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viernes, 22 de abril de 2016

Capítulo 15

Después de esta conversación, no sé cómo sentirme ni pensar. Es cierto que ha sido el responsable de muchas muertes, incluida casi la mía y la de mi compañera, pero hay algo en mí que se niega a aceptar que de verdad sea tan cruel. Esa parte de mí me anima a recordar sólo las partes buenas, por pocas que sean: él me cuidó cuando sufrí el accidente, él vino a socorrerme las veces que he estado mal, él estuvo pendiente de mí cuando me golpeé y desmayé.
Ahora debo pensar en el asesinato que puede resultar un verdadero peligro para mí, ya que el móvil de las chicas es obvio, pero no entiendo por qué iba a asesinar a un antiguo profesor con el que ya ni siquiera tenía contacto, al menos yo no y él lo dudo mucho, ya que no se llevaban precisamente bien. Si es cierto que le vi unas cuantas veces de refilón, sin querer, pero estoy segura de que no me reconoció, aunque los encontronazos cada vez eran más continuos y cercanos… Podría…No, sería demasiado arriesgado por su parte, y no se molestaría en contratar a alguien de fuera del mundillo para vigilarme, se supone que soy importante ¿no? Para tenerme controlada necesitarían a alguien que supiera manejar armas, pelear… O no. Alexander no sabe que tengo ciertas… habilidades específicas de la policía, y también explicaría la razón por la que se sorprendió tanto al verme en el baile. Sin embargo, si fuese del todo cierto, se habría prevenido de poder volver a verme, ya que se molestó tanto en controlarme en Los Ángeles. Hay algo que me confunde más que nada, si es verdad que contrató o chantajeó —lo que parece más creíble en un capo— a mi antiguo profesor, ¿por qué él no le contó que era policía? Porque si me seguía, era más que obvio que… Oh no.
Esto es peor de lo que parece. Si me vigilaba significa que me conocía. No, no a mí, a mi vida. Mis compañeros, mi trabajo, David, Patrick… ¿Y si Alexander lo sabe? ¿Y si está jugando conmigo para hacerme sufrir antes de matarme? ¿Y si sabe que soy la traidora que metió a su padre en la cárcel y ahora quiere vengarse? Es demasiado.
El corazón comienza a acelerarse junto al resto de mi organismo, urgente por hacer cualquier cosa, por expresar lo que estoy pensando y sintiendo. Me pongo de pie, con más adrenalina de la que el cuerpo puede asimilar, y salgo corriendo por la puerta para buscar a alguien a quien decírselo, ahora mismo me da igual quién sea. Bueno, lo hubiera hecho de no haberme topado precisamente con mi amiga en la puerta. Algo en mi expresión debe gritarle ''problemas'' y estoy segura de que teme que haga alguna locura, así que antes de que pueda reaccionar, me agarra por las muñecas, intentando inmovilizarme. Por suerte, consigo zafarme, aunque en seguida vuelve a vencerme y acabo tirada en la cama con ella encima, apoyando su peso en mi pecho y brazos para que no me mueva, tal y como enseñan en el FBI. La excitación me ha jugado una mala pasada, una vez más, y he perdido la pelea, no obstante, creo que ha sido lo mejor, tampoco es que hubiera puesto demasiado empeño y tampoco quería lastimarla. En cierto momento de la locura que se ha formado en este espacio tan pequeño y en teoría seguro, oigo a Amy gritarme que pare y empiezo a ser consciente de mis actos. Controlo poco a poco la respiración mientras voy perdiendo fuerza en el resto del cuerpo.
    ¿Ya está? ¿Mejor? —Amy se aparta lentamente—. Porque no me importaría tener que atarte —se sienta en la cama.
    Están en peligro. Tengo que irme, hacer algo —me retiene del brazo.
    Tú no te mueves. ¿Qué pasa; qué has descubierto?
    Luego te lo digo, primero déjame llamar…
    No.
    ¡Es de vida o muerte! —exploto y la aparto, mas ella me abraza y rodamos por la cama, forcejeando— ¡Déjame!
    ¡Pues dime de qué va esto!
    Lo siento —susurro.
    ¿Qué…
Es todo lo que llega a decir antes de que le encuentre la carótida y consiga dormirla pinzándola durante unos segundos. Se supone que no puedo utilizar estas técnicas con compañeros, pero ella se lo ha buscado. Si no hubiese opuesto resistencia no habría tenido que hacerlo.
Me deshago de ella y prácticamente me lanzo a coger el teléfono. Ya he quebrantado bastantes reglas, por una más no pasará nada. Marco el número de David lo más rápido que puedo y lo coge al instante. Puede que no esté segura de lo que siento, o de adónde se supone que va nuestra tambaleante relación, pero al menos sé que no le quiero muerto. Otra carga más sobre mis hombros es lo último que necesito.
    ¿Sí?
    David ¿estás bien?
    ¿Qué? ¿Alice, eres tú?
    Sólo dime si estás bien —me apresuro.
    Yo sí, ¿pero tú? ¿Te pasa algo? ¿Por qué me llamas?
    Escucha —ignoro sus preguntas—, ten cuidado. Procura que nadie te siga y no vayas solo a ningún lado.
Antes de que pueda responder, cuelgo con dedos temblorosos. Una sonrisa nerviosa se forma en mis labios y me deslizo por la pared. Al menos sé que por allí las cosas no van del todo mal, no tanto como me temía, quiero decir. Y si le hubieran hecho algo a alguien del trabajo, Murray me lo hubiera dicho. O no. No querría preocuparme y podría habérmelo ocultado perfectamente. No, no puede ser, yo le conozco y sabría si algo va mal sólo cuando respondiera al teléfono. Al menos antes podía.
Empiezo a controlar de nuevo mi respiración y mi cerebro funciona con racionalidad al fin. Bien, eso es un comienzo. Espero a que esté completamente tranquila para levantarme y afrontar el ver el cuerpo inconsciente de mi mejor amiga por mi culpa. ¿Cuántas cosas malas puede provocar una sola persona? Está claro que muchas.
Cambio mi ropa vieja y manchada con la que estoy en casa por algo más decente de alguien de ''mi categoría''. Primero salgo al balcón para comprobar la temperatura y me pongo unos pantalones largos negros y ajustados con una camiseta sin mangas roja. El detalle que lo hace parecer de alta costura es el encaje de los hombros de ésta y la suela de los tacones, a juego con la camiseta. Supongo que no vendrá mal lucirme un poco, en verdad llevo sin hacerlo bastante tiempo, nunca he tenido interés en sentirme guapa, pero hoy creo que no me vendría del todo mal; no quiero llamar la atención por los motivos erróneos, y nadie se fijará en un pequeño golpe en un lado de la cabeza yendo así vestida.
Para los ojos, algo sencillo como un simple sombreado —a mí misma me sorprende lo que ser Du’Fromagge me ha cambiado, antes no toleraba el maquillaje ni a cinco metros y ahora pienso en cómo podría combinar con mi ropa. Sonrío ante la idea— desde dentro hacia fuera del ojo que hace que parezcan aún más azules. Algo bueno tendría que tener ¿no?
Me recoloco las ondas del pelo antes de salir sólo con el móvil en el bolsillo y unos cuantos dólares y después de dejar una nota a Amy con las palabras que se sabe de memoria: ‘’He salido a dar una vuelta. No me esperes’’.
En cuanto paso unos minutos por la calle, caigo en la cuenta de por qué no llamo la tención tanto como pretendía: es viernes, esto es Miami Beach, y los bares acaban de abrir, junto con el montón de gente que se acumula en las puertas por entrar, todos arreglados para que lo que surja sea a su favor. En verdad quería hacerme notar para que se supiera que estoy, él tiene muchos contactos y seguro que a alguno de ellos se le ocurriría la idea de entregarme a él, ya que soy del tipo que busca. ¿Temerario? Bastante. ¿Entretenido y productivo? También.
Me dirijo al local más caro de la zona, el Sin Place (lugar del pecado), una discoteca que a la que sólo la entrada es bastante exclusiva, hablando del precio, claro.
En la fila, hay muchos jóvenes y observo que en la entrada vuelan los billetes de cien dólares, mientras que yo llevo…treinta y ocho. Tengo que hacer algo para entrar y que no sea demasiado ostentoso… ¿De qué estoy hablando? Soy Alice Du’Fromagge, la chica que se gastó cinco mil dólares en un perfume por tener pedacitos de oro (según la ficha). Así que llego en frente del guardia saltándome la fila y le desafío con la mirada.
    ¿Qué quieres?
    Que me dejes pasar. Aparta.
    A la cola. Después pagas y entras. Vamos —me indica con la cabeza que me aparte, pero no me muevo.
    ¿En serio vas a hacerme pagar? Soy…
    Eh —un chico aparece por detrás del guardia—. Déjala pasar, yo me encargo.
El tipo de la puerta asiente a regañadientes y mientras el resto de la gente se queja, yo me limito a aceptar la mano que el extraño me ofrece.
Pasamos por un pasillo y llegamos a una sala enorme, con bailarines en las esquinas, luces estroboscópicas, máquinas de humo y gente bailando por doquier. No podían faltar los reservados tampoco. Consta de dos plantas, la normal y la más exclusiva aún, que está custodiada por otro guardia, a la que se sube por unas escaleras pequeñas al lado de la barra y está cubierta por cristales, por lo que no se puede ver de fuera a dentro. Localizo la pared con unos pocos reservados con cortinas, otras dos con sillones en forma de semicírculo y una mesa enorme llena de cables y botones, con el encargado de poner la música toqueteándola sin parar.
Me giro para ver a mi acompañante, un chico apuesto, rubio y con ojos ¿violetas? Las lentillas de colores parece que se llevan entre los ricos; si no tuviese tal aprecio por mis ojos, quizá probaría algunas. De todas formas, lleva una chaqueta de traje con coderas y camiseta, del tipo de chico rico que vive de la fiesta.
    ¿Quieres una copa? —me dice al oído para que pueda escucharle.
    Sí, claro, un Mai Tai.
    Buen paladar —comenta con una sonrisa—. Vengo en un momento, no te muevas —me agarra de la cintura y le veo perderse entre la gente.
¿Seguro que aquí dentro me podrá encontrar? Sé que está al tanto de lo que pasa en estas zonas, por aquí se mueve mucho negocio. No me hace falta estar muy atenta para ver que varias personas están pasando mercancía y otras tantas consumiéndola. Espero que mis sospechas iniciales sean ciertas y este sea uno de sus locales, porque si es uno de la competencia, podría meterme incluso en líos. Sé que hay algunas discotecas que se han encargado de pagar una protección especial están fuera de la mafia de Moore, pero son tan reducidas que tendría demasiada mala suerte.
Intento recordar los rasgos de algún vendedor, pero hay tanta gente que le pierdo antes de que pueda saber si es el mismo que he visto hace un minuto. Es muy frustrante.
    Ya estoy —el extraño vuelve a tocarme la cadera y esta vez deja la mano ahí apoyada—. Ten —me pasa la bebida.
    Yo que tú no me tomaría muchas confianzas —digo a centímetros de su cara, intentando ponerle nervioso, pero sigue con la mano donde antes.
    Tranquila —se aparta para beber un trago—. ¿Sabes? Un amigo te ha visto y quiere conocerte. Vamos —me empuja con disimulo hasta la zona acristalada y no me equivocaba, por suerte o por desgracia.
Arriba hay una especie de despacho de cara al cristal, con un par de sofás oscuros y un hombre de pie mirando por el ventanal que da a la pista de la discoteca, pudiendo controlarlo todo fácilmente. A pesar de estar de espaldas le reconozco sin problemas, y bebo un buen trago antes de hablar para infundirme un valor estúpido que sólo puede conseguir el alcohol. Él se gira para mirarme y le sonrío.
    Buenas noches, Alexander —alzo la copa en modo de saludo. Capto la atención del extraño.
    ¿Os conocéis?
    Algo así —me mira antes de acercarse—. Os he visto muy juntos —dice serio.
    Tranquilo, sé controlar a los babosos.
    No son ellos los que me preocupan.
Me mira un instante a los ojos, que están casi a su altura por los tacones, y le indica al otro chico que nos deje solos con un gesto. Me quita la copa de la mano para terminársela él y la deja sobre una mesa pequeña en frente del sofá. Además, hay otra unos pasos más allá; es una especie de despacho, aunque no sé cómo puede ser tan formal, teniendo en cuenta lo que sucede abajo.
    Eso era mío ¿sabes?
    No quiero que bebas. Ni que te arregles tanto para otros.
    Primero: no es para otros, es para mí misma; y segundo: te aguantas. ¿Nunca has oído eso de ''quiéreme tal y como soy''?
    Vas a traerme muchos problemas —murmura, pero no lo suficiente bajo para que no le oiga.
    No más de los que ya estás metido. La vida te sonríe, por lo que parece —miro alrededor.
    ¿Qué haces aquí? —no hay manera de reducir la tensión.
    Buscarte. Donde haya fiesta ahí estás tú ¿eh?
    Son negocios, Alice.
    Ya, claro, y por eso te acabas de beber mi Mai Tai. Esta me la guardo —intento parecer seria, pero no puedo evitar sonreír cuando frunce el ceño.
Parece increíble cómo alguien como él aún puede conservar ese detalle de inocencia que siempre me ha encantado, a pesar de todo confía en lo que le diga y por un momento se ha pensado que estaba hablando en serio. Y, aunque puede ser adorable, también es fácil que se malentienda, y ahí sí que estaría perdida.
Acaba sonriendo muy ligeramente, de una manera que si no fuera él, se podría decir que es una sonrisa de diversión. A decir verdad, creo que ya no sabe siquiera lo que eso significa; no obstante, de verdad lo parece cuando me lleva hasta el sillón y se sienta, animándome a que también lo haga. Sorprendentemente cómoda, me quito los zapatos y me recuesto en él, no sé por qué pero me proporciona cierta calidez que no pensé que existiera, me transmite una calma que resulta embriagadora.
Sus dedos juguetean en mi brazo hasta que entra un camarero con dos vasos de chupitos y una botella del mejor vodka que he visto en mi vida. O peor, depende de cómo se mire. Aún recuerda mi predilección por la bebida que prácticamente te quema la garganta, y esto va a doler. Lo siento, hígado.
Se incorpora lo justo para pasarme el vaso que ha llenado el camarero antes de irse.
    ¿Qué tal te sienta el alcohol? ¿Lo sigues soportando igual de bien?
    No lo sé —me bebo el chupito de un trago; eso sí que era fuego— ¿Por?
    Porque esto podría calentarse —pega la nariz a mi cuello y me besa con delicadeza.
Claro que podría. De hecho, lo está haciendo por momentos. Empiezo a perder la noción del tiempo entre copa y copa, aunque algo me dice que debería parar, me siento tan a gusto con sus brazos rodeando mi cuerpo y mi espalda apoyada en su pecho que la mera idea me hace reír. ¿Por qué he de renunciar a algo que me hace sentir tan bien? ¿Acaso mi felicidad no es lo primero?
    Creo que ya has bebido demasiado —Alex me quita la copa entre risas después de decir alguna tontería que se me olvida al instante y reírme aún más.
    Entonces tú también.
    Yo no soy el que se está riendo de la palabra ‘’taburete’’.
    ¡Es que es graciosa! —protesto— Tabur-ete. ¿De dónde vendrá?
    Del término ‘’estás borracha’’.
    Vale, ya paro —consigo ponerme seria.
    Sí, será mejor. ¿Qué tal algo para bajar el alcohol?
    ¿Qué tal algo para aprovecharlo?
Me doy la vuelta y le beso sin pensar. Al principio es extraño, con un toque incluso amargo, pero en cuanto me coge de las caderas todo se vuelve como quería, incluyendo detalles de alcohol.
Echa su peso sobre mí y quedamos tumbados en el sofá, fundidos en un profundo beso. Intento aferrarme a algo que me indique que es real, que no es un sueño o una pesadilla, así que le agarro de la espalda, pero las manos se me escurren por su camisa impoluta y tiro de ella hasta que puedo sentir piel con piel, sin importar que durante una milésima de segundo nuestros labios hayan estado separados.
El contacto no es fuego, ni siquiera es eléctrico, esta sensación supera a todo lo imaginable. Es una sed extrema que cuanto más pruebo más quiero y necesito. Él me recorre sin pudor y se lo agradezco, porque me indica que no soy la única en necesitar al otro. Sus manos no paran en ningún lugar concreto, se pasean por mi cuerpo cómodamente, mientras que las mías, algo temblorosas por la ola de extrañas sensaciones que me inunda, tocan los bordes de los músculos de su espalda, perfectamente definidos. No puede ser real; el corazón me golpea con tanta fuerza que duele y los pulmones no me responden apropiadamente, mientras que los labios y las manos ignoran al resto del cuerpo y continúan igual que antes. Para colmo, la espalda se une y se arquea para pegarse a él, para sentirle aún más cerca.
Un rincón de mi cerebro, del que creo que no tenía constancia que funcionaba: la racionalidad, se da cuenta de lo que está haciendo, dónde lo está haciendo y con quién.
Con un esfuerzo casi sobrehumano le empujo hasta apartarle. Se sienta en el otro extremo del sofá y me mira atentamente. La verdad es que debemos ser una buena estampa, ambos jadeando, confusos, con el pecho subiendo y bajando sin control y los ojos ardiendo en los del otro.
Trago saliva para apartar de mi mente esa visión, verle así por mí, tal y como lo fue en un principio, me golpea, y creo que me hace más daño incluso que todas las heridas.
    Alice…
    Déjalo —no hay nada que explicar o de lo que disculparse.
    Será mejor que te lleve a casa —se levanta a por la camisa.
    Voto por eso, pero no lo dejes así. Tú lo has sentido; yo lo he sentido; hay que disfrutarlo, Alex. No podemos estar reprimiéndonos el resto de nuestra vida.
Espera, ¿de verdad he dicho eso? Ya sé por qué dejé el alcohol. Ser un borracho que dice la verdad nunca ha sido bueno. Se inclina para besarme ligeramente, pero para mi desgracia, es en la frente en vez de en los labios.
    Las cosas rápidas no salen bien.
¿Y las lentas sí? —me pongo en pie. 

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