Después de esta conversación, no sé cómo
sentirme ni pensar. Es cierto que ha sido el responsable de muchas muertes,
incluida casi la mía y la de mi compañera, pero hay algo en mí que se niega a
aceptar que de verdad sea tan cruel. Esa parte de mí me anima a recordar sólo
las partes buenas, por pocas que sean: él me cuidó cuando sufrí el accidente,
él vino a socorrerme las veces que he estado mal, él estuvo pendiente de mí
cuando me golpeé y desmayé.
Ahora debo pensar en el asesinato que puede resultar un
verdadero peligro para mí, ya que el móvil de las chicas es obvio, pero no
entiendo por qué iba a asesinar a un antiguo profesor con el que ya ni siquiera
tenía contacto, al menos yo no y él lo dudo mucho, ya que no se llevaban precisamente
bien. Si es cierto que le vi unas cuantas veces de refilón, sin querer, pero
estoy segura de que no me reconoció, aunque los encontronazos cada vez eran más
continuos y cercanos… Podría…No, sería demasiado arriesgado por su parte, y no
se molestaría en contratar a alguien de fuera del mundillo para vigilarme, se
supone que soy importante ¿no? Para tenerme controlada necesitarían a alguien
que supiera manejar armas, pelear… O no. Alexander no sabe que tengo ciertas…
habilidades específicas de la policía, y también explicaría la razón por la que
se sorprendió tanto al verme en el baile. Sin embargo, si fuese del todo
cierto, se habría prevenido de poder volver a verme, ya que se molestó tanto en
controlarme en Los Ángeles. Hay algo que me confunde más que nada, si es verdad
que contrató o chantajeó —lo que parece más creíble en un capo— a mi antiguo
profesor, ¿por qué él no le contó que era policía? Porque si me seguía, era más
que obvio que… Oh no.
Esto es peor de lo que parece. Si me vigilaba significa que
me conocía. No, no a mí, a mi vida. Mis compañeros, mi trabajo, David, Patrick…
¿Y si Alexander lo sabe? ¿Y si está jugando conmigo para hacerme sufrir antes
de matarme? ¿Y si sabe que soy la traidora que metió a su padre en la cárcel y
ahora quiere vengarse? Es demasiado.
El corazón comienza a acelerarse junto al resto de mi
organismo, urgente por hacer cualquier cosa, por expresar lo que estoy pensando
y sintiendo. Me pongo de pie, con más adrenalina de la que el cuerpo puede
asimilar, y salgo corriendo por la puerta para buscar a alguien a quien
decírselo, ahora mismo me da igual quién sea. Bueno, lo hubiera hecho de no
haberme topado precisamente con mi amiga en la puerta. Algo en mi expresión
debe gritarle ''problemas'' y estoy segura de que teme que haga alguna locura,
así que antes de que pueda reaccionar, me agarra por las muñecas, intentando
inmovilizarme. Por suerte, consigo zafarme, aunque en seguida vuelve a vencerme
y acabo tirada en la cama con ella encima, apoyando su peso en mi pecho y brazos
para que no me mueva, tal y como enseñan en el FBI. La excitación me ha jugado
una mala pasada, una vez más, y he perdido la pelea, no obstante, creo que ha
sido lo mejor, tampoco es que hubiera puesto demasiado empeño y tampoco quería
lastimarla. En cierto momento de la locura que se ha formado en este espacio
tan pequeño y en teoría seguro, oigo a Amy gritarme que pare y empiezo a ser
consciente de mis actos. Controlo poco a poco la respiración mientras voy
perdiendo fuerza en el resto del cuerpo.
— ¿Ya
está? ¿Mejor? —Amy se aparta lentamente—. Porque no me importaría tener que
atarte —se sienta en la cama.
— Están
en peligro. Tengo que irme, hacer algo —me retiene del brazo.
— Tú
no te mueves. ¿Qué pasa; qué has descubierto?
— Luego
te lo digo, primero déjame llamar…
— No.
— ¡Es
de vida o muerte! —exploto y la aparto, mas ella me abraza y rodamos por la
cama, forcejeando— ¡Déjame!
— ¡Pues
dime de qué va esto!
— Lo
siento —susurro.
— ¿Qué…
Es todo lo que llega a decir antes de que le encuentre la
carótida y consiga dormirla pinzándola durante unos segundos. Se supone que no
puedo utilizar estas técnicas con compañeros, pero ella se lo ha buscado. Si no
hubiese opuesto resistencia no habría tenido que hacerlo.
Me deshago de ella y prácticamente me lanzo a coger el teléfono.
Ya he quebrantado bastantes reglas, por una más no pasará nada. Marco el número
de David lo más rápido que puedo y lo coge al instante. Puede que no esté
segura de lo que siento, o de adónde se supone que va nuestra tambaleante
relación, pero al menos sé que no le quiero muerto. Otra carga más sobre mis
hombros es lo último que necesito.
— ¿Sí?
— David
¿estás bien?
— ¿Qué?
¿Alice, eres tú?
— Sólo
dime si estás bien —me apresuro.
— Yo
sí, ¿pero tú? ¿Te pasa algo? ¿Por qué me llamas?
— Escucha
—ignoro sus preguntas—, ten cuidado. Procura que nadie te siga y no vayas solo
a ningún lado.
Antes de que pueda responder, cuelgo con dedos temblorosos.
Una sonrisa nerviosa se forma en mis labios y me deslizo por la pared. Al menos
sé que por allí las cosas no van del todo mal, no tanto como me temía, quiero
decir. Y si le hubieran hecho algo a alguien del trabajo, Murray me lo hubiera
dicho. O no. No querría preocuparme y podría habérmelo ocultado perfectamente.
No, no puede ser, yo le conozco y sabría si algo va mal sólo cuando respondiera
al teléfono. Al menos antes podía.
Empiezo a controlar de nuevo mi respiración y mi cerebro
funciona con racionalidad al fin. Bien, eso es un comienzo. Espero a que esté
completamente tranquila para levantarme y afrontar el ver el cuerpo inconsciente
de mi mejor amiga por mi culpa. ¿Cuántas cosas malas puede provocar una sola
persona? Está claro que muchas.
Cambio mi ropa vieja y manchada con la que estoy en casa por
algo más decente de alguien de ''mi categoría''. Primero salgo al balcón para
comprobar la temperatura y me pongo unos pantalones largos negros y ajustados
con una camiseta sin mangas roja. El detalle que lo hace parecer de alta
costura es el encaje de los hombros de ésta y la suela de los tacones, a juego
con la camiseta. Supongo que no vendrá mal lucirme un poco, en verdad llevo sin
hacerlo bastante tiempo, nunca he tenido interés en sentirme guapa, pero hoy
creo que no me vendría del todo mal; no quiero llamar la atención por los
motivos erróneos, y nadie se fijará en un pequeño golpe en un lado de la cabeza
yendo así vestida.
Para los ojos, algo sencillo como un simple sombreado —a mí
misma me sorprende lo que ser Du’Fromagge me ha cambiado, antes no toleraba el
maquillaje ni a cinco metros y ahora pienso en cómo podría combinar con mi
ropa. Sonrío ante la idea— desde dentro hacia fuera del ojo que hace que
parezcan aún más azules. Algo bueno tendría que tener ¿no?
Me recoloco las ondas del pelo antes de salir sólo con el
móvil en el bolsillo y unos cuantos dólares y después de dejar una nota a Amy
con las palabras que se sabe de memoria: ‘’He salido a dar una vuelta. No me
esperes’’.
En cuanto paso unos minutos por la calle, caigo en la cuenta
de por qué no llamo la tención tanto como pretendía: es viernes, esto es Miami
Beach, y los bares acaban de abrir, junto con el montón de gente que se acumula
en las puertas por entrar, todos arreglados para que lo que surja sea a su
favor. En verdad quería hacerme notar para que se supiera que estoy, él tiene
muchos contactos y seguro que a alguno de ellos se le ocurriría la idea de
entregarme a él, ya que soy del tipo que busca. ¿Temerario? Bastante.
¿Entretenido y productivo? También.
Me dirijo al local más caro de la zona, el Sin Place (lugar
del pecado), una discoteca que a la que sólo la entrada es bastante exclusiva,
hablando del precio, claro.
En la fila, hay muchos jóvenes y observo que en la entrada
vuelan los billetes de cien dólares, mientras que yo llevo…treinta y ocho.
Tengo que hacer algo para entrar y que no sea demasiado ostentoso… ¿De qué
estoy hablando? Soy Alice Du’Fromagge, la chica que se gastó cinco mil dólares
en un perfume por tener pedacitos de oro (según la ficha). Así que llego en
frente del guardia saltándome la fila y le desafío con la mirada.
— ¿Qué
quieres?
— Que
me dejes pasar. Aparta.
— A
la cola. Después pagas y entras. Vamos —me indica con la cabeza que me aparte,
pero no me muevo.
— ¿En
serio vas a hacerme pagar? Soy…
— Eh
—un chico aparece por detrás del guardia—. Déjala pasar, yo me encargo.
El tipo de la puerta asiente a regañadientes y mientras el
resto de la gente se queja, yo me limito a aceptar la mano que el extraño me
ofrece.
Pasamos por un pasillo y llegamos a una sala enorme, con
bailarines en las esquinas, luces estroboscópicas, máquinas de humo y gente
bailando por doquier. No podían faltar los reservados tampoco. Consta de dos
plantas, la normal y la más exclusiva aún, que está custodiada por otro
guardia, a la que se sube por unas escaleras pequeñas al lado de la barra y
está cubierta por cristales, por lo que no se puede ver de fuera a dentro.
Localizo la pared con unos pocos reservados con cortinas, otras dos con
sillones en forma de semicírculo y una mesa enorme llena de cables y botones,
con el encargado de poner la música toqueteándola sin parar.
Me giro para ver a mi acompañante, un chico apuesto, rubio y
con ojos ¿violetas? Las lentillas de colores parece que se llevan entre los
ricos; si no tuviese tal aprecio por mis ojos, quizá probaría algunas. De todas
formas, lleva una chaqueta de traje con coderas y camiseta, del tipo de chico
rico que vive de la fiesta.
— ¿Quieres
una copa? —me dice al oído para que pueda escucharle.
— Sí,
claro, un Mai Tai.
— Buen
paladar —comenta con una sonrisa—. Vengo en un momento, no te muevas —me agarra
de la cintura y le veo perderse entre la gente.
¿Seguro que aquí dentro me podrá encontrar? Sé que está al
tanto de lo que pasa en estas zonas, por aquí se mueve mucho negocio. No me
hace falta estar muy atenta para ver que varias personas están pasando
mercancía y otras tantas consumiéndola. Espero que mis sospechas iniciales sean
ciertas y este sea uno de sus locales, porque si es uno de la competencia,
podría meterme incluso en líos. Sé que hay algunas discotecas que se han
encargado de pagar una protección especial están fuera de la mafia de Moore,
pero son tan reducidas que tendría demasiada mala suerte.
Intento recordar los rasgos de algún vendedor, pero hay
tanta gente que le pierdo antes de que pueda saber si es el mismo que he visto
hace un minuto. Es muy frustrante.
— Ya
estoy —el extraño vuelve a tocarme la cadera y esta vez deja la mano ahí
apoyada—. Ten —me pasa la bebida.
— Yo
que tú no me tomaría muchas confianzas —digo a centímetros de su cara,
intentando ponerle nervioso, pero sigue con la mano donde antes.
— Tranquila
—se aparta para beber un trago—. ¿Sabes? Un amigo te ha visto y quiere
conocerte. Vamos —me empuja con disimulo hasta la zona acristalada y no me
equivocaba, por suerte o por desgracia.
Arriba hay una especie de despacho de cara al cristal, con
un par de sofás oscuros y un hombre de pie mirando por el ventanal que da a la
pista de la discoteca, pudiendo controlarlo todo fácilmente. A pesar de estar
de espaldas le reconozco sin problemas, y bebo un buen trago antes de hablar
para infundirme un valor estúpido que sólo puede conseguir el alcohol. Él se
gira para mirarme y le sonrío.
— Buenas
noches, Alexander —alzo la copa en modo de saludo. Capto la atención del
extraño.
— ¿Os
conocéis?
— Algo
así —me mira antes de acercarse—. Os he visto muy juntos —dice serio.
— Tranquilo,
sé controlar a los babosos.
— No
son ellos los que me preocupan.
Me mira un instante a los ojos, que están casi a su altura
por los tacones, y le indica al otro chico que nos deje solos con un gesto. Me
quita la copa de la mano para terminársela él y la deja sobre una mesa pequeña
en frente del sofá. Además, hay otra unos pasos más allá; es una especie de
despacho, aunque no sé cómo puede ser tan formal, teniendo en cuenta lo que
sucede abajo.
— Eso
era mío ¿sabes?
— No
quiero que bebas. Ni que te arregles tanto para otros.
— Primero:
no es para otros, es para mí misma; y segundo: te aguantas. ¿Nunca has oído eso
de ''quiéreme tal y como soy''?
— Vas
a traerme muchos problemas —murmura, pero no lo suficiente bajo para que no le
oiga.
— No
más de los que ya estás metido. La vida te sonríe, por lo que parece —miro
alrededor.
— ¿Qué
haces aquí? —no hay manera de reducir la tensión.
— Buscarte.
Donde haya fiesta ahí estás tú ¿eh?
— Son
negocios, Alice.
— Ya,
claro, y por eso te acabas de beber mi Mai Tai. Esta me la guardo —intento
parecer seria, pero no puedo evitar sonreír cuando frunce el ceño.
Parece increíble cómo alguien como él aún puede conservar
ese detalle de inocencia que siempre me ha encantado, a pesar de todo confía en
lo que le diga y por un momento se ha pensado que estaba hablando en serio. Y,
aunque puede ser adorable, también es fácil que se malentienda, y ahí sí que
estaría perdida.
Acaba sonriendo muy ligeramente, de una manera que si no
fuera él, se podría decir que es una sonrisa de diversión. A decir verdad, creo
que ya no sabe siquiera lo que eso significa; no obstante, de verdad lo parece
cuando me lleva hasta el sillón y se sienta, animándome a que también lo haga.
Sorprendentemente cómoda, me quito los zapatos y me recuesto en él, no sé por
qué pero me proporciona cierta calidez que no pensé que existiera, me transmite
una calma que resulta embriagadora.
Sus dedos juguetean en mi brazo hasta que entra un camarero
con dos vasos de chupitos y una botella del mejor vodka que he visto en mi
vida. O peor, depende de cómo se mire. Aún recuerda mi predilección por la
bebida que prácticamente te quema la garganta, y esto va a doler. Lo siento,
hígado.
Se incorpora lo justo para pasarme el vaso que ha llenado el
camarero antes de irse.
— ¿Qué
tal te sienta el alcohol? ¿Lo sigues soportando igual de bien?
— No
lo sé —me bebo el chupito de un trago; eso sí que era fuego— ¿Por?
— Porque
esto podría calentarse —pega la nariz a mi cuello y me besa con delicadeza.
Claro que podría. De hecho, lo está haciendo por momentos.
Empiezo a perder la noción del tiempo entre copa y copa, aunque algo me dice
que debería parar, me siento tan a gusto con sus brazos rodeando mi cuerpo y mi
espalda apoyada en su pecho que la mera idea me hace reír. ¿Por qué he de renunciar
a algo que me hace sentir tan bien? ¿Acaso mi felicidad no es lo primero?
— Creo
que ya has bebido demasiado —Alex me quita la copa entre risas después de decir
alguna tontería que se me olvida al instante y reírme aún más.
— Entonces
tú también.
— Yo
no soy el que se está riendo de la palabra ‘’taburete’’.
— ¡Es
que es graciosa! —protesto— Tabur-ete. ¿De dónde vendrá?
— Del
término ‘’estás borracha’’.
— Vale,
ya paro —consigo ponerme seria.
— Sí,
será mejor. ¿Qué tal algo para bajar el alcohol?
— ¿Qué
tal algo para aprovecharlo?
Me doy la vuelta y le beso sin pensar. Al principio es
extraño, con un toque incluso amargo, pero en cuanto me coge de las caderas
todo se vuelve como quería, incluyendo detalles de alcohol.
Echa su peso sobre mí y quedamos tumbados en el sofá,
fundidos en un profundo beso. Intento aferrarme a algo que me indique que es
real, que no es un sueño o una pesadilla, así que le agarro de la espalda, pero
las manos se me escurren por su camisa impoluta y tiro de ella hasta que puedo
sentir piel con piel, sin importar que durante una milésima de segundo nuestros
labios hayan estado separados.
El contacto no es fuego, ni siquiera es eléctrico, esta
sensación supera a todo lo imaginable. Es una sed extrema que cuanto más pruebo
más quiero y necesito. Él me recorre sin pudor y se lo agradezco, porque me
indica que no soy la única en necesitar al otro. Sus manos no paran en ningún
lugar concreto, se pasean por mi cuerpo cómodamente, mientras que las mías,
algo temblorosas por la ola de extrañas sensaciones que me inunda, tocan los
bordes de los músculos de su espalda, perfectamente definidos. No puede ser
real; el corazón me golpea con tanta fuerza que duele y los pulmones no me
responden apropiadamente, mientras que los labios y las manos ignoran al resto
del cuerpo y continúan igual que antes. Para colmo, la espalda se une y se
arquea para pegarse a él, para sentirle aún más cerca.
Un rincón de mi cerebro, del que creo que no tenía
constancia que funcionaba: la racionalidad, se da cuenta de lo que está haciendo,
dónde lo está haciendo y con quién.
Con un esfuerzo casi sobrehumano le empujo hasta apartarle.
Se sienta en el otro extremo del sofá y me mira atentamente. La verdad es que
debemos ser una buena estampa, ambos jadeando, confusos, con el pecho subiendo
y bajando sin control y los ojos ardiendo en los del otro.
Trago saliva para apartar de mi mente esa visión, verle así
por mí, tal y como lo fue en un principio, me golpea, y creo que me hace más
daño incluso que todas las heridas.
— Alice…
— Déjalo
—no hay nada que explicar o de lo que disculparse.
— Será
mejor que te lleve a casa —se levanta a por la camisa.
— Voto
por eso, pero no lo dejes así. Tú lo has sentido; yo lo he sentido; hay que
disfrutarlo, Alex. No podemos estar reprimiéndonos el resto de nuestra vida.
Espera, ¿de verdad he dicho eso? Ya sé por qué dejé el
alcohol. Ser un borracho que dice la verdad nunca ha sido bueno. Se inclina
para besarme ligeramente, pero para mi desgracia, es en la frente en vez de en
los labios.
— Las
cosas rápidas no salen bien.
¿Y las lentas sí? —me pongo en pie.
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