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viernes, 15 de julio de 2016

Capítulo 27

Llevo lo que me parecen horas intentando dormir, dando vueltas en la cama llena de impotencia. Paulie se ha negado a discutir más, lo que entiendo, pero necesito desahogarme. Sólo doy gracias a que Alexander se encuentre lejos, nos dará tiempo para pensar qué decirle. Sigo sin tener claro qué ha ocurrido, yo actué en defensa propia, y aunque me siento orgullosa de no haber matado a nadie y de haberme controlado, no entiendo por qué el joven comenzó con la pelea; puede que sea irascible y orgulloso, pero también que piensa las cosas antes de hacerlas —la mayoría de las veces—, y sabe que hacer eso conllevaba un gran riesgo de que ocurriera exactamente lo que pasó.
Oigo pasos fuera y me tapo para parecer dormida, no obstante, reconozco a quien entra por la forma de andar; casi no me lo creo hasta que noto que se detiene a mi lado y me echa su chaqueta por encima con cuidado; cuando se agacha me llega un olor férreo a sangre que necesita toda mi concentración para no saltar a ver qué ha podido ocurrir. Sabía que irse era mala idea; como le haya ocurrido algo quienes fueran responsables van a responder ante mí, y si ha sido por lo que Paul ha hecho, tampoco se librará.
Suspira y me acaricia la cara suavemente antes de ir al baño, momento que aprovecho para abrir los ojos: tira la corbata al suelo con rabia y se apoya en el lavabo un par de minutos, mirándose al espejo, pero aun así sólo puedo ver un perfil de su cara y no me da las mejores noticias: tiene el cuello de la camisa manchado con rojo y se frota las manos frenéticamente. Me levanto de nuevo —no soporto estar quieta con él así— para acercarme y ver que se está limpiando los nudillos de sangre, que aunque los tiene de nuevo despellejados, es demasiada para ser toda suya. Le toco la espalda con cautela antes de hablar.
¾    Si frotas tan fuerte te harás más daño —apenas digo en un susurro.
¾    No me toques —se aparta súbitamente.
¾    Alex... —intento tranquilizarle.
Tiene la mirada perdida con un brillo que no había visto antes en él pero que conozco demasiado bien. Es la misma que solía tener tras cualquier misión complicada en la que tenía que usar la pistola; o en la que simplemente la usaba de más por tedio. Esos ojos reflejaban la oscuridad de quitarle a alguien la vida.
¾    ¡He dicho que no me toques! —levanta la voz y doy un paso atrás de la impresión—. Vete a dormir —vuelve a su tarea.
¾    No contigo así —le giro por los hombros.
Tiene gotas rojas de salpicadura en la cara, y en la camisa otras como si alguien sangrando se hubiera acercado demasiado, con formas irregulares. Las manos continúan algo teñidas de rojo y tengo mucho miedo, estoy aterrorizada de lo que ha podido hacer. Pero no es momento para eso, sea lo que fuere él está afectado, lo que muestra su arrepentimiento de alguna manera; es todo lo que debe importarme. Le peino con los dedos y le acaricio para calmarle, lo que parece hacer efecto. La rabia que ha mostrado hace un instante se ha convertido en una debilidad extrema y deja caer los brazos a los lados antes de quedarse de rodillas abrazado a mí, con la cabeza en mi estómago.
Es cierto que no me importa lo que es ni lo que ha hecho, y que por supuesto es un problema para lo que vine a hacer, pero él no es mala persona, y aunque lo fuera, su comportamiento conmigo es el que me incumbe, y no puedo expresar nada más que ternura. Ahora soy su fuerza y me siento orgullosa de serlo, pues él también es la mía en muchas ocasiones. Reprimo un par de lágrimas —lo último que necesita es verme sentir compasión por él—, le levanto con cuidado y quedamos fundidos en un fuerte abrazo durante un tiempo que me parece interminable y fugaz a la vez, si es que es posible.
Ya está, ya se acabó el miedo que teníamos por el otro, al menos durante un tiempo. Ahora estamos juntos de nuevo y es todo lo que importa, él ha vuelto sano y salvo e igual que siempre, para bien y para mal.
Le limpio la cara con una toalla húmeda y hago lo mismo con las manos antes de mandarle a que se dé una ducha mientras yo vuelvo a la cama.
Sé que apenas he pasado tiempo de pie, pero estoy cansada y siento que necesito sentarme; a demás, he bostezado un par de veces y no quiero que Alex se sienta mal por mantenerme despierta cuando soy yo quien insiste. Parece que todo mi cuerpo se ha relajado una vez que está a mi lado, dejando aparte lo que ha podido ocurrir para que venga así de manchado. Lo peor de todo es que reconozco esas manchas, las he visto en demasiados casos de asesinatos, especialmente a sangre fría, y la imagen de él arrodillado en el suelo es lo único que me hace seguir mirándole de la misma manera; es impulsivo y quizá violento, sí, pero yo también lo era, lo sigo siendo, y si he podido mejorar, él también lo hará con mi ayuda. No estaría mal si intentara meterme en los menos líos posibles, creo que es casi esencial.
Al cabo de unos minutos que no sé cómo consigo no dormirme, él aparece vestido tan sólo con unos pantalones de tela de pijama y se tumba a mi lado. Nos apoyamos el uno en el otro, de manera que mi cabeza reposa sobre su pecho y la suya sobre la mía, besándome la frente. Me acaricia mientras susurra:
¾    Mon ange...(mi ángel) —me aprieta contra él.
No oía esas palabras desde hace demasiado tiempo, y volver a oírlas de su boca se hace más grande e importante de lo que debería, sin embargo...He estado mucho tiempo evitando a toda costa esas palabras, sólo con pensarlas me hacían recordar y dolían, pero ahora son como dulce miel, una declaración oculta de que quiere seguir con esto cueste lo que cueste. Y me temo que pienso lo mismo.
¾    Lo siento tanto... Siento haberte hecho pasar por esto, siento haberme ido...
¾    Shh, Alex, no tienes la culpa de nada, yo sabía en lo que me metía desde el principio, tienes un trabajo...complicado —siento sus manos temblar cuando se pasean por mi cuerpo—. ¿Qué ocurre? —le miro a los ojos.
¾    No quiero que te hagan daño, eso es todo. Tengo...tengo miedo de mí; de lo que podría hacer si te hirieran —se revuelve algo incómodo—. De lo que he hecho.
¾    ¿Ha pasado algo?
¾    Mañana llamaré a Miguel para que te eche un vistazo, quiero asegurarme de que estás bien —me aparta el pelo de la cara para verme mejor.
No ha pasado desapercibido el cambio de tema; algo grave ha debido ocurrir, pero no me dirá nada. Me protege a toda costa, y si me dice que ha matado o herido gravemente a alguien por esa causa, estoy segura de que creerá que le rechazaré por haber sido mi culpa. ¿Cómo decirle que yo he hecho cosas mucho peores sin ninguna excusa; con un pretexto falso, cuando la verdad era que pretendía sentir algo que no fuera indiferencia y pensaba que la manera era ver el dolor ajeno, pues ni siquiera el propio lo conseguía? Él sí que me odiaría. Pero no puedo decirle nada, aunque aliviara la carga que se ha echado sobre sus hombros. Aunque yo tampoco es que me sienta demasiado bien al verle los puntos del brazo del tiroteo de hace unas semanas o los nudillos reventados.  
Le beso con suavidad y al poco noto un sabor salado que coincide con un aumento de intensidad tan repentino que me deja sin respiración. En unos segundos que no puedo controlar, él ya está encima de mí, levantándome la camiseta y clavándome los dedos con tarta fuerza que duele. No es pasión lo que hay o nada parecido, sino pura rabia; por lo que tengo que apartarle, no quiero que sea así, ya he tenido suficiente de eso. Le beso muy lentamente y controlo la situación hasta que él toma de nuevo las riendas y me abandono a su cuerpo una vez más.

El coche frena donde le indico, pero Alexander le ordena que continúe y que él dirá dónde ha de pararse. Ha insistido especialmente en acompañarme a casa a pesar de haberle repetido que no era necesario. Sinceramente, la única amenaza que me podía imaginar son los tipos de ayer, y él ya se ha encargado de ellos, estoy segura. Le he tenido que decir que necesitaba un tiempo para asimilar todo, para alejarme de los clubs y demás, y no es que se lo haya tomado muy bien. La verdad, no tiene derecho a enfadarse, él se ha ido más de una semana a la otra punta del país y ni siquiera me ha llamado, creo que yo puedo tener unos días tranquila en casa. No pienso hacer mucho, hablaré con Amy para contarle lo que ha pasado (todavía tengo que pensar qué decir exactamente sobre anoche, no quiero inculparle de nada serio que ponga en peligro la misión, entre otras cosas) y descansaré todo lo que pueda, anoche no dormimos demasiado —la verdad, echaba de menos ese tipo de insomnio— y junto al resto de horas de cansancio acumuladas, creo que podría dormir un día entero.
Lleva sin hablarme desde que entramos en el coche, al menos escuchó mi consejo de vendarse la mano para que no se le infectara, la playa no es el sitio más limpio, y supongo que clubs de alterne y drogas tampoco ayudan a una herida, por superficial que sea. No obstante, a pesar de tener en consideración mi preocupación, no llega más allá. Yo tampoco le he hablado. Si a la segunda no me responde, es su problema.
¾    ¿Dónde vamos? —le pregunto, mirando la casa que he dicho que era mía desde la ventanilla.
¾    A tu casa, como has pedido.
¾    Pero...
¾    Alice, sabes que no me gustan las mentiras. Voy a hacer como si no te hubiera oído antes.
¾    ¿Has estado vigilándome? —me escandalizo.
Si es verdad, estoy perdida; lo sabe todo. Pero no puede ser, no habría ido con la farsa hasta tan lejos, me habría delatado mucho antes de que nada de esto sucediera. Entonces, ¿cómo puede saber dónde vivo? Paulie. Maldito traidor. Por supuesto que no podía confiar en él, está casi tan loco como yo y es mucho más leal a Alexander, si puede conseguir información que él considere importante, lo hará sin importar el qué. El coche se detiene frente a la puerta exterior de la casa que nos proporcionó la Agencia cuando llegamos. Debía ser un lugar seguro, del que nadie excepto unos pocos conocieran la dirección y de nuevo lo he vuelto a fastidiar. Muy bien, Alice, así es como se tira al garete una investigación de dos años.
¾    Era por seguridad —responde sin emoción alguna en la voz; al menos habla.
¾    ¿La mía o la tuya?
¾    Ambas.
¾    Esto es increíble —resoplo.
En verdad estoy enfadada, pero conmigo misma. Aunque tampoco es del todo mi culpa, sabiendo cómo es Alexander, podrían haber puesto más medidas de seguridad. No pueden dejarlo simplemente todo a una persona y esperar que lo solucione, es un tema serio y muy complicado como para que lo lleve un equipo entero, así que me parece que se han pasado bastante con abandonar el caso de esta manera con la estúpida excusa de que ''he hecho algo parecido antes y ya le conozco, así que sé cómo atacarle''. Pues para su información, no le conocía, ni creo conocerle. Esperaba que hiciera algo así, pero tenía la esperanza de que confiara en mí, aunque eso es mucho pedir para un hombre que trafica con todo lo posible: armas, drogas e incluso personas.
Me bajo del coche sin mirarle, envuelta en un torbellino de ira. Antes de cerrar la puerta, oigo su voz:
¾    Alice —dirijo la cabeza hacia él, pero no mis ojos—. Deja que te acompañe.
¾    No. Por seguridad, ¿sabes? —contraataco con sus mismas palabras.
Tras dar un portazo, abro la puerta de hierro y paso por el estrecho camino de piedra por entre el césped hasta la puerta principal del porche. Si la primera puerta estaba abierta, es que Amy está en casa. Bien, así acabaré cuanto antes con el trabajo y podré tirarme en la cama a no hacer nada. No obstante, lo que de verdad necesito ahora es tomar algo caliente —sí, me da igual que estemos en Miami, estoy cansada de tanto calor y necesito recordar la sensación que me proporcionaba un café humeante en pleno invierno de Nueva York; aquí incluso en diciembre tenemos que ir en manga corta si no queremos enfermar, lo único que puede perturbar eso son los huracanes, pero por suerte todavía no he experimentado ninguno, y espero continuar así —y redactar mis informes particulares, con notas, hipótesis y comentarios de Amy que me ayuden a aclararlo todo e incluso frases al pie de la letra que haya podido oír. Creo que si me concentro seré capaz de plasmar las operaciones de los clubs, nombres y aspecto de los hombres que veía, pero me temo que sobre la localización de la casa no tengo nada claro, cada vez tomaban una ruta distinta y a veces incluso me vendaban los ojos; no todos confían en mí. Hacen bien. Tendré que pensar alguna manera segura de localización, como un teléfono, por ejemplo —tendré que tener en cuenta que el único que Alex me permite tener con él es el que me regaló, y estoy segura que sabrá si es intervenido por la policía, por no mencionar que ha acabado siendo el que más uso, tan sólo tengo que tener algo de cuidado con las conversaciones con Amy, y así él sospechará menos de tener un móvil inutilizado—; todo esto teniendo en cuenta que no haya inhibidores de frecuencia o nada por el estilo que me impida grabar, usar pinganillo, etc.
Otra vez se me han vuelto a olvidar las llaves, menos mal que me suele pasar y encontramos la manera de esconder una de forma segura. Ponerla bajo el felpudo o una maceta sería demasiado simple, así que pensamos que lo mejor sería ponerla bajo un tablón en el suelo del porche; y como un tablón suelto también llamaría la atención, está puesto con un tornillo que se puede quitar con los dedos bajo un banco de madera ciertamente pesado; en esta misión nada es fácil. Por suerte, estoy acostumbrada a moverlo y sólo necesito un par de minutos a lo sumo para conseguir la llave.
Al entrar, ni siquiera me da tiempo a cerrar la puerta antes de quedarme en shock. Mi corazón comienza a acelerarse y los pulmones se bloquean hasta que tengo que ordenarles a la fuerza que se muevan. Eso es todo lo que mi cerebro alcanza a hacer, pues ni siquiera es capaz de mantener las llaves en mi mano, que se caen en cuanto le miro a los ojos. Él está mirando los papeles sobre la mesa del salón y se da la vuelta al oír el ruido metálico contra el suelo. Me sonríe como si nada hubiera pasado, como si el tiempo que llevamos sin vernos no nos hubiera afectado, como si encontrarle aquí, en mi piso franco de Florida, fuera lo más normal del mundo.
¾    ¡Alice! —exclama nada más verme. Se acerca para abrazarme, pero no le correspondo, no soy capaz— ¿No te alegras de verme?
¾    ¿Qué...qué haces aquí? —balbuceo.
¾    Te echaba de menos. ¿Es que un hombre no puede pasar a ver a su prometida?
¾    No, David, no cuando ésta está en una misión de incógnito. ¿Te ha visto alguien? —cierro corriendo la puerta y le llevo de nuevo al centro de la estancia, alejado de la ventana, no sin antes echar yo un vistazo.
¾    ¿Pasaría algo si me vieran? —cambia el gesto y se pone serio.
¾    Te he dicho que estoy de incógnito, tú no existes — ¿hasta dónde es verdad?
¾     ¿Seguro que es eso? Hay ropa de hombre en un cuarto, Alice —su expresión me hace querer correr. Muy lejos.
¾    ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —doy un par de pasos atrás, intentando que no se note.
¾    El suficiente. ¿Tienes idea de la cantidad de hilos que he tenido que mover para conseguir tu paradero? Y me recibes como si no fuera nada, como si estorbara.
Le sostengo la mirada unos instantes. Para mi sorpresa, no siento ni pizca de culpabilidad por lo que he hecho. No podía contactar con él, y tan sólo he seguido lo que sentía. Incluso he aguantado más tiempo del que me temía, he rechazado muchas veces a Alexander por un hombre al que ni siquiera amaba; y ahora me he dado cuenta de ello. A su lado no me espera la felicidad que pensé en un principio, tan sólo ser la esposa trofeo, escenas de celos diarios y tener el corazón en un puño cada día que sale por la puerta por si le destinan a algún lugar en guerra. Uno nunca lo sabe con un soldado que no para de reengancharse. Le gusta su trabajo, igual que a mí, y temo que somos iguales en eso, no vamos a renunciar por nada. Quizá yo por alguien muy especial, pero tengo claro que ese alguien no es él.
Le indico que espere ahí y subo a mi habitación, ignorando sus protestas, y con más suerte de la que me esperaba no me sigue. Aunque me imagino encontrarlo todo revuelto, está en perfecto estado, tal y como lo dejé la última vez. Parece que no ha tocado nada, no obstante, con un soldado bien entrenado uno nunca puede estar seguro de nada. Cojo lo que quiero y paso por la de Amy antes de bajar; hay una camisa de policía sobre la cama, en la que puedo ver perfectamente el nombre y apellido de Aaron. Es la habitación más cercana a la escalera, así que supongo que David la habrá visto y habrá sacado conclusiones erróneas, como casi siempre. La diferencia es que esta vez no se aleja mucho de la realidad, no en lo que a él le importa. Le da igual si estoy con un delincuente que con un policía, mi seguridad es secundaria cuando se trata de mi cuerpo, del cual se siente más dueño que yo.
Tiene los brazos cruzados cuando me asomo y no espero nada bueno, mucho menos con lo que va a venir a continuación, así que llamo a mi compañera, pero no contesta, así que le envío un mensaje para que venga de inmediato; no quiero que me oiga pedir ayuda, tengo que evitar al máximo que se alarme.
Aprieto el puño con fuerza antes de encararle, cierro los ojos y respiro hondo. Todavía no sé qué decir, así que opto por no decir nada. Le cojo el brazo, le abro la palma, y a la vez que le doy un beso en la mejilla, deposito el anillo con cuidado. Cuando me retiro, veo su cara de estupefacción, pero no respiro aliviada, por el contrario, sigo en tensión, esperando una verdadera reacción. Cuanto más tarde será peor, le da tiempo a pensar.  
¾    ¿Qué es esto?
¾    Lo siento, David. No puedo hacerlo.
¾    ¿Qué quieres decir? ¿No puedes ahora o...? —por primera vez parece realmente incapaz de actuar; quizá sea algo bueno, quizá esté cambiando de verdad.
¾    No puedo casarme contigo. Ni ahora ni nunca.
¾    ¿Entonces por qué aceptaste? —los músculos comienzan a hinchársele y pienso a toda velocidad un medio de escape.
¾    No lo sé, pensé que era lo apropiado —me echo el pelo hacia atrás, me estaba empezando a agobiar. Baja la mirada a mi cuello y casi veo cómo la ira comienza a inundarle.
¾    ¿Qué es eso? ¿Tienes un chupetón? — ¡maldito Alexander y su obsesión por mi cuello!
¾    David, escúchame —intento calmarle, tengo miedo de lo que ocurra en adelante y comienzo a buscar mi salida mentalmente—. No...
¾    ¿Es eso? ¿Me estás dejando por otro? —aprieta los puños y me preparo para esquivar.
¾    No es eso, David... —intento explicarme, pero me interrumpe.
¾    ¡¿A cuántos te has tirado?! —me grita con la cara pegada a la mía.
No puedo evitar apartarme y poner los brazos para protegerme, pero aun así consigue lo que quiere. No me golpea, eso sería demasiado sencillo, y él está corrompido por los celos y la ira, y no me dará la oportunidad de salir corriendo, me conoce lo suficiente para saber lo que soy capaz de hacer, aunque tenga tanto miedo que no haya sido capaz de leer sus movimientos, lo más sencillo que enseñan, más si conoces al agresor.
Ahora me doy cuenta de que usamos demasiado la expresión ''quedarse sin respiración'', la usamos a la ligera sin saber lo que significa de verdad, la angustia y el sufrimiento que se siente cuando eso es verdad, cuando te están estrangulando y no puedes hacer nada porque, aunque hayas sido entrenada para zafarte de situaciones así, tu contrincante, si se le puede llamar así, es un marine diez veces más fuerte que tú y que te saca una cabeza de altura. Al principio intento golpearle, pero pronto me doy cuenta de lo difícil que es hacerle daño: mis golpes están debilitados por la falta de aire y no consigo acertar, ni siquiera las patadas; y cuando le doy en los codos para romper la tensión, sólo me baja unos segundos antes de alzarme de nuevo. Mis pies no tocan el suelo y consigo alcanzar algo con la mano que no distingo lo que es, pero da igual, al levantarlo para golpearle, se me cae sin fuerza y arma un gran estruendo. Sus ojos están inyectados en sangre, miran pero no ven; sus bíceps abultados no se relajan, continúan dando fuerza a los dedos alrededor de mi garganta. Siento la cabeza embotada, el oxígeno está comenzando a no llegarme, y también se refleja en mis pulmones ardientes y vista nublada. Cada célula de mí lucha por mantenerme despierta, pues una vez que se pierde la consciencia, todo está perdido. Mi cuerpo comienza a no responderme, se niega a forcejear sin oxígeno y sin correcta circulación de sangre.
No sé si soy yo que comienzo a tener alucinaciones, pero oigo una voz familiar gritando que me suelte. Por supuesto, David no lo escucha, está demasiado concentrado en ahogarme, pero algo le hace cambiar de opinión. La voz se repite y cambia su atención, de manera que afloja la prisión de sus manos y me permiten caer al suelo, libre de él aparentemente. Comienzo a toser sin control, siento que me ahogo, pero esta vez por demasiado aire y necesito de varios segundos para recobrar mínimamente la compostura y parar las convulsiones de mi cuerpo por la tos. La garganta me duele como nunca y es posible que esté dañada de alguna manera, pero la vista comienza a normalizarse de nuevo muy poco a poco y necesito saber lo que está pasando. No tengo tiempo para compadecerme de mí misma, he de actuar, pase lo que pase.
Alzo la cabeza desde el suelo, pues es lo único que me responde, y, al igual que antes, no puedo reaccionar, mi mente va mucho más lenta de lo que debería. Veo a David propinarle un puñetazo a alguien que le tira al suelo, pero al ver la cabeza morena y el cuerpo trajeado que se levanta placando a mi ex prometido es cuando comienzo a darme cuenta de lo que está pasando. No sé cómo ni por qué, pero Alexander está aquí, ha venido a ayudarme y ahora es quien más en peligro está. David no se contendrá en golpearle, y menos cuando me pregunta, o eso me parece, en un grito.
¾    ¿Es él? ¿Me quieres dejar por este inútil? —aprovecha que Alex ha vuelto a caer, habiendo fallado su placaje, para darle una patada— ¡Tú! ¿Te la has tirado? ¡Ella es mía!
Continúa golpeándole frenéticamente y sé que o hago algo o le matará. No ha dudado conmigo, así que siendo él quien cree que es, lo hará con más ganas aún. Me arrastro por el suelo hasta llegar a la encimera en mitad de la cocina —lo consigo gracias a que es una estancia sin paredes y la tengo a unos dos o tres metros, por el contrario no creo que hubiera podido dar unos pasos apenas—; tengo un arma guardada ahí como seguridad inmediata, ahora doy gracias por ser tan precavida.
Abro el cajón indicado y prácticamente arranco la pistola cargada de debajo, pues estaba pegada con cinta aislante. Tomo aire para sostenerla en las manos sin temblores y grito para llamar la atención, pero ambos están tan enzarzados en la pelea que no me oyen, así que disparo al techo, lo que resulta bastante efectivo, pues ambos paran y se quedan mirándome. Alex levanta las manos, lo cual aprovecha David para agarrarle como escudo humano. Sería difícil acertar estando en plenas condiciones, son casi de la misma altura y complexión, pero ahora es completamente imposible. Mi garganta continúa queriendo toser, mi cabeza da vueltas y mis músculos se quejan por la tensión y el retroceso de la pistola que han tenido que controlar; pero aun así mantengo mi posición e incluso consigo levantarme sin tambalearme demasiado, aunque tengo que sujetarme a un mesa. No puedo soportar verlos así, Alex está realmente golpeado, con sangre saliéndole de la nariz, boca y ceja, que adivino se ha partido; mientras que David tiene apenas unas gotas en la barbilla, aunque podría decir con seguridad que no son suyas.
¾    ¿Qué vas a hacer, Alice? ¿Te vas a arriesgar a matarle? ¿Me vas a matar?
«Tú no tenías reparos en hacer exactamente eso» —quiero decir, pero mis cuerdas vocales se niegan a trabajar, me escuecen demasiado como para hablar, ya las he forzado con ese grito y no están dispuestas a repetirlo. Entonces hago lo que, quizá no sea más inteligente, pero es una salida a fin de cuentas. Disparo de nuevo al techo tantas veces como son necesarias para vaciar el cargador excepto dos balas que mantengo por seguridad. Con tanto alboroto, seguro que la policía estará aquí en menos de cinco minutos, y si tenemos suerte, acompañados de al menos una ambulancia. Ambos me miran desconcertados, pero Alex es más inteligente y se escurre entre los brazos de su captor, aprovechando la confusión, para llegar a mi lado, al resguardo de la pistola.
Cuando se apoya en mi hombro y se dobla de dolor, no puedo contenerme, y a pesar de que mi ex prometido tenga las manos en alto en señal de rendición, le disparo.
Ha hecho daño a lo único bueno que me estaba sucediendo últimamente, aunque sea lo mismo que me da los dolores de cabeza, pero es a fin de cuentas a quien quiero y por quien daría la vida. Me asusta pensar esto, dado al futuro que nos espera, pero es la verdad, me guste o no. Nunca pude decir lo mismo de él, llegué a pensar que le amaba, pero sólo era comodidad ante el mundo, era fácil aparentar sentir felicidad delante de los demás, incluso engañarme a mí misma respecto a todo. Por eso una parte de mí seguía odiando a Alexander, porque amenazaba mi perfecta y falsa calma.
David cae al suelo fulminado y reprimo un grito. ¿Qué ha pasado? Sí, le he disparado, pero no he apuntado a ningún sitio vital, y aunque hubiera fallado por mi pulso inestable, desde luego no habría sido mortal. La pistola se desliza entre mis dedos hasta chocar contra el suelo; pero en la pequeña burbuja de incredulidad que se forma a mi alrededor hay algo que me llama la atención: un hombre. Mi mirada se divide entre él y el cuerpo boca abajo, y cuando Alex se mueve hasta el que empuña el arma, me decido por asistir a David. Por suerte, no le ha disparado más veces y continúa vivo, pero me temo que no por mucho tiempo. Presiono la herida mientras el capo tira de mi brazo, intentando separarme, pero no pienso dejarlo, no de esa manera tan rastrera. No ha demostrado ser el mejor de los hombres, pero ¿qué sería yo si le dejara morir?
    Al, muévete, hay un coche esperando —prácticamente me grita.
    Hay que llamar a una ambulancia.
    Lo haremos, pero tenemos que salir de aquí.
    Vete tú, lo único que te faltaba es que te encontraran con un tipo a punto de morir —consigo enlazar un par de pensamientos—. Esta es mi casa, diré lo que ha pasado, que yo le disparé. Dame tu pistola y llévate esta.
Le ordeno al matón y comprende exactamente a lo que me refiero, por lo que obedece sin rechistar y consigue sacar a Alex de allí entre protestas después de intercambiar armas. Le oigo jurar que vendrá a por mí en una hora, cuando la policía ya lleve tiempo, para no levantar sospechas.

Mientras, mis manos y mi ropa comienzan a teñirse de sangre, una sangre que jamás esperaría ver más allá de un corte con un cuchillo o al afeitarse, cosas cotidianas que no sé si tendré alguna vez en la vida. 

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