué.
Quizá sea más joven, pero tengo un instinto protector hacia
los que quiero, y arriesgaría mi vida por ellos, especialmente ella, porque prácticamente
hemos aceptado que es algo mutuo, como parte de nuestro trabajo y de nuestra
curiosa amistad.
Pido un par de Martini’s y me relajo escuchando las olas.
Curiosamente es lo único que consigue calmarme y hacer que pueda respirar
tranquilamente, aunque el olor a playa también ayuda; me recuerda a casa.
— Al
—me llama con voz suave.
— ¿Mm?
—respondo sin abrir los ojos.
— ¿Cuánto
crees que nos queda?
— Acabamos
de empezar. ¿Por qué? ¿Quieres irte?
— No,
esto me gusta, pero no demasiado de qué va ¿me explico?
— No
—me obligo a atenderla mejor abriendo los ojos.
— Quiero
decir que esto es una locura, estoy en contra de lo que pretendes, Alice, y aun
así seguimos aquí, arriesgándonos.
— Puedes
irte cuando quieras, me las apañaré sola. Ya lo hice antes.
— No
pienso dejarte, no vuelvas con lo mismo.
— Entonces
no te quejes. Puede que sea un suicidio, pero es mi decisión. ¿Tú quieres
volver? Adelante, pero yo me quedo —me recuesto en la tumbona y doy por zanjada
la conversación
— No
sabes cuánto me alegro de oír eso —una voz masculina hace que Amy ahogue un
grito y haga que me levante—. Estás preciosa, por cierto.
Le mido con la mirada unos instantes y me ofrece una cálida
aunque incómoda sonrisa. De nuevo nuestra ropa contrasta tanto como nosotros.
Él lleva un pantalón de traje blanco y una camisa rosa clara con los primeros
botones desabrochados y las mangas subidas hasta el codo; yo, por el contrario,
unos pantalones cortos y una blusa abierta por la espalda. No es mi mejor
atuendo, pero podría ser mucho peor. ¿Qué hago pensando en esto? No son más que
distracciones, tengo que centrarme en mi verdadero objetivo. Aunque si es él,
¿cómo separarlo de lo profesional?
— ¿Te
apetece dar una vuelta y hablamos?
— No
—miro al frente.
— Al…
— Técnicamente
es Alice, pero tú ni siquiera me nombres.
— Venga,
después de lo que hice por ti...No puedes hablarme así —su tono es ciertamente
amenazador.
— ¿Quieres
decir casi matarme y drogarme? No, mejor no te hablo en absoluto.
— Alice,
déjate de tonterías y ven conmigo. Quiero hablar.
— Eso
significaría que fueses digno de mis palabras y no lo eres, así que, por favor,
apártate, me quitas el sol.
— Esto
es de locos…No quiero hacerlo por las malas. No pienso moverme hasta que
aceptes hablar conmigo.
— Pues
ve cogiendo asiento —le digo indiferente
Intento relajarme todo lo que puedo, pero estoy demasiado
ocupada regañando a mi corazón por ir tan deprisa. Espero que sea porque quiere
golpearle y no por lo que me temo, aunque la verdad es que no soy capaz de
controlarlo. Me estoy jugando una baza muy arriesgada, confío en que insistirá
para quedarse, pero si me rechaza esta vez, se acabó. Reprimo un suspiro de
alivio cuando él se sienta a los pies de mi tumbona, de espaldas a mí, e
incluso intenta acomodarse. Desde luego que está dispuesto a esperar, y si soy
sincera no sé lo que pensar. Quizá es verdad que quiere jugar a la ruleta rusa,
o quizá sólo se ha vuelto a encaprichar, la cuestión es que no lo averiguaré
hasta que ponga toda la carne en el asador.
Amy prácticamente averigua lo que estoy pensando y se
inclina hacia mí, hablando en un aparente susurro pero consciente de que él nos
oye.
— Creo
que deberías ir. No vas a solucionar nada así.
— No
soy yo la demente —protesto y él suspira como respuesta, bajando la cabeza.
— Habladlo.
Sea lo que sea lo que tenéis, acabad con esto de una vez —con su mirada me dice
más de lo que pretendía, no se refiere sólo a Du' Fromagge.
Ella tiene razón, no obstante, tengo miedo de decir algo
inapropiado y empeorarlo aún más; o de darle esperanzas y acabar yo más
confundida de una peor manera. Sé lo que debo hacer, aunque no si estoy
preparada. Supongo que uno nunca lo sabe a ciencia cierta, cuanta mayor sea la
magnitud de lo que sea que estás haciendo, mayores serán las dudas. Cierro los
ojos, casi animándome a mí misma, y en un intento por aparentar que continúo
enfadada —aunque tampoco es demasiado difícil si lo pienso todo—, le doy un
golpe en la espalda con el pie para que se gire y me mire a los ojos. No
obstante, a pesar de las gafas de sol, sé que lo está haciendo, está demasiado
concentrado para ser una simple mirada ''de negocios''.
¾
Tú; vamos. No —rechazo su ayuda después de que
se ponga en pie.
Intenta ocultar la decepción con bastante éxito, aunque
consigo verla cuando relaja los hombros unos instantes antes de erguirse de
nuevo. Sigue mis pasos, que se acercan a la orilla antes de comenzar siquiera a
pensar en qué debo decir. Sentir el agua mojándome los pies es más relajante de
lo que esperaba, por suerte, y puedo razonar con tranquilidad, además de ser
una zona transitada y, por ende, segura; por su parte, él no parece molestarse
por mojarse los caros zapatos, supongo que tendrá dinero para comprarse dos
pares por cada uno que estropea. Cuando comienzo a pensar en las cosas con las
que se ha podido estropear los zapatos —sangre, patadas, arena de cuando recibe
los envíos... — no puedo disimular la tensión en mis músculos. Me han quitado
los puntos de papel, pero aún tengo las zonas de las heridas de un tono rosado
y bastante llamativo, me temo, aunque él capta muchas más miradas cuando
comienza a desabrocharse la camisa.
— ¿Qué
haces? —al fin rompo el silencio.
— Tengo
calor —por suerte, no llega a quitársela—. No te preocupes por tu amiga, tengo
a gente vigilando.
— Ya,
claro, perdona que lo ponga en duda cuando has estado a punto de matarnos.
— Me
arrepentí a tiempo.
— De
mí, no de ella. Los médicos han dicho que ha tenido mucha suerte, la mayoría de
las veces el conductor acaba muerto.
— Te
salvé la vida, y esperé a la ambulancia.
— Después
de ponernos en peligro. No tiene mucha lógica ¿no crees?
— ¿Puedes
dejar eso a parte un momento? —se pone en frente de mí.
— No
—me paro en seco—. Igual que tú dejarme en paz. Pensé que después de
abandonarme a mi suerte y drogarme, podría estar tranquila, pero ya veo que ni
con esas. Dime, ¿qué tengo que hacer? Porque incluso si me fuera a Francia, me
encontrarías para molestarme.
— ¿Es
eso lo que piensas que hago? ¿Molestar?
— Sí.
Y ponerme de los nervios, ya que estamos.
— ¿Cómo?
¿Así? —se acerca hasta quedarse a centímetros y mete los dedos en la trabilla
de mi pantalón, atrayéndome hacia él.
— Por
ejemplo —le empujo—. Ya hemos hablado, me voy.
— Espera,
Alice —me sujeta por la muñeca.
Tenía la esperanza de que esta parte de mí no saliera, pero
ya veo que con eso no basta. Es superior a lo que puedo controlar y le dejo
rodear mi mano con la suya, aún de espaldas, no puedo mirarle a la cara sin
expresar nada de lo que siento, aunque todo es tan contradictorio que dudo
mucho que me saliera una expresión lógica.
Interpreta el gesto como si necesitara un pequeño empujón —y
lo triste es que es así— para seguir adelante, de modo que me atrae suavemente
y me acaricia la mejilla con la otra mano mientras se inclina para besarme...en
la mejilla. No es que no me guste, aunque debería, simplemente me ha pillado
con la guardia baja. Quizá me hubiera tomado mejor uno en los labios, pero eso
sí que me hubiera gritado que he perdido la partida, si es que alguna vez he
tenido oportunidad de lo contrario.
¿No se supone que ya no era una chiquilla fácil de
engatusar? En el fondo no he madurado nada, porque, cómo si no me estoy dejando
llevar de esta manera.
Pero sus ojos me hablan cuando se levanta las gafas de sol,
me dicen lo que él no puede expresar, el conflicto interno que está teniendo, dando
vida a los sentimientos de ambos, tal y como solía hacerlo antes.
Sin embargo, ese recuerdo, me hace pensar que quizá tan sólo
probando un poco del otro, podríamos ahorrarnos esta autotortura que vivimos a
diario. Si sale bien, podría perder todo, aunque le ganaría a él y una nueva
vida en la que podría estar a gusto desde el principio; si sale mal, lo más
lógico es que me mate, pero conociéndole, seguro que sería rápido y no sufriría
más. Al menos tengo esperanzas.
Visto de ese modo, todo parecen ventajas, así que me dejo
inundar por su calidez. Siempre ha tenido ese increíble efecto en las personas,
recuerdo que lo conseguía con mi pequeña Lily e incluso convencía a algunos
médicos de intentar nuevas pruebas para curarla, cosa que yo jamás habría
soñado siquiera con ello. Intentó ayudarla, intentó ayudarme a mí, me quería.
Nos queríamos. Quizá sigamos haciéndolo.
Deja mi mano con cuidado y, leyendo mis pensamientos, me
rodea la cintura y apoya su frente en la mía. Yo no sé qué hacer, así que me
limito a apoyar las manos en sus hombros vagamente, rodeándole el cuello poco a
poco para tocarle la nuca que tantas veces he besado siendo una cría.
— Lo
siento mucho —susurra—. Te juro que no te volveré a hacer daño.
— Más
te vale —respondo de igual manera y le beso.
Ha vuelto a pasar. Con una sonrisa y una mirada me ha hecho
caer en sus redes de nuevo. Lo peor no es eso, sino que sé perfectamente que he
sido yo la que se ha dejado atrapar.
A la vuelta con Amy, consigo que me suelte la mano y que nos
deje a solas unos minutos para que la ponga al tanto de lo que hemos hablado, y
muy ligeramente de lo que hemos hecho —no es que quiera entrar en detalles, y
estoy segura de que ella prefiere que tampoco lo haga—. Mientras se lo cuento,
sé de sobra que está controlándose para no decirme cualquier barbaridad. Y lo
cierto es que se lo agradezco bastante, porque Alexander está sólo a unos
metros y podría oírnos perfectamente, de hecho, apostaría cualquier cosa a que
está escuchando toda la conversación, por lo que Amy también se controla con
las respuestas y se limita a darme la razón y a decir que me comprende. En el
fondo sé que no es sólo un papel, sino que es lo que en verdad piensa. ¿Por qué
si no se ha quedado conmigo, o me ha alentado a ir con él?
Alexander insiste en acompañarnos a casa cuando le digo que
lo primero que tenemos que hacer es poner barreras y no abusar del tiempo del
otro; además consigo convencerle de que pasaré el resto del día con Amy y por
suerte nos deja tranquilas. Espero que la regañina no sea demasiado fuerte, no
obstante, cuando apenas me habla en el resto del día, creo que hubiera
preferido otra discusión, ya que se limita a consultarme algún detalle del
último caso que nos han dado, del que no tengo ni idea porque no le he prestado
atención. Resulta que encontré un par de días atrás los viejos informes del
asesinato de mis conocidos, Adam Lawler y Nathan
Aldrich, y no sé más de lo que me dijeron justo después de encontrarme
con Alexander por primera vez, así que decido llamar a mi antigua comisaría y
ver si ellos saben algo de Adam —que es el que encontraron allí— y después
hacer lo mismo con las dos comisarías que conozco de aquí. Sé que va en contra
de las normas, pero, sinceramente, que les den.
Me voy a mi habitación para tener intimidad y me llevo todos
los papeles del caso bajo la mirada aparentemente distraída de mi compañera,
aunque la conozco y sé que está pendiente de cada movimiento que hago. Ya lo
averiguará por sí misma cuando vea el registro de llamadas telefónicas, ya que
yo continúo sin móvil y tengo que usar el de casa. Por suerte, es un teléfono
seguro y nadie escucha. Nadie que esté fuera de la policía, por supuesto. Marco
el teléfono de memoria —después de la cantidad de veces que he tenido que
llamar desde casa para continuar trabajando casi me lo sé mejor que mi nombre—
y responden tras tras varios timbrazos.
—
Newton Police
Station, ¿en qué puedo ayudarle?
—
Póngame con el
inspector Andrew Murray.
—
Lo siento, no
estoy autorizada para…
—
Agente 183597531 —la interrumpo con mi identificación.
Tampoco debería dar los datos,
pero normalmente la gente que trabaja para la ley suele ser bastante discreta y
a menos que le pregunten abiertamente y con detalles no revelaría datos. Y
menos si ve mi situación. Lo busqué por casualidad al poco tiempo de venir
aquí: introduje mi identificación (que se mantiene sin importar en qué rama del
Estado estés) y salió que existía aún, pero no permitía acceder al archivo sin
la contraseña que yo misma elegí; la verdad es que me pareció apropiada. No me
atreví a seguir fisgoneando, porque se supone que no debería, aunque eso nunca
me ha detenido de hacer lo que quiera. Se podría decir que me han consentido
romper las normas las veces que quisiera por lo que hice en el pasado y porque
prefieren tener a una chica insolente que resuelve casos a una ex agente
molestando fuera de la oficina. Me conocen demasiado bien como para saber que,
aunque me echaran, tengo los contactos suficientes para seguir investigando por
mi cuenta, solamente para entorpecerles por haberme echado. Supongo que mi
naturaleza consiste en molestar.
—
Lo siento mucho,
señorita, ahora mismo la paso con la oficina.
—
Asegúrese de que sólo lo sabe él —digo con tono severo.
—
Sí —parece algo
apurada al hablar. En apenas un minuto oigo la voz que estaba esperando.
—
Inspector Andrew
Murray, ¿quién es? —sonrío.
—
Vaya, inspector.
Parece que las cosas van bien por ahí.
—
¿¡Al!?
—
Si estás solo.
—
Bien —no
añade más y oigo ajetreo mientras su respiración
empieza a acelerarse en silencio. Una puerta se cierra y sé que estamos a
solas—. ¿Por qué no has llamado antes? Han pasado siglos y hemos preguntado a
David, pero no quiere decirme nada. ¿En qué lío te has metido?
—
Yo también me
alegro de saber de ti ¿eh?
—
No te voy a negar
que es un alivio saber que estás bien, pero contéstame.
—
Estoy en una
investigación aparte, y, técnicamente, no puedo tener contacto con el exterior,
así que esto se queda entre nosotros, ¿entendido?
—
Por supuesto
—adopta un tono serio y maduro, exactamente al contrario de cómo le recordaba—.
Dime qué necesitas.
—
Hace unos meses
apareció un cadáver mutilado por la zona sur. Un hombre de unos cuarenta,
castaño… Adam Lawler. ¿Sabes algo del tema?
—
Recuerdo que se
llevaron el caso a la oficina central del Estado de California porque decían
que era muy importante —sólo hay dos oficinas del FBI en el estado:
donde yo trabajaba, que la compartíamos con la policía; y la central, donde iba
lo más importante.
—
Vale, os quitaron
el caso, pero ¿estuviste en el escenario? ¿Llegaste a ver a la víctima?
—
No nos dejaron
apenas salir de aquí, remitieron el aviso al instante. Llamada oficial, ya
sabes.
Claro que sé. Recuerdo alguna
vez que nos hicieron lo mismo, pero al menos en esta ocasión han sido tan
amables como para avisar de que no empiecen a investigar porque, cuando yo
estaba, recibíamos la visita de algunos trajeados y se llevaban todo lo que
nosotros habíamos conseguido después de varios días. Era realmente exasperante
y la primera vez me quejé a todas las personas que me cruzaba, buscando la
manera de recuperarlo, sin embargo, después de la segunda vez que lo hicieron, acabé
resignándome y borrándolo de mi memoria. En una ciudad donde hay tantos
problemas y tan distintos, siempre hay trabajo, y no me podía permitir perder
el tiempo así.
—
¿Eso es todo?
—
¿A dónde quieres
ir a parar, Al?
—
Está relacionado
conmigo, por decirlo de alguna manera.
—
¿Le conocías?
—
Sí, pero tú no lo
sabes ¿vale? Tengo informes de la autopsia e imágenes de la escena, pero nada
más allá.
—
Supongo que te lo
habrán dejado ver por estar implicada —observa pensativo.
—
No estoy
implicada, pero necesito información. ¿Puedes conseguirla?
—
No estoy seguro;
voy a intentarlo de todos modos —le repito el nombre para que lo busque
y, tras unos segundos, vuelve a hablar—. Tiene
cargos de obstrucción a la justicia —no sé por qué me esperaba más cosas,
siempre ha sido un hombre agradable— y de escándalo público por beber en la
calle. Hay un informe: el sujeto bla bla bla, en grave estado de embriaguez,
afirma que ''todo esto es su culpa'', palabras textuales. Amenaza con el
suicidio bla bla bla. En el trayecto a la comisaría habla con dificultad, pero
los agentes captaron algo como: ''Ella no se lo merecía, era una buena chica y
se juntó con quien no debía. Intenté decírselo, pero no me escuchó''. Luego se
puso a llorar y se quedó dormido. Los agentes no denunciaron la agresión cuando
le detuvieron y se fue a su casa sin recordar nada.
»
Parece que perdió a alguien querido ¿no crees?
—
Murray, ¿de cuándo
es el informe? —trago saliva esperando equivocarme.
— Mmm…
Cinco de mayo, hace seis años. ¿Por qué?
— Du’Fromagge
murió un par de días antes —me quedo paralizada.
¿De verdad importaba a alguien? ¿De verdad no era la cría estúpida que temía; había
gente que lloró mi pérdida?
— ¿Debería
preocuparme?
— No,
sólo me ha impactado. ¿Hay algo más?
— Clasificado.
— ¿Y
a qué esperas? —no es la primera vez que usa mi identificación para meterse en
archivos en los que no debe.
— Hecho.
Es sobre su muerte: encontraron a un drogadicto manchado con su sangre, tenía
cargos anteriores, y nadie que confirmara su coartada, así que caso cerrado. Consiguieron
que un testigo le situara en el momento y lugar del asesinato y el pobre hombre
confesó. Su móvil era que iba hasta las cejas de coca y que no sabía lo que
hacía. Típico.
— Yo
tampoco me lo creo. Se están cubriendo las espaldas, son buenos —murmuro—.
Mándame todo lo que tengas de modo anónimo por correo electrónico a esta cuenta
—le dicto uno que me acabo de crear.
— Hecho.
Por cierto, tenías razón sobre las chicas desaparecidas. Han aparecido los
cadáveres. Tiros limpios a quemarropa en la cabeza, actividad sexual reciente,
pero no estamos seguros si eran consentidas, tienen moratones, aunque no
muestran más signos de ser forzadas. De todas formas, las desapariciones se han
detenido alrededor de mes y medio desde que te fuiste.
— Las
magulladuras... ¿eran en hombros, brazos y caderas; con forma de mano, como si
les hubieran agarrado fuerte?
— ¿Cómo
lo sabes?
— Porque
yo también las tuve —digo con un sonoro suspiro,
es exactamente como pensaba; sé cómo una noche...intensa puede resultar
con Alexander como compañero—. Escucha, fueron consentidas y no quiero
preguntas al respecto. Intentaré conseguir algo más y te lo mandaré en seguida.
Ten cuidado.
Por supuesto, todas las pruebas encajan. Mis ''sustitutas''
murieron sólo por parecerse al recuerdo de un mujeriego demente que, después de
usarlas, las tiraba. El problema no es que siga haciendo lo mismo que antes de
que le conociera, sino que, ahora, no salen con un corazón roto, ahora
directamente no salen.
Es un juego macabro del que estoy formando parte
voluntariamente porque…tengo un grave sentido del masoquismo, según los que me
conocen. Ellas no sabían dónde se metían, pero yo estoy repitiendo, de nuevo.
Estar con él es como esa montaña rusa que sabes que te hará
vomitar, pero que el subidón de adrenalina lo supera y hace que todo merezca la
pena; es como ver esa película, escuchar esa canción, leer ese libro que te sabes
de memoria, que has disfrutado de ello miles de veces, y sigue haciéndote
llorar y sufrir como el primer momento, pero que sigues haciéndolo porque lo
amas demasiado como para despedirte de él o permitirte siquiera dejar de
disfrutarlo algún momento de tu vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario